5.1.07

Cuatro Años



El de la foto se llamaba Raúl.

Raúl era hermano de Toni, un colega de pandilla infantil con el que íbamos de críos de aquí a allá, avenida arriba avenida abajo, mirando el culo de las niñas y entiesándonos cuando nos cruzábamos con algún grupito femenino, casi siempre de manera excesiva y acabando rojos de puro miedo a lo desconocido, que como bien decía Lovecraft es el más puro y terrible de los miedos. Algunos años después, supongo que cuando ya andábamos por los quince años, Toni desapareció de nuestra panda para salir con otros amigos, y durante mucho tiempo no volví a saber de él.

Aún algún tiempo más tarde, creo que cuando tenía dieciocho o diecinueve años, conocí por pura casualidad a mi buen amigo Luis en la biblioteca del pueblo, mientras yo hablaba de juegos de rol con un chaval de mi edad a quien casi acababa de conocer y a quien no volvería a ver nunca jamás. Luis nos oyó quejarnos de que no sabíamos de nadie que jugara en nuestro entorno, y se acercó para decir que bueno, que vale, pero que en Torrent sí que se jugaba a rol y muy bien, por cierto, y que él y su grupo de amigos se reunían los sábados por las tardes para darle al vicio de los dados. Además, nos invitó a ambos a una sesión en su casa, al lado del instituto viejo, invitación que aceptamos pero que sólo yo acabé por cumplir, presentándome en su casa al siguiente sábado. Allí conocí a su hermano Ricardo, un crío por aquel entonces de diez u once años, al Meso, casi de mi edad, y a José Javier, Jesús y David (con quien no empecé con muy buen pie: no se le ocurrió otra cosa que escribir en la memoria de una pequeña agenda electrónica de la que yo presumía por aquel entonces "Soy un cabrón". David siempre ha sido un cachondo irrefrenable). Aunque fue una toma de contacto más bien fría, ya que no estaba previsto que siguiera jugando con ellos, lo pasé muy bien aquella tarde y repetí y repetí y repetí. Hice buenas migas con Luis de inmediato; a menudo sólo necesitamos cruzar una mirada para entendernos, algo lógico cuando existe una relación de amistad de años, pero menos habitual cuando así sucede desde casi el primer día. Tras entrar en la dinámica de juegos del grupo, debió pasar un año más o menos hasta que aparecieron otras dos personas en el horizonte, Javi y Raúl, que se incorporaron a las partidas hasta que el grupo reventó por pura masificación de personal: éramos demasiados como para que las partidas resultaran divertidas, o para que fuera práctico meternos a todos en el comedor de una casa sin que los padres respectivos se quejaran o sospecharan que estábamos invocando alguna entidad supranatural. Se produjo un cisma, doloroso para los que quedamos fuera: los tres últimos en llegar. Ese día, en el ascensor que bajaba de casa de Jesús al nivel del suelo, Javi, Raúl y yo nos conjuramos para seguir jugando, los sábados por las tardes, como era ya habitual, buscando un par de nuevos colegas de juego con los que completar la plantilla de cinco que considerábamos la mínima aceptable. Javi y Raúl eran buenos y viejos amigos (todo lo viejos amigos que pueden ser dos personas que tienen unos quince o dieciséis años), pero a mí apenas me conocían. Por mi parte, sabía que el tal Raúl era hermano de mi antiguo compañero de correrías, Toni, y casi nada acerca de Javi. Eso sí, ambos vivían a un paso de mi casa. Algo era algo.

Por supuesto, no se rompieron relaciones con el resto del grupo. Con Luis me llevaba igual de bien que antes, y aunque durante un tiempo apenas vi al resto, los años sólo me han separado definitivamente de Jesús, de quien ya nada sé. Visito mi pueblo dos veces al año, y hago lo posible por encontrarme con los viejos amigos de siempre, pero a Jesús le he perdido la pista.
El caso es que en el nuevo grupo se incorporó Vicente, quien permaneció para siempre entre nosotros, y varios candidatos que iban y venían sin acabar de arraigar. Al tiempo invitamos a Luis, y luego a Ricardo, a que jugaran con nosotros los sábados ya que su grupo había trasladado las sesiones a los domingos, y el asunto quedó más o menos estable durante años.

No me apetece explicar aquí qué es o qué no es un juego de rol. Me da lo mismo si alguien piensa que fomentan a la violencia o si producen comportamientos exclusivistas y sectario; lo pasábamos muy bien alrededor de una mesa, y luego quedábamos para ir de copas por la noche en las calles de Torrent, en la vieja calle de Padre Méndez, como el resto de jóvenes de nuestra edad. Los años pasaron, y las relaciones de amistad se fortalecieron; estoy orgulloso de mi grupo de amigos, que ha ido menguando y creciendo con el tiempo. Ahora también están ahí Óscar, Víctor Santos, Pepe y Merche, Vicente "Montañés" o Rosana, la hermana de Merche y novia de Luis; o Rosario, la novia de Ricardo, y Ana, la novia de Javi y antigua enfermera de Raúl. O mi propia Ana. O Vanessa, la mujer del Meso. También David se ha casado, con Marisa, y espera un hijo.

