26.12.07

Frase del día 26.

"–Aquí ha habido Magia. La Magia es una señal desordenada, poco clara... Hay rastros por todas partes.
–¿Puedes ver la Magia?
–Más o menos. La Magia deja una marca, es información, y eso la sitúa en mi campo de acción. Es como... ¿Me has visto jugar a videojuegos?
–Sí.
–Entonces me habrás oído hablar de los trucos para hacer trampas. Cosas que puedo decir al ordenador para alterar el hábitat del juego. Palabras mágicas. La Magia son los trucos para hacer trampas del mundo. Enviar una señal al sistema operativo de la realidad. ¿Entiendes?
–No."

"Planetary", de Warren Ellis

5.11.07

Fantasía Heroicoandalusí




Pues nada.
Recogiendo el guante del maestro Marín, donde Crisei, ya saben, en los enlaces al fondo a la derecha (u en el comentario 41 de aquí), y un poco más en broma que en veras, me ha dado por escribir esto para los amigotes donde se narran los inicios del camino que cuenta cómo un cafre como Torreox de Gádir acabó alzándose por sobre los tronos de los antiguos y se hizo Rey por méritos propios. O sea, como Conan el Bárbaro pero de aquí, oigan, que la vida era dura en las acaloradas tierras fenicias del sur, cuando los hombres comían lo que podían y las mujeres, bueno, las mujeres se paseaban con biquinis de piel de toro a lo sumo, que es lo que toca en toda fantasía heroica que se precie, sea patria o no.

"Cagon los cuernos de Baal, cagon el coño pelúo de Astarté, cagon to ya, joer, con el jartible del troll de las cavernas con que llevaba lidiando desde las tres de la mañana, que vaya horas para ir jodiendo la marrana. Dos metros y medio de troll de las cavernas en todas las direcciones, lo ancha que debió quedar la madre que lo cagó, y al picha no había por dónde darle matarile: dos horas, dos, llevaba ya Torreox el Cafre dándole al hacha, y eso que era una de las gordas, de combate, vaya, afiladita con primor por los dos lados cada noche al pairo, cuando Torreox no pillaba cacho con las veteranas del amor alquilado en alguna aldeúcha de las cercanías de Gádir. Dos horas y nada, ni un miserable cardenal, el hacha mellándose y los músculos de ambos brazos de Torreox, biceps se llamaban aún entonces aunque El Cafre no tuviera pajolera idea ni le importara un pimiento saberlo, andaban ya entre agotados y reventados, al límite de su resistencia y rezando a Melkart, otro jartible ya puestos, para que amaneciera de una puta vez y al Troll de los huevos le diera por convertirse en piedra pa cagársele encima, de recuerdo, y no sólo en sentido metafórico".

Extracto del inicio de "Torreox El Cafre y las grutas de Melkart"

Que a lo mejor sigo y todo...

(Y que no se me olvide, la imagen pertenece al gran dibujante Víctor Santos, amiguete del que suscribe, y todos sus derechos son, eso, suyos. No tiene nada que ver con la cosa de Torreox, ni mucho menos, pero al tipo sólo le falta ser moreno para dar el pego...)

27.10.07

Hormiga



Hormiga. Así ha bautizado mi hija al nuevo componente de la familia. A la nueva componente, claro, que es "nena", como dice Aitana. No es del todo negra, pero tiene antenas y, oigan, no seré yo quien discuta las apreciaciones estéticas de mi hija de cuatro años.
La foto, de mala calidad, la he sacado esta mañana después de dar un voltio por los andurriales de Valdemoro. Es el cuarto día en que circulo con ella, después de toda una vida sin subir a nada con dos ruedas aparte de alguna bicicleta y hace ya más años de los que uno gusta recordar. Y sí, es extraño moverte en una moto si nunca lo has hecho; y difícil, y uno se siente como un novato a quien la carretera le parece virgen, los coches enormes y la sensación de velocidad absolutamente nueva. Llevo, no sé, unos catorce o quince años conduciendo coches, y esto es otra cosa.

Mejor.

18.10.07

Toma del frasco, Josep Lluis

Si es que somos un país de cenutrios. Dos personas (hombre y mujer) deciden centrar su intervención en el programa de las cien preguntas en malgastarla metiendo el dedo en el ojo sin ninguna gracia al político Carod Rovira, por nombre Josep Lluis, llamándolo José Luis como si fuera lo más normal del mundo, con cierta chufla y hasta un punto de indignación fingida al ver que el interpelado se mosqueaba ante la metida de dedo. Si es que a la Reina de Inglaterra también la llamamos Isabel, oigo decir por ahí, y a su hijo Carlos en lugar de Charles, o al Papa Benedicto nosecuántos en lugar de, qué sé yo, Benedictus, o como se diga en latines. Pero claro, que tampoco parece importar, el caso es que sólo se hace así en este país por cuestiones de protocolo con personalidades reales y Papas, y no con políticos (¿Antonio Blair, Jorge Bush, Francisco Miterrand...?), actores (sí, Arnoldo y Silvestre darían mucha más risa en castellano) o cualquier cargo institucional o no, o personalidad de importancia que se salga de esas realezas o supereclesiástica ocupación. El resto del mundo se llama como se llama donde lo conocen y, sobre todo, como al susodicho le plazca; Josep Lluis, Arnold, François o como buenamente les salga de los santísimos. Atrás quedó el tiempo en que a un hombre le daban una paliza en este país sólo porque insistía en que se pronunciara su apellido (por ejemplo, "Ángel") como lo hacían sus padres cuando era niño en su Valencia natal (o sea, "Ánchel"); tan atrás en el tiempo, vaya, como la inteligente respuesta del pobre desgraciado, consistente en cambiarlo en el DNI por "Ánchel" con tal de salirse con la suya. Y se salió con la suya, el abuelo: aquí estoy yo para dar fe.
Así que por favor, paisanos, que una cosa es que no comulguen ustedes con las ideas del político en cuestión, o que les parezca que su acercamiento al entorno ETA pudo ser desacertado, desleal, o lo que sea, o que les resulte ridículo su jugueteo con los recuerditos en Jerusalem (yo me indignaría por el hecho de que se vendan esos recuerdos en una tierra que se supone santa) y otra que nos creamos de verdad que este país puede querer seguir unido y creciendo mientras nos dedicamos a meter el dedo en el ojo de un señor llamado Josep Lluis por la simple satisfacción de hacer mal.

11.10.07

11-10-77

11-10-77

Dicen que sólo los afortunados o desafortunados que gozan de una mente superdotada son capaces de recordar aquello que les sucedió antes de algún punto indefinido situado habitualmente en la frontera de los dos años de edad. Al parecer, estos genios intelectuales pueden hasta rememorar imágenes estáticas de cuando aún se encontraban calentitos dentro del vientre materno. Desconozco si todo esto es cierto, o uno de tantos datos imposibles de certificar que uno saca de los Muy Interesantes y demás comida rápida literaria que devora en las consultas médicas o mientras espera a que el peluquero acabe de afilar sus herramientas, pero la verdad es que yo sí conservo recuerdos anteriores a los dos años; no tan lejanos como para sentirme dentro de una placenta pero sí como para ver el techo de la habitación de mis padres desde la cuna, o recordar mi sorpresa ante el movimiento de las cortinas de sus ventanales y hasta alguna imagen difusa de una película en blanco y negro que, creo, ya adulterado el recuerdo con la experiencia, era de miedo y tenía lugar en un museo de cera.

Con todo, sé que no soy ningún genio superdotado intelectualmente. No lo lamento, no crean, ni creo que mi vida hubiera sido mejor de haber tenido embutido dentro del cráneo un cerebro más privilegiado. Pero todo esto viene a cuento porque si algo me sorprende de mí mismo aún hoy, cuando ya pocas cosas debieran hacerlo, es el extraño funcionamiento de mi memoria: soy incapaz de recordar nombres de personas hasta que no escucho y asocio a una imagen esos nombres un buen montón de veces; soy incapaz de recordar un número de teléfono, más allá de propio y del de mi mujer, a fuerza de repetirlo año tras año, como incapaz soy de recordar dónde se encuentra una calle cualquiera o cómo llegar a cualquier lugar donde ya he estado previamente hasta que el trayecto no se convierte en senda milenaria después de transitarlo una y otra vez. Pero sí recuerdo con toda nitidez libros leídos, paisajes amplios de cualquier cosa siempre que no lleguemos al reduccionista detalle de la letra o el número y, sobre todo, momentos completos de mi infancia. Y de entre todos los recuerdos de mi infancia, el primero que puedo rememorar con absoluta claridad pertenece al día 12 de Octubre del año 77.

Es apenas una secuencia breve. Estoy dentro del coche de mi tío Vicente, junto a mi tía Justi y mis dos primas, Ana, la mayor, y Elena, de mi edad. Elena, de hecho, está ya en los cuatro años; a mí me quedan aún dos meses para cumplirlos, pero ya enseño los cuatro dedos cuando me preguntan y voy adiestrando la mente para decir "cuatro" cuando siempre he dicho "tres" (el tiempo corre de otra manera dentro de la mente de un niño para quien toda la existencia se concentra en tres años y diez meses). El coche se mueve por una calle muy ancha, y recuerdo un semáforo en rojo. Hay mucha excitación dentro, recuerdo a mi prima Ana aleccionándome acerca de algo que debo hacer y a mi tía Justi preguntándome si tengo ganas de conocer a mi hermana. Porque justo un día antes, el 11, acaba de desembocar en este mundo perro y lleno de amargura el bebé que luego se convertiría en mi compañía más cercana durante casi dos décadas. El recuerdo se acaba ahí, en el semáforo en rojo; es una lástima no ver imágenes del hospital, o de mi hermana con rostro congestionado del esfuerzo en brazos de mi madre, tan joven entonces, o a mi padre y el bigote que, creo, llevaba por bandera en esos días. Es una lástima, pero como ya dije antes no soy ningún genio intelectual y los bancos de mi memoria andan desordenados de forma harto caprichosa.

Luego ya vienen otros recuerdos posteriores; ver la tele con ella sentada, gordita y sonrosada, en su carrito; hacerla rabiar y cuidarla al tiempo, y en general una sensación de satisfacción con el nuevo juguete. No fui un niño celoso; en realidad, durante treinta y tres años y algo no fui celoso, quizá porque nunca hasta hace bien poco he tenido sentido de posesión hacia ninguna persona, y los niños celosos lo son porque creen (legítimamente, pienso) que sus padres les pertenecen por completo. Así que aquella niña vino más bien para darme compañía, consuelo, y entretenimiento que a jorobar con su presencia. Y algo sí me jorobó con el tiempo, ojo, que carácter siempre tuvo; y más aún la jorobé yo a ella, desde plantarle un trenecito que daba vueltas en el pelo hasta enredárselo sin remedio (o con el único remedio de usar la tijera para resolver el desaguisado) hasta otras pillerías infantiles del estilo de jugar a meter el cable de un teléfono viejo por un enchufe, a ver si funcionaba, con la única victoria de escuchar una pequeña explosión y hacer saltar los plomos, pasando por darle miedo algunas noches con la amenaza de un mosquito gigantesco que debía comer niñas, cuando aún compartíamos habitación. Ah, claro, y por el hecho inevitable de contagiarle todo virus o bacilo con que me iba encontrando en la niñez, que es una putada involuntaria pero putada a fin de cuentas.

Hoy ese bebé al que fui a conocer el día 12 de Octubre del 77 ha cumplido treinta años. Los cumple en otro país, en Lisboa, donde trabaja y vive aún más lejos que yo de su familia. Como ambos somos músicos, nos vemos más bien poco desde hace ya demasiados años, de vacaciones en vacaciones y de navidades en navidades; pero la verdad es que sé que ella está ahí, ahí, al alcance de la mano si fuera preciso, y creo que ella sabe que yo estoy aquí. Y eso podrá ser poco, pero sí es bastante.

Feliz cumple, hermanita.

14.9.07

Otra de Cela

Lo que son las cosas. El otro día buscaba la cita de don Camilo que colgué por aquí acerca de la condición del escritor; no sabía dónde la había leído, pero sí que era en uno de sus prólogos o notas a las diferentes ediciones de alguno de sus libros. La encontré en "La Colmena", que no sé si será su mejor novela pero sí la que a mí más me gusta. Y lo que son las cosas, decía, que comencé a releerla por no sé cuánta ocasión y, miren ustedes, hasta acabarla. Así que antes de empezar "Mortal y Rosa", de Umbral, libro que aún no he leído y que alguien de quien me fío lo recomienda con veneración en su blog, les dejo aquí otra de las perlas del gran Camilo José. Quizá siga con él: "La Colmena" es un libro inmenso repleto de reflexiones duras.



"Detrás de los días vienen las noches, detrás de las noches vienen los días. El año tiene cuatro estaciones; primavera, verano, otoño, invierno. Hay verdades que se sienten dentro del cuerpo, como el hambre o las ganas de orinar."

Camilo José Cela, "La Colmena".

11.9.07

¿Pesadilla?

La verdadera pesadilla no es la que sufres por la noche, sino la que te espera al despertar.

7.9.07

Regresando

"La ley del escritor no tiene más que dos mandamientos: escribir y esperar"

Camilo José Cela.


Señores, ya estamos de vuelta con la nueva temporada.
Nos vamos leyendo, espero.

19.7.07

COSAS DEL VERANO

Aprovechando que estoy pasando frío en la sala de ordenadores de una de las bibliotecas de mi pueblo de la niñez, donde ando recluido cual ermitaño en su montaña, daré cuenta por encima de las cosas con que me voy encontrando estos días de calor (aunque menos) y supuestas vacaciones. Empezando por el tema de la red en sí misma, que este año se ha puesto tonta y le ha dado por esquivarme y esquivarme como si me olieran los pinrreles, o algo.
Hasta este verano siempre he podido conectar vía wifi allá donde iba con poco o ningún trasiego. En mi pueblo, donde me encuentro, conocía un par de sitios (uno de ellos era la mesa del bar donde me reunía esas dos veces al año con mis amigos de siempre. Vaya, que mejor lugar imposible) con la red abierta y disponible para que este humilde viajero pudiera bajar su correo, vagabundear un poco por entre los blogs de los amiguetes o surfear por la red, que es un deporte veraniego exportado a los unos y ceros informáticos y mejorado en el tránsito, pues uno puede practicarlo en el peor de los inviernos sin cansarse ni mojarse. En el pueblo de mi suegra, bendita ella, no tenía ni que moverme de casa pues algún vecino samaritano mantenía su conexión abierta a los visitantes. Pero se acabó, miren ustedes, y comenzó la odisea primero de buscar nuevas líneas abiertas y la desesperación después de encontrar aunque sólo fuera una línea de teléfono normal donde enchufar el portátil vía módem. No es que uno esté enganchado a la red, que también, es que durante los primeros días tenía dos asuntos laborales pendientes de solucionar y ambos los estaba controlando a través del correo electrónico. Y oigan, conectar con el módem del cacharro, a 56Ks, es lo que viene siendo una puta mierda. Como viajar en carreta después de usar un avión o -en términos de pura frustración no relacionados con la velocidad misma del asunto, sino con la sensación de impotencia que te queda cuando ves cómo la página que visitas cada día tarda como cuarenta minutos en cargar-, como si de repente te plantasen en el pupitre del instituto para hacer un examen sorpresa de matemáticas cuando hace ya una vida que acabaste los estudios y, además, en el ala de letras puras. Delante del portátil se te queda una cara de tonto del tamaño de Texas.
Pero no es sólo eso; mis padres, que con los años tienen salidas que a mí me resultan cada vez más raras (aunque no sepa bien si es cosa de ellos y la vejez, o mía y la vejez), decidieron tiempo ha que no querían tener teléfono fijo y que con el móvil ya se apañaban. O sea, justo al revés de lo que yo siento, que es una alergia profunda hacia el teléfono móvil. Así que han pasado de tener los cien canales de televisión por cable de casi todo el mundo de ahora y su teléfono fijo de toda la vida, a cortar por lo sano y volver a las cinco o seis cadenas cutres de tele de siempre, y a un medio de comunicación que, ya lo saben ustedes, falla más que una escopeta de feria.
De modo que en casa de mis padres ni siquiera puedo abusar de su línea fija, como sí hago con la de la pobre de mi suegra, y tengo que migrar cada muchos días hasta la biblioteca nueva de mi pueblo donde hay ordenadores a disposición del personal. Pero, ¿saben?, los días que paso en mi pueblo no los paso exactamente en mi pueblo, que para algo tienen mis padres un chalet piscinado a unos pocos kilómetros; así que si quiero comprobar mi correo tengo que coger el coche, joer ya, buscar aparcamiento en un pueblo que carece de espacio para los coches hasta en Julio, andar un ratillo desde donde haya uno podido mal dejar el vehículo hasta el edificio de la biblioteca, sudando la gota gorda (que esa es otra, ¿por qué será que en el pueblo uno siente que la temperatura de repente sube como cien grados de golpe con respecto al chalecito piscinado?), entrar a la biblioteca cuya temperatura interna debe rondar los veinte grados menos que en el exterior y, claro, rezar por que haya un ordenador libre o por que te toque la funcionaria simpática y no la otra, la mala, la que si llegas a las nueve y cuarenta apunta en su libreta que has entrado a las nueve y te dice que tienes que devolver el sitio a las diez cuando a la simpática muchacha que ha llegado justo antes que tú le ha dado tiempo hasta las diez y media, o más, chica, que si no viene nadie no te preocupes.