La vida nos lleva y nos trae: todos trabajan con mayor o menor fortuna, cerca de Torrent o en el mismo pueblo. Han comprado casas, o nos hemos ido a buscar fortuna fuera, tan lejos como el Santiago de Compostela que fue mi primer destino hace ya ocho años, o el Bilbao donde vive ahora Víctor Santos. Han crecido, todos hemos crecido, y varios de ellos viven ya con sus parejas y hasta se han casado, esperan descendencia o ya la tienen, como yo mismo, que disfruto de mi hija Aitana desde hace casi cuatro años.

Pero volvamos al momento del cisma. Javi, Raúl y yo nos fuimos entre cabreados y deprimidos de aquella casa de Jesús. Hicimos los tres buenas migas, aunque en especial trabé una gran amistad con Raúl; seguramente porque venía casi todas las tardes a mi casa a jugar a la vídeo-consola junto a Luis. Siempre los he querido a todos, que soy de los que hacen amigos con mucha dificultad pero que luego vive esas amistades con mucha intensidad. Siempre los he querido a todos, decía, pero he tenido un feeling especial con Luis y Raúl.
Hablaré de Luis otro día, supongo; Raúl era "El Heavy". Seguidor acérrimo de los Maiden, y fan absoluto del escritor inglés Michael Moorcock, Raúl era un lector compulsivo a quien nunca gustó demasiado estudiar. Fuerte carácter, de esos que no saben callar, pasiones encendidas, tipo fiel, incondicional, y amigo de pocas bromas. Durante unos años fuimos los mejores amigos; entonces me fui a Santiago de Compostela a vivir con Ana, y una chorrada de la que no pienso hablar, un malentendido cruel y cabrón, hizo que dejáramos de hablarnos.

Me casé; todos mis amigos de entonces vinieron hasta Elda, a la fiesta pagana que montamos para celebrarlo, menos Raúl que, pese a ser invitado, rechazó venir. Hubiera sido muy sencillo acabar con el problema, pero el orgullo, ése amigo malvado que no deja de cuchichear en los oídos, no nos dejaba. Raúl enfermó; comenzó siendo una anemia rara que hacía que se desvaneciera de tanto en tanto. Luego vieron que tenía un quiste en una costilla, y se lo quitaron. Luego, que no era uno el quiste, sino un montón de ellos; pequeñitas manchas por todos los pulmones. Cáncer.
Por supuesto, pese a no hablarnos me preocupaba por el desarrollo de su enfermedad. Un día me dijo Luis que el tratamiento de quimioterapia que le habían aplicado lo había dejado hecho un desastre y que la cosa iba cada día peor. Ese día le envié un sms dándole ánimos, desde mi casa en el número 22 de la Calle Acacias de Madrid, una dirección muy significativa para un fan de los Maiden. Respondió que había perdido otra batalla contra el Cáncer, la primera vez que apareció aquella palabra en relación a su enfermedad, pero que pensaba ganar la guerra pese a quien pese. Después nos enviamos una serie de cartas, hablando de nuestro enfado infantil que ya duraba tres años. Y acabamos con él en mi siguiente visita a Torrent, con un simple apretón de manos.

Con Raúl compartí borracheras –bien lo sabe Luis–, confidencias, memorables sesiones de Rol, conversaciones acerca de libros, cine y cómics, y hasta footing junto a Vicente "Montañés", una máquina de correr a quien éramos incapaces de seguir. Años repletos de alegrías, un enfado, y algunas nuevas alegrías. Pero Raúl no logró vencer la guerra.
Tras empeorar y empeorar, lo vi por última vez durante las navidades que separaron el 2002 del 2003, cuando mi mujer estaba embarazada de Aitana. Hicimos en el chalet de mis padres la tradicional parrillada de fin de año con la que celebramos mi cumpleaños, con Raúl entre nosotros pasándolo tan bien como el resto. Como a todos mis amigos, a Raúl le hacía mucha ilusión el nacimiento de mi hija, la primera en el grupo; nos despedimos un día después en su casa, él blanco, tapado con mantas y atado a su ya inseparable máquina de oxígeno. Poco después de regresar a Madrid, Luis me dijo que la cosa iba a peor, si es que era posible, hasta el punto de que una médico le confesó al propio Raúl que no pasaría de nochevieja.

Raúl tomó las uvas, alzó el dedo corazón a la salud de la médico. Luego empeoró aún más.

Éste ha sido el artículo más difícil de escribir de todos, tanto que no voy a releerlo o a corregirlo. El día cinco de Enero del año 2003, Raúl murió en su casa asesinado por el Cáncer de pulmón cuando apenas tenía veinticinco años, una edad cruel para morir, joder, y ya nada fue igual para mí, supongo que para nadie. Hoy hace cuatro años.

Cuánto lo echo de menos.