Luego está el asunto de las vacaciones en sí. Este año tengo más tiempo que otros, días sin trabajar, digo; pero que todo este tiempo pueda considerarse como tiempo vacacional es otra historia. Para empezar, este año estoy pasando más tiempo en el coche que nunca antes; de casa de mis padres a la de mi suegra, de la de mi suegra a la de mis padres, de la de mis padres a Madrid para una revisión de la nena, de Madrid a la de mis padres, de la de mis padres a la de mi suegra, de la de mi suegra a la de mis padres... Aquí estoy ahora mismo, en la biblioteca de mi pueblo con los ojos de la funcionaria mala taladrándome la frente, pensando yo a ver si de verdad sigo aquí o es un sueño que estoy viviendo mientras me tumbo a hacer la siesta en el sillón de la pequeña salita de casa de mi suegra. Un lío. Que parece que en vacaciones uno tenga que esforzarse por no descansar, oigan, por correr de un sitio a otro y aprovechar para viajar cuanto más mejor como si fuera obligatorio llegar cansado al trabajo en septiembre cuando las vacaciones se acaben; que no hay cosa más antinatural que el que te hagan añorar el curro, joer. Harto estoy, y me queda un mes por delante. Además, a causa de un compromiso muy complicado que tengo que enfrentar en el trabajo, estoy estudiando como un loco rompiendo mi tradicional descanso estival (durante el cuál habitualmente trato de no acercarme al oboe en, como poco, medio mes), lo que significa sudor y más sudor y más sudor.
Por otra parte, algún dios ha decidido jorobarme este año jodiendo las dos actividades que quizá más eche de menos durante la temporada de trabajo, una de ellas en Elda y la otra en Torrente. Una de las cosas que más me gustan de visitar Elda, aparte de la buena mesa de mi suegra y de que la buena mujer no me dejar hacer nada de nada mientras estoy en su casa, incluyendo todo lo que se refiere a los cuidados y atenciones de mi hija Aitana, es la visita casi diaria a la tienda friki que dirige el hombre grande y feliz de ojos glaucos y su familia. Como ya he contado en algún otro lugar, la tienda creció tanto que se dividió en dos: una dedicada a los libros, la prensa y revistas habituales, y la otra a los cómics nuevos y viejos y el merchandising. Pues nada, allá que me voy el primer día con mi sonrisa de niño a quien van a regalar un Transformer... y me encuentro con que una de las tiendas (la de cómics, la nueva) la han cerrado, y que la otra, ay, pues ya no es lo que era: prensa y revistas han desaparecido y ahora están cómics viejos como nuevos, libros de hoy y de antes y merchandisings varios, todos apelotonados, comprimidos, agobiados. Parece que el negocio no ha ido bien, que no sirve con que este que suscribe pase religiosamente por allí en verano y en invierno a dejarse media paga extra, que la supervivencia ha obligado a reconvertir el negocio de nuevo quedándose a medio camino entre lo que era al principio y lo que fue durante un tiempo después.
La segunda cosa que echo de menos terriblemente durante el año es poder aprovechar las contadas visitas a mi pueblo para ver, por fin, a mis buenos amigos. Y miren ustedes, tampoco. La vida es lo que tiene, que todos nos hacemos mayores, que todos tenemos nuestras obligaciones y parejas, y que todos tratamos de exprimir nuestro escaso tiempo libre lo mejor posible y en compañía del enamorado o enamorada, que no es que esté para eso pero que en cierto modo también está para eso. Todos mis amigos tienen ya pareja, también lo he dicho en algún otro lugar, además de que todos trabajan en este tiempo (al menos por las mañanas). De pasar a verlos cada día, como antaño cuando venía en vacaciones, a no verlos más de una vez por semana. Y noto que se esfuerzan en reunirse; pero lo que no puede ser no puede ser. Así que al final uno desiste y prefiere no molestarlos, ir al bar donde se reúnen una vez a la semana (aunque ni siquiera van todos), y disfrutar de ellos aunque sea ese escaso ratillo para que cuando llegue el invierno me queden los recuerdos en forma de gasolina para el ánimo. Y mi mujer, en Madrid trabajando porque no le dan mes libre hasta Agosto; un asco de vacaciones, si me permiten la queja y me disculpan caso de que ustedes aún no estén disfrutando, es un decir, de las suyas.


De todos modos, no todo va a ser malo. En primer lugar, ZP se ha cargado a la menestra de cultura Carmen Calvo, la que durante sus tres años largos de permanencia en el cargo ha ido a ver todos los conciertos de rock nacional e internacional donde hubiera una cámara de fotos o de tele delante, ha visitado rodajes de películas guiris donde hubiera una cámara de fotos o de tele delante, ha ido a todos los premios de cualquier asunto donde hubiera una cámara de fotos o de tele delante, se ha apuntado a todos los saraos cinematográficos donde hubiera una estrella guiri (o Almodóvar) y una cámara de fotos o de tele delante... pero no se ha dignado a asistir a siquiera un concierto de la Orquesta Nacional que, vaya por dónde, resulta que es la orquesta sinfónica dependiente de su ministerio. Si no le importábamos un pimiento a la menestra (a ver si la culpa es nuestra por no poner una cámara de fotos o de tele delante), ¿cómo podíamos pensar en que su ministerio iba a solucionar los diferentes problemas laborales de la orquesta, o mucho menos los salariales?
Aparte de la excelsa noticia del corte de cabeza y escarnio público de la menestra por parte de don Talante, lo mejor del verano es que estoy escribiendo mucho, que ya es una novedad, supongo que empujado por el aburrimiento. La tele en verano no es una opción, ya saben, y no voy a pasar el mucho tiempo libre que me queda metido en la piscina como una bolsa de te: uno no es de esos. Leer tampoco sirve para todos los momentos de asueto: en lo que va de mes de vacaciones me he ventilado, no sé, ¿cinco o seis libros? Y eso que me lo tomo con calma casi siempre, aunque el otro día compré uno en Elda, comencé a leerlo antes de salir de nuevo hacia Torrente, y lo acabé el mismo día después de cenar haciendo tiempo para ir a dormir porque Aitana tenía la noche difícil (que después de dormir en la misma habitación con su abuela, en Elda, pasar a una habitación más bien oscura y en soledad no es un cambio agradable. Toses aparte, que está constipada además). No, no, si son más de seis los que llevo en la cuenta: "El club de la Lucha" y "Fantasmas" de Chuck Palaniuk, "Golpe de Efecto" de Harlan Coben, "Días aún más Extraños" de Ray Loriga, "El Puente" de Iain Banks, "Pensad en Flebas" de Iain M. Banks (o sea, el mismo autor del de "El Puente" pero con la "M" de más con la que firma su obra de ciencia ficción), "Sherlock Holmes y la Boca del Infierno" de Rodolfo Martínez y "Dorada" de Lucius Shepard. Al ritmo que voy, este verano bato todos mis récords. A ver si comento alguno de ellos el próximo día que migre al frío de la biblioteca de mi pueblo y llegue con el suficiente tiempo, o con suerte de no toparme con la funcionaria mala, como para darle a las teclas un rato.


No sé si hay alguien ahí, al otro lado; pero si está usted leyendo esto, pues vaya con dios, amigo. Y cuidado con el verano, que lo carga el diablo con balas Dum-Dum.


Si lo sabré yo.

14.5.07

Proyecto Quijote


Allá por el año 2003 me dio por escribir el guión para una novela gráfica (toma nombre pretencioso) en blanco y negro en la que se trataba la figura de una suerte de vengador disfrazado, mucho más enfermo que héroe, y que mezclaba el atrezzo y muchos de los mecanismos del cómic de superhéroes de toda la vida con el escenario y el tratamiento de la trama de una novela de género negro. Un tipo, de profesión asesino, perdía el poco juicio que le quedaba a raíz de una llamada de teléfono que lo llevaba de vuelta a un pasado repleto de pecados y decidía hacer justicia a lo Charles Bronson. Debajo de esta superficie más bien manida se encontraba todo un submundo de tramas esotéricas relacionadas con el descubrimiento y uso del Tetragrammaton, y de como puede un hombre fundamentalmente bueno puede convertirse en un hijoputa cuando eso tan frágil que llamamos "mente" se hace pedazos.


El dibujo, fantástico, corría a cuenta de un artista argentino llamado Luis Di Donna. La novela, estructurada como una ópera de tres actos, estaría dividida en diez volúmenes de 22 páginas cada uno, de todo lo cuál dejamos finalizada la Obertura de siete páginas. La intención era usar esa obertura y los muchos bocetos de desarrollo de los personajes, junto con el guión, para buscar un editor que se atreviera a lanzar un producto habitual en otros países pero muy poco frecuente entre autores patrios.
Ya iré colgando imágenes por aquí.

24.4.07

Costo del Güeno

Inenarrable.

Los Mossos localizaron en el barrio de Sant Roc de Badalona a un vendedor de drogas quien, vecino del instituto de secundaria de la zona (Eugeni d'Ors), había decidido el hombre publicitar su producto repartiendo octavillas en toda una demostración de espíritu innovador y atinado conocimiento y dominio del marketing. El autor de la octavilla, y vendedor del producto a la sazón, no tuvo reparos en incluir su nombre para que todo el mundo, policía incluida, pudiera encontrarlo sin problemas; aunque en la imagen han borrado el nombre, supongo que la propia policía con el fin de proteger la intimidad del camello, el susodicho se llama Marcos. Como más vale una imagen que mil palabras, sobre todo si la imagen contiene unas cuantas palabras como las que siguen, pues aquí les adjunto copia de la octavilla. El texto lo reproduzco abajo, por si ustedes no pueden leerlo bien o por si no se lo acaban de creer:




"Costo del gueno
Vendo costo de guena calidas
ha chabale rollao y no venir
lo menore.
Esperar al lao de la bentana
de detras mi casa y en lo banco
de asentarse.
no llamar la atension o no
su vendo na.
podei silvar o llamarme y
sargo po la bentana /me llamo ------
vale 20 uros una barrita
ta bien."

Y al lado de mapa, prodigio de buen hacer topográfico, Marcos remata la faena señalando el lugar donde se alza el centro educacional poniendo: "tituto"

Pues eso, lo que yo decía. Inenarrable.

23.4.07

El valor de una vida y una muerte

Liviu Librescu nació en Rumanía durante el año 1931. Era un niño inteligente, muy despierto y curioso ante la rapidez de los cambios que se sucedían a su alrededor, en su bella Bucaresti natal que en aquel entonces parecía destinada a competir en hermosura y dinamismo con las otras dos bellas Europeas: Praga y París. Allí creció como todos los niños, creyéndose inmortal, sin pensar que la vida tenía un final preparado a la vuelta de cualquier esquina. Todopoderoso en su mente de niño, debió asistir sin ver a la salida militar de los Nazis hacia todas las direcciones, al apoyo del gobierno Rumano al Tercer Reich y al inicio de la guerra. Pero para cuando él y aquellos que sobrevivieron en su familia fueron obligados a alojarse en el guetto judío de Ploiesti debió despertar al mundo de la forma más cruel.
Aún era un niño en edad, pero en cinco años envejeció cincuenta.

Después de sobrevivir al confinamiento y a la crueldad de quienes años atrás eran sus vecinos, la familia de Liviu siguió viviendo en su país asistiendo atónita al surgimiento de un nuevo totalitarismo, el comunista, ante el que se revelaron como no puede ser de otro modo en quien ha sido maltratado por un totalitarismo anterior. Liviu se convirtió en un sedicioso, se negó a jurar lealtad al nuevo régimen encarnado en un partido y vio cómo su brillante futuro como ingeniero aeronáutico se iba al garete. Antes de que su misma vida acabara del mismo modo que su carrera, y con la ayuda del entonces primer ministro Menajem Beguin, Liviu Librescu se trasladó junto a su mujer en 1977 al único lugar donde no podría nadie infravalorar su importancia como profesional en base a su religión judía: Israel.
De allí hasta su cita con el destino las cosas comenzaron a salir bien; sus estudios e investigaciones alcanzaron reconocimiento mundial en su especialidad mientras sus hijos crecían en apariencia a salvo de ese mundo feroz donde se había criado él. Llegó a ser profesor de dos universidades israelíes, descubriendo una nueva vocación desconocida, la docencia, y comenzando a lanzar con ello trocitos de pan a la paloma de la muerte. En 1984, aprovechando una excedencia, se trasladó a los EEUU, tierra de oportunidades, dicen, y decidió quedarse allí para siempre, consiguiendo trabajo como profesor en la facultad de ingeniería y mecánica de la Politécnica de Virginia.

El lunes 16 de abril del año 2007 era un día especial para Liviu Librescu: en su primer país de adopción, Israel, se celebraba el "Día del Holocausto", conmemoración de un tiempo terrible que no debe ser olvidado y homenaje a quienes murieron en los campos y guettos de concentración así como a quienes lograron sobrevivir en los tiempos oscuros de la Europa Nazi. Como superviviente del guetto de Ploiesti, Liviu acudió a su trabajo inundado de amargura: uno no puede sentirse orgulloso de haber vivido cuando sólo un golpe de suerte te separa de quienes murieron torturados. En clase atendía a sus explicaciones un grupo de hijos con contrato temporal –que es lo que son los alumnos cuando eres profesor de vocación–, cuando un grupo de detonaciones secas, no demasiado fuertes, como petardos de niño, precedieron a un coro de gritos y terror. Los pasillos de la facultad se inundaron de jóvenes ensangrentados que huían de un Rambo de pacotilla nacido en Corea del Sur con la cabeza repleta de cuervos, pájaros negros y carroñeros, y los bolsillos ahítos de munición del 9 milímetros para su pistola automática Glock –austríaca de fabricación, como Hitler– y del calibre .22 para una semiautomática de origen patrio. El joven Cho Seung-Hui, con apenas 23 años (otro día hablaremos del número 23), con ese nombre de dos apellidos separados por un guión que suele acompañar según los apologistas de la conspiración a todo asesino en masa que se precie, andaba sudoroso y gritando enloquecido por los pasillos de clase en clase disparando indiscriminadamente con sus armas dotadas de cargadores de gran capacidad –prohibidos por Clinton, recuperados por Bush–; los otros jóvenes, los que huían hacia el interior y las alturas del edificio contra toda lógica que dictaría que esa carrera contra la muerte debería dirigirse hacia el exterior, transportaban un aterrador mensaje: haceos los muertos, saltad por las ventanas que no tengan rejas, porque alguien ha encadenado las puertas de salida y la facultad se ha convertido en un atolladero.

Liviu Librescu era un superviviente. Su experiencia en un guetto judío acosado por los nazis rumanos había sido toda una escuela de la vida, donde la diferencia entre continuar en pie o acabar en un horno radica a menudo en la rapidez con que tomas una decisión. En la clase, la confusión y los lloros se habían adueñado de aquel grupo de jóvenes que habían tenido la gran suerte de nacer en un primer mundo ajeno a la guerra; sus alumnos, sus hijos temporales, estaban a punto de morir.
Y tomó una decisión.
Liderando al grupo, hizo que los más fuertes desencajaran las ventanas de sus guías mientras el resto acercaba varias mesas para facilitar la huida. Se situó frente a la salida mientras los chicos escapaban, y cuando el eco de los pasos del asesino llegó hasta él a través de la madera de contrachapado y el cartón, Liviu empujó con todo el peso de su cuerpo y se apoyó contra la salida impidiendo que el joven Cho Seung-Hui accediera a la sala. Todos sus alumnos huyeron; sufrieron cortes, torceduras, magulladuras, pero huyeron. Mientras lo hacían, escucharon varias detonaciones fuertes y otras más débiles, como bolsas de chucherías cuando las haces explotar, tan ridículas como cargadas de muerte. Para cuando Cho Seung-Hui logró atravesar la puerta a través de la cuál había disparado contra lo que fuera que cerraba su paso, empujando con fuerza el cuerpo muerto y ensangrentado de Liviu Librescu, nadie con vida quedaba allí dentro.

La clase de Liviu Librescu sobrevivió, al contrario de lo que sucedió en otras varias del mismo piso. 32 personas murieron antes de que la que sumaba 33 decidiera vaciar su cráneo con un proyectil del 9 milímetros parabelum. El país de las oportunidades, de las muchas oportunidades que tiene cualquier hombre libre para adquirir sin demasiados problemas desde revólveres del .44 hasta subfusiles y rifles de asalto, había perdido en el Día del Holocausto a un héroe y a un villano.

Librescu fue enterrado en el cementerio de Raanana, en Israel, donde vivía uno de sus hijos, acompañado de su mujer Marlena con quien llevaba casado 42 años. Las palabras de Marlena cuando el cuerpo de su marido llegó al aeropuerto fueron terribles: "Él era muy humano". Puta humanidad, debió pensar Liviu Librescu en sus últimos segundos con vida. Puta humanidad.



Liviu Librescu salvó a sus alumnos de una muerte a la que siempre había podido esquivar. Pero esto es la vida real, ya saben, donde los héroes son los primeros en morir, nuestra aterradora vida real tan injusta como sólo puede ser la vida y tan irónica como su hermana la muerte, una vida que imparte lecciones tan lapidarias como la de Liviu, aquel que había sobrevivido a un Holocausto para morir asesinado por un gilipollas.

18.4.07

Letraherido

No me gustan los "memes". Para aclararnos todos, son esos pequeños retos o encuestas que lanza el personal por la red con muy diferentes motivos, que van desde el conseguir direcciones de correo para futuros spam (los "memes" empezaron por correo) hasta el placer onanista de algunos y algunas. En ocasiones tienen su gracia, entiéndanme, sobre todo para alimentar un tanto a la cara voyeur que como bestias todos tenemos clavada bien dentro. Los leo a veces, y hasta sigo la cadena de respuestas cuando el "meme" en cuestión me resulta simpático. Pero, supongo que por mi timidez habitual, o a lo peor por aburrimiento, aunque los realice mentalmente me resisto a participar por aquello de no enseñar al mundo nada mío que no pueda verse en la cara "A", o sea, a simple vista, desde la capa de epidermis hacia fuera; además, según qué "meme" viene cargado por el diablo, no sé si me explico.
Será casualidad, pero hasta hoy el único otro "meme" en el que he participado activamente también surgió (o al menos es donde lo descubrí), en el blogg de Juanma Santiago. Aquel me pareció un ejercicio de autocontemplación interesante, y como alguna de mis respuestas me sorprendió pues di el ejercicio introspectivo como bueno. Éste, en cambio, aunque en su enunciado sea inocente como pocos, me ha descubierto algo que sospechaba pero que no había "visto" hasta que me he dado de bruces con la realidad, en forma de dieciséis libros agolpaditos todos encima de la mesa de café que usamos para casi todo menos para lo que fue pensada. El "meme" (aquí la fuente original) dice tal que esto:

"Es fácil: copiar el párrafo segundo de la página 139 del libro que estés leyendo en ese momento. Se presupone, pues, que te gusta leer y que tienes tiempo para ello."


Y claro, uno no está preparado para cosas así. Leer me gusta, y tiempo no es que tenga demasiado; pero al leer el "meme" me pregunté, ¿qué libro estoy leyendo en este momento? Se me ocurrieron, a bote pronto, unas diez respuestas. Cuando la pelota volvió a botar, ya eran unos veinte, así que dejé los botes a un lado y me replanteé la pregunta: "¿qué libro o libros estoy leyendo "activamente"? Porque muchos son los que tengo empezados y abandonados por aquello de que no han logrado atraparme, y otros cuantos los que sí lo consiguieron y aguardan su momento a que otros, aún más interesantes, les dejen hueco. Pero como siempre estoy leyendo algo, al menos podría seleccionar aquellos que en apariencia vaya a devorar hasta el final a corto plazo, ¿no?
Pues bien, la respuesta es dieciséis. Dieciséis libros a medio leer que tengo al alcance allá por donde paseo la vista, sobre los escalones que llevan al piso superior, en la mesita de noche y sobre la cómoda de la habitación, en los dos baños de arriba, sobre los altavoces traseros de la buhardilla (los delanteros están coronados por una pronunciada pendiente que los mantiene a salvo de libros), agolpados en la capa exterior de las diferentes librerías, en las mesitas de la salida de la casa, dentro de las dos o tres mochilas que turno a diario para ir a trabajar, en los bolsillos de atrás de los asientos delanteros del coche, dentro de la taquilla del Auditorio Nacional... Y los estoy leyendo todos. Los dieciséis.
Que me gusta leer es algo que ya sabía. Que lo hago de forma un tanto obsesiva, pues también; no me quejo, oigan: es un buen vicio. Tirando a carillo, pero bueno. Pero que soy un letraherido, uno de esos cuyas heridas no sanan nunca y que necesitan cada día más letras hasta para calmar la mala leche, pues miren, eso es algo que no sabía. No es sólo que me guste leer, es que me duele no hacerlo, cagontó, es que cuando no leo parezco una lámpara sin bombilla, que está ahí pero no sirve para nada más que para adornar; no rindo, no trabajo a gusto, no soy capaz de escribir, no soy un buen compañero en casa para mi mujer, ni un padre divertido para mi hija. No estoy enfermo: estoy herido.

Como dieciséis libros son muchos, y uno demasiado pocos, pues emulando al bueno de Juanma Santiago me he permitido una interpretación libre del "meme" y he seleccionado los cinco mejor armados, los que me apuntan con la pistola cargada a la cabeza a diario diciéndome "HOY, YO" y los que, en definitiva, voy a acabar más pronto. Además, puesto a llevar el reto más lejos y hacérselo más divertido a ustedes, no voy a decir a qué libros corresponden los siguientes párrafos extractados: si localiza o identifica alguno de ellos, pase por el libro de visitas y deje una nota. Dentro de una semana levantaré el telón. ¿Listos? Pues venga.

1: "Pasó una hora desde que dejara Ditchley Park. Sumido en mis pensamientos y preocupaciones, no había prestado mucha atención a la carretera. Aparte del nombre en código –"Campo Z"–, que había sido mecanografiado en mi nueva tarjeta de identidad válida para las próximas treinta y seis horas, no tenía la menor idea del sitio adonde me llevaban. Mirando la posición del Sol, estimé que viajábamos hacia el sur, en dirección a Londres."

2: (El segundo párrafo es sólo una frase, de modo que incluyo también el tercero) "Él pone cara de extrañeza. Por qué.
No son para los muertos, que son para mi padre. ¿Entiendes? El hambre de mi padre no es el de las ánimas. Es el hambre de un huido hambriento. ¿Entiendes o no?"

3: (Idem que en el caso anterior) "Y, por supuesto, conducía a gran velocidad.
La tercera vez que la llevó a casa, uno de los gastados neumáticos delanteros reventó cuando iba a cien kilómetros por hora. El coche dio un chirriante resbalón, y ella gritó, súbitamente segura de que iba a morir. Una imagen cruzó por su mente: su cuerpo quebrado y cubierto de sangre que había sido lanzado contra la base de un poste de teléfonos, la fotografía en un periódico mostraba sus restos y parecían un montón de trapos. Billy soltó una palabrota y llevó rápidamente el volante hacia uno y otro lado."

4: (Idem que en 2 y 3) "Monoceros: unicornio.
Volví a leer el anónimo que había encontrado en el buzón:
Atrocissimum est Monoceros."

5: "Segunda Parte"
(vale, como párrafo es una puta mierda, pero es todo lo que hay en la página; así que escribo a continuación el primero de la siguiente página, que es la 141)
"Supongo que tendría que ir incluyendo cabeceras a medida que voy contando la historia, ya sabéis, poner la fecha y empezar con "Querido diario, hoy...". Al parecer en la actualidad se ha puesto de moda escribir un diario, sobre todo en América. Lo llaman Blogging. Puedes apuntar lo que llevaste al baile de fin de curso, lo que fulanito dijo en la hamburguesería, etcétera. Todas esas tonterías las leerás en el futuro y te harán recordar los viejos tiempos con una estúpida sonrisa nostálgica en la cara y preguntarte entre débiles suspiros adónde fueron a parar aquellos maravillosos años."

Y eso es todo, amigos. Pasen, lean y jueguen. Y si se animan con él, adelante, letraheridos, escriban sus propios párrafos dos de la página 139; en sus bloggs, si los tienen, o aquí mismo, si les parece.

9.4.07

Este año ha tocado Cádiz.





Este año ha tocado Cádiz.

Dicen que el ser humano es un animal de costumbres. Aparte de coincidir en lo de que somos animales, de bellota en muchos casos, reconozco que este seguro servidor de ustedes es de los de costumbres. Y como Ana, mi respectiva, también lo es, pues hemos convertido en costumbre lo de salir unos días en Semana Santa, coche mediante, de ruta de Paradores Nacionales donde nos lleve el viento para conocer lugares y, sobre todo, sabores nuevos. Que seremos animales de bellota, quizá, y de costumbres, seguro; pero, sobre todo, lo que sí somos los dos es animales de buen comer. Así que el viento nos lleva cada año a un punto cardinal distinto, lejano siempre, donde nos perdemos paseando mientras dejamos atrás el cansancio de la vida real y el peso de sus obligaciones, andurreando por la historia del lugar y empapándonos de sus culturas, artísticas y gastronómicas por igual.

Este año ha tocado Cádiz, sí, donde tenemos unos pocos pero buenos amigos, de esos recientes que adquieren solera de la buena a las primeras de cambio, de los que da tanto gusto ver porque los ves muy de tanto en tanto, aunque siempre con la sensación de que la última vez fue ayer.
Los amigos en Cádiz –Rafa, Isabel, y sus herederos Daniel y Laura–, ejercieron de cicerones casi a jornada completa, los pobres, enlazando visita tras visita mientras esquivábamos, ay, las procesiones de Ku-Kux-Klanes que se multiplicaban en el casco viejo por las tardes. Cicerones de una ciudad a la que aman con orgullo sin disimular, una ciudad que llevan clavada bien dentro, y que si está llenita de colores y formas coloniales no lo está menos de sabores del cagarse. Y qué sabores... Desde la barra del Faro, donde probamos la sorprendente tortilla de camarones, una suerte de témpura de gambas diminutas tan exótica como exquisita –el día en que los gaditanos decidan exportarlas al Japón se forran–, hasta el almacén de la calle Veedor, con unos pinchos de tortilla de impresión y un jamón con muchas jotas que te clavaba en el suelo; pasando por El Dorado del Puerto Real, claro, donde nos sacudieron con un cazón en adobo de tantos kilates como los dos platos de chocos que nos arreamos entre pecho y espalda ya entrada la noche. Pescados frescos allá donde nos llevaron, un gran jamón y cerveza, mucha cervecita helada para el que suscribe y vinos variados para la parienta, que engañaba así al régimen esquivando las rubias frescas mal que le pesara. Aunque no todo fuera comida, oigan, que también nos dimos nuestros paseos por la ciudad vieja, un Santo Domingo en limpio y sin racimos dispersos de cables telefónicos de acera a acera, y descubriéramos lugares mágicos, como siempre ocurre en vacaciones, como lo hermoso por anacrónico de algunas de las calles, o las vistas impresionantes desde la Torre Tavira, con esa Bella Escondida mostrándose sólo a los pájaros, o lo blanco de la catedral por dentro y por fuera (¿cuatro euros la visita? Fenicios...) y el mar eterno que rodea a una ciudad que es una isla.

Pero para lugar mágico, el de la foto.

Juaki también es de Cádiz, aunque su parienta Susana sea de Jerez de la Frontera y vivan y trabajen allí, junto a sus hijos Daniel y Alejandra. Algunas obligaciones médicas nos llevaron a vernos a medio camino, a comer los once juntos en un restaurante de carnes junto al mar, donde se habló de libros y cine, de la vida y los trabajos y del oficio de escribir, que aunque no es profesión para nosotros sí es oficio, y serio. Y quedamos para dos días después en el chalecito junto a los acantilados que los Revuelta tienen en Conil, a una media hora de distancia de Cádiz que se quedó en cincuenta minutos por aquello del perderse y dar la vuelta.
Y, señores, Conil sí vale perderse, y hasta una guerra o dos si me apuran. Un paraíso junto al mar bravo desde el que se ve el Trafalgar donde se murió España pegándose cañonazos contra el Almirante Nelson. Lugar de acantilados naturales aún moderadamente urbanizado donde choca ver un hotel nuevecito casi a línea de playa, o que la casa del concejal de urbanismo sea un palacete como el que tiene montado el Ozimandias en las nieves; o quizá una cosa explique la otra, como de costumbre, y lo que choque de verdad es que en Conil gobiernen los Verdes (verdes como los billetes, como decía Rafa). Pero, en el fondo, el lugar es magia pura aún casi libre del turisteo que todo lo mata. Acantilados sobre un mar limpio y claro, y una arena sin colillas ni jeringillas que abraza una ciudad chiquita y blanca repleta de alemanes jubilados más listos que el hambre.
La playa de los acantilados es, además, una copia natural de la del planeta de los simios. Sorprende descubrir que en el remoto futuro, cuando el calentamiento global se cargue el planeta y las aguas se merienden Manhattan, la señora de la antorcha viajará medio mundo hasta instalarse en Conil, provincia de Cadi-Cadi, para pasar allí sus últimos días rodeada de monos con mala leche para poder saludar al Charlton Heston y lanzarle un guiño. Lista como los alemanes, Miss Liberty. Que, como dice el dicho, los de Cádiz nacen donde les da la gana; y la de la Antorcha, que fue franchute y se mudó a la Gran Manzana por cosas del curro, por aquello de la libertad que personifica, tuvo que nacer en Cádiz. Que ni es mal lugar para nacer, ni mucho menos para morir.

Gracias Rafa, Isabel, Juaki, Susana, Daniel, Laura, Dani y Alejandra. Y hasta la próxima, que será mañana.

22.3.07

Censuras, censuras...



El otro día me sorprendí al conocer la noticia que hablaba de la retirada de emisión de la entrevista de Quintero a José María García, a causa de peregrinas razones que no se cree ni dios y en una acción censora repugnante que yo creía que jamás vería, gracias a mi edad que hasta ahora me mantenía lejos de esas barbaridades del pasado. Yo, que no sigo al Quintero ni antes, cuando iba de loco, ni ahora que va de sí mismo, no pensaba ver esa entrevista; tampoco me importa un pimiento lo que allí se dijera. Pero la acción censora de nuestra TVE es de juzgado de guardia. Quintero, por cierto, ha dejado el programa por razones médicas. Depresión, dice. Normal.

Ahora me topo con la noticia de que el cartel publicitario de arriba, dibujado por Enrique J. Corominas para un evento de comics en Alicante, ha sido también censurado. El cartel es inmenso, magnífico. La censura no tiene discupla. Puto país.

4.3.07

Hojas Parroquiales...

Según asegura un amiguete, estos son avisos parroquiales (reales todos ellos), hechos con toda la buena voluntad y muy mala redacción. No sé si todos ellos serán reales, pero todos coincidiremos en su mala redacción. O todo lo contrario, claro:

* Para cuantos entre Ustedes tienen hijos y no lo saben, tenemos en la parroquia una zona arreglada para niños.

* El próximo jueves, a las cinco de la tarde, se reunirá el grupo de las mamás. Cuantas señoras deseen entrar a formar parte de las mamás, por favor, se dirijan al párroco en su despacho.

* El grupo de recuperación de la confianza en sí mismos se reúne el jueves por la tarde, a las ocho. Por favor, para entrar usen la puerta trasera.

* El viernes, a las siete, los niños del Oratorio representarán la obra "Hamlet" de Shakespeare, en el salón de la iglesia. Se invita a toda la comunidad a tomar parte en esta tragedia.

* Estimadas señoras, ¡no se olviden de la venta de beneficencia! Es una buena ocasión para liberarse de aquellas cosas inútiles que estorban en casa. Traigan a sus maridos.

* Tema de la catequesis de hoy: "Jesús camina sobre las aguas". Catequesis de mañana: "En búsqueda de Jesús".

* El coro de los mayores de sesenta años se suspenderá durante todo el verano, con agradecimiento por parte de toda la parroquia.

* Recuerden en la oración a todos aquellos que están cansados y desesperados de nuestra parroquia.

* El torneo de baloncesto de las parroquias continúa con el partido del próximo miércoles por la tarde. ¡Venid a aplaudirnos, miraremos de derrotar a Cristo Rey!

* El precio para participar en el cursillo sobre "oración y ayuno" incluye también las comidas.

* Por favor, pongan sus limosnas en el sobre, junto con los difuntos que deseen que recordemos.

* El párroco encenderá su vela en la del altar. El diácono encenderá la suya en la del párroco, y luego encenderá uno por uno a todos los fieles de la primera fila.

* El próximo martes por la noche habrá cena a base de judías en el salón parroquial. A continuación tendrá lugar un concierto.

* Recuerden que el jueves empieza la catequesis para niños y niñas de ambos sexos.

* El mes de noviembre terminará con un responso cantado por todos los difuntos de la parroquia

Huelgan comentarios, ¿no creen?

22.2.07

Una historia real de Fantasmas I

Viaje de Granada a Valencia; al volante, la mejor amiga de mi mujer, profesora del conservatorio de Granada en aquel entonces. El viaje se hace de noche, saliendo después de clase y cenando en el camino.
Ella está cansada; las clases a niños ajenos cansan como pocas cosas en este mundo. Música relajada en el radiocasete, el sol que se muere en una nube anaranjada, carretera limpia de tráfico. Pasan las horas.

De repente, se duerme. No se da cuenta, pero se ha dormido al volante; quizá está soñando con las clases, o con algo que ha dicho alguien o con algo que tiene que decirle a otro alguien, con su cama en Novelda o con la cena. Quién sabe; de todos modos está a punto de morir.

Y entonces, una mano la toca en el hombro, agitándoselo. Ella se despierta sobresaltada, mira hacia la carretera y justo delante suyo hay una curva cerrada. Frena, gira, y consigue estabilizar el coche.

No vuelve a dormirse. La mano había tocado su hombro... izquierdo.

10.2.07

Un escalofrío matutino.

Ayer viernes iba en coche de camino al trabajo, escuchando la radio como de costumbre, cuando a las nueve de la mañana emitieron el siguiente anuncio patrocinado por la Comunidad de Madrid:

"En Madrid viven millones de personas. Millones de potenciales donantes.
Se realizan más de 1000 operaciones diarias durante las cuales se necesita una gran cantidad de sangre. Necesitamos tu ayuda.

Necesitamos un poco de tu sangre.

Dona."


Una inocente campaña en favor de la donación de sangre, ¿verdad? Y sí, eso es lo que es.
Pero está visto que a los publicitarios los carga el diablo. La voz en off que dice todo lo que ustedes han leído arriba es la del mismo señor que dobló a Gary Oldman en "Drácula" durante las escenas en que interpreta a un Drácula anciano. La misma voz de ultratumba, cavernosa y, para dar la puntilla, con ese extraño acento que debía de semejar el rumano pero que lo que da, en el contexto de ese anuncio, es un yuyu que no vean ustedes.
Ayer viernes, a eso de las nueve de la mañana, todo conductor cinéfilo que anduviese escuchando la emisora M-80 y a Pablo Motos debió sentir el mismo escalofrío que yo.

Si será desvergonzado Drácula que ya hasta pide la comida en la radio.

7.1.07

La gata sobre el tejado de zinc



Acabo de ver "Cat on a Hot Tin Roof", de Richard Brooks sobre un inmenso texto teatral de Tennessee Williams. En versión original.
Se me ocurren varias cosas que decir; sobre todo, acerca de las grandes interpretaciones de un grupo de actores redondo y en estado de gracia. Pero sólo diré una: véanla.

Cuanto antes.

5.1.07

Cuatro Años



El de la foto se llamaba Raúl.

Raúl era hermano de Toni, un colega de pandilla infantil con el que íbamos de críos de aquí a allá, avenida arriba avenida abajo, mirando el culo de las niñas y entiesándonos cuando nos cruzábamos con algún grupito femenino, casi siempre de manera excesiva y acabando rojos de puro miedo a lo desconocido, que como bien decía Lovecraft es el más puro y terrible de los miedos. Algunos años después, supongo que cuando ya andábamos por los quince años, Toni desapareció de nuestra panda para salir con otros amigos, y durante mucho tiempo no volví a saber de él.

Aún algún tiempo más tarde, creo que cuando tenía dieciocho o diecinueve años, conocí por pura casualidad a mi buen amigo Luis en la biblioteca del pueblo, mientras yo hablaba de juegos de rol con un chaval de mi edad a quien casi acababa de conocer y a quien no volvería a ver nunca jamás. Luis nos oyó quejarnos de que no sabíamos de nadie que jugara en nuestro entorno, y se acercó para decir que bueno, que vale, pero que en Torrent sí que se jugaba a rol y muy bien, por cierto, y que él y su grupo de amigos se reunían los sábados por las tardes para darle al vicio de los dados. Además, nos invitó a ambos a una sesión en su casa, al lado del instituto viejo, invitación que aceptamos pero que sólo yo acabé por cumplir, presentándome en su casa al siguiente sábado. Allí conocí a su hermano Ricardo, un crío por aquel entonces de diez u once años, al Meso, casi de mi edad, y a José Javier, Jesús y David (con quien no empecé con muy buen pie: no se le ocurrió otra cosa que escribir en la memoria de una pequeña agenda electrónica de la que yo presumía por aquel entonces "Soy un cabrón". David siempre ha sido un cachondo irrefrenable). Aunque fue una toma de contacto más bien fría, ya que no estaba previsto que siguiera jugando con ellos, lo pasé muy bien aquella tarde y repetí y repetí y repetí. Hice buenas migas con Luis de inmediato; a menudo sólo necesitamos cruzar una mirada para entendernos, algo lógico cuando existe una relación de amistad de años, pero menos habitual cuando así sucede desde casi el primer día. Tras entrar en la dinámica de juegos del grupo, debió pasar un año más o menos hasta que aparecieron otras dos personas en el horizonte, Javi y Raúl, que se incorporaron a las partidas hasta que el grupo reventó por pura masificación de personal: éramos demasiados como para que las partidas resultaran divertidas, o para que fuera práctico meternos a todos en el comedor de una casa sin que los padres respectivos se quejaran o sospecharan que estábamos invocando alguna entidad supranatural. Se produjo un cisma, doloroso para los que quedamos fuera: los tres últimos en llegar. Ese día, en el ascensor que bajaba de casa de Jesús al nivel del suelo, Javi, Raúl y yo nos conjuramos para seguir jugando, los sábados por las tardes, como era ya habitual, buscando un par de nuevos colegas de juego con los que completar la plantilla de cinco que considerábamos la mínima aceptable. Javi y Raúl eran buenos y viejos amigos (todo lo viejos amigos que pueden ser dos personas que tienen unos quince o dieciséis años), pero a mí apenas me conocían. Por mi parte, sabía que el tal Raúl era hermano de mi antiguo compañero de correrías, Toni, y casi nada acerca de Javi. Eso sí, ambos vivían a un paso de mi casa. Algo era algo.

Por supuesto, no se rompieron relaciones con el resto del grupo. Con Luis me llevaba igual de bien que antes, y aunque durante un tiempo apenas vi al resto, los años sólo me han separado definitivamente de Jesús, de quien ya nada sé. Visito mi pueblo dos veces al año, y hago lo posible por encontrarme con los viejos amigos de siempre, pero a Jesús le he perdido la pista.
El caso es que en el nuevo grupo se incorporó Vicente, quien permaneció para siempre entre nosotros, y varios candidatos que iban y venían sin acabar de arraigar. Al tiempo invitamos a Luis, y luego a Ricardo, a que jugaran con nosotros los sábados ya que su grupo había trasladado las sesiones a los domingos, y el asunto quedó más o menos estable durante años.

No me apetece explicar aquí qué es o qué no es un juego de rol. Me da lo mismo si alguien piensa que fomentan a la violencia o si producen comportamientos exclusivistas y sectario; lo pasábamos muy bien alrededor de una mesa, y luego quedábamos para ir de copas por la noche en las calles de Torrent, en la vieja calle de Padre Méndez, como el resto de jóvenes de nuestra edad. Los años pasaron, y las relaciones de amistad se fortalecieron; estoy orgulloso de mi grupo de amigos, que ha ido menguando y creciendo con el tiempo. Ahora también están ahí Óscar, Víctor Santos, Pepe y Merche, Vicente "Montañés" o Rosana, la hermana de Merche y novia de Luis; o Rosario, la novia de Ricardo, y Ana, la novia de Javi y antigua enfermera de Raúl. O mi propia Ana. O Vanessa, la mujer del Meso. También David se ha casado, con Marisa, y espera un hijo.

La vida nos lleva y nos trae: todos trabajan con mayor o menor fortuna, cerca de Torrent o en el mismo pueblo. Han comprado casas, o nos hemos ido a buscar fortuna fuera, tan lejos como el Santiago de Compostela que fue mi primer destino hace ya ocho años, o el Bilbao donde vive ahora Víctor Santos. Han crecido, todos hemos crecido, y varios de ellos viven ya con sus parejas y hasta se han casado, esperan descendencia o ya la tienen, como yo mismo, que disfruto de mi hija Aitana desde hace casi cuatro años.

Pero volvamos al momento del cisma. Javi, Raúl y yo nos fuimos entre cabreados y deprimidos de aquella casa de Jesús. Hicimos los tres buenas migas, aunque en especial trabé una gran amistad con Raúl; seguramente porque venía casi todas las tardes a mi casa a jugar a la vídeo-consola junto a Luis. Siempre los he querido a todos, que soy de los que hacen amigos con mucha dificultad pero que luego vive esas amistades con mucha intensidad. Siempre los he querido a todos, decía, pero he tenido un feeling especial con Luis y Raúl.
Hablaré de Luis otro día, supongo; Raúl era "El Heavy". Seguidor acérrimo de los Maiden, y fan absoluto del escritor inglés Michael Moorcock, Raúl era un lector compulsivo a quien nunca gustó demasiado estudiar. Fuerte carácter, de esos que no saben callar, pasiones encendidas, tipo fiel, incondicional, y amigo de pocas bromas. Durante unos años fuimos los mejores amigos; entonces me fui a Santiago de Compostela a vivir con Ana, y una chorrada de la que no pienso hablar, un malentendido cruel y cabrón, hizo que dejáramos de hablarnos.

Me casé; todos mis amigos de entonces vinieron hasta Elda, a la fiesta pagana que montamos para celebrarlo, menos Raúl que, pese a ser invitado, rechazó venir. Hubiera sido muy sencillo acabar con el problema, pero el orgullo, ése amigo malvado que no deja de cuchichear en los oídos, no nos dejaba. Raúl enfermó; comenzó siendo una anemia rara que hacía que se desvaneciera de tanto en tanto. Luego vieron que tenía un quiste en una costilla, y se lo quitaron. Luego, que no era uno el quiste, sino un montón de ellos; pequeñitas manchas por todos los pulmones. Cáncer.
Por supuesto, pese a no hablarnos me preocupaba por el desarrollo de su enfermedad. Un día me dijo Luis que el tratamiento de quimioterapia que le habían aplicado lo había dejado hecho un desastre y que la cosa iba cada día peor. Ese día le envié un sms dándole ánimos, desde mi casa en el número 22 de la Calle Acacias de Madrid, una dirección muy significativa para un fan de los Maiden. Respondió que había perdido otra batalla contra el Cáncer, la primera vez que apareció aquella palabra en relación a su enfermedad, pero que pensaba ganar la guerra pese a quien pese. Después nos enviamos una serie de cartas, hablando de nuestro enfado infantil que ya duraba tres años. Y acabamos con él en mi siguiente visita a Torrent, con un simple apretón de manos.

Con Raúl compartí borracheras –bien lo sabe Luis–, confidencias, memorables sesiones de Rol, conversaciones acerca de libros, cine y cómics, y hasta footing junto a Vicente "Montañés", una máquina de correr a quien éramos incapaces de seguir. Años repletos de alegrías, un enfado, y algunas nuevas alegrías. Pero Raúl no logró vencer la guerra.
Tras empeorar y empeorar, lo vi por última vez durante las navidades que separaron el 2002 del 2003, cuando mi mujer estaba embarazada de Aitana. Hicimos en el chalet de mis padres la tradicional parrillada de fin de año con la que celebramos mi cumpleaños, con Raúl entre nosotros pasándolo tan bien como el resto. Como a todos mis amigos, a Raúl le hacía mucha ilusión el nacimiento de mi hija, la primera en el grupo; nos despedimos un día después en su casa, él blanco, tapado con mantas y atado a su ya inseparable máquina de oxígeno. Poco después de regresar a Madrid, Luis me dijo que la cosa iba a peor, si es que era posible, hasta el punto de que una médico le confesó al propio Raúl que no pasaría de nochevieja.

Raúl tomó las uvas, alzó el dedo corazón a la salud de la médico. Luego empeoró aún más.

Éste ha sido el artículo más difícil de escribir de todos, tanto que no voy a releerlo o a corregirlo. El día cinco de Enero del año 2003, Raúl murió en su casa asesinado por el Cáncer de pulmón cuando apenas tenía veinticinco años, una edad cruel para morir, joder, y ya nada fue igual para mí, supongo que para nadie. Hoy hace cuatro años.

Cuánto lo echo de menos.