12.9.06

Mami

Será cierto que los niños tienen un don natural para la poesía, o que en su inocencia tan poco inocente ven las cosas del color que realmente tienen, y no del que nosotros queremos ver.
Si ustedes tienen niños, o sobrinos, o hermanos muy pequeños, seguro que los han visto asomándose al lado trasero de la tele para ver de dónde salen los dibujos, o hablando en ese lenguaje tan suyo, preternatural como el de cualquier primigenio, al auricular del teléfono a sabiendas de que el trasto de tanto en tanto dice cosas cuando le hablas. Subiendo al asiento delantero del coche para conducir meneando el volante (y si sus padres son del género impaciente, o viven en Madrid, dándole al claxon tras cada vuelta de la rueda de dirección); leyendo libros sin saber leer, a menudo del revés, o cogiendo las máquinas de afeitar del padre para pasarla por la cara. No comprenden el mecanismo de todas esas cosas, pero ven y aprenden cómo funcionan; como cuando introducen un bocadillo en la portezuela del vídeo, como hace papa, o como cuando meten al gato en la lavadora porque está sucio.

Pero la magia, lo que un día te golpea la cara y te deja sin habla, viene con las preguntas, con sus "¿por qué?" inocentes tan poco inocentes; no voy a alargarme mucho, porque no tengo tanto que decir: mi niña sólo tiene tres años. Pero tengo que recordar antes lo que contó una vez el amigo Rafael Marín acerca de su hijo Daniel. Dice Rafa que cuando el niño era muy pequeño, en una plazuela le preguntó "Papá, ¿Qué hay detrás del cristal del cielo?". La pregunta, maravillosa, me hizo sonreír cuando la leí en su blogg; qué cosas, me dije, tienen algunos niños.

¿Algunos?

Hace unos días, en uno de los muchos viajes veraniegos en coche a los que tan aficionados somos, mi niña miraba absorta el cielo, con la boca medio abierta. Yo daba un vistazo hacia atrás de tanto en tanto por el retrovisor, y Ana, mi mujer, se dio al fin la vuelta sonriendo y le preguntó "Aitana, ¿qué miras?". Y la respuesta fue una pregunta.

"Mami, ¿qué comen las nubes?"

Qué sé yo, pensé, lo que comerán las nubes en la mente de un niño. "¿Qué comen, hija?".

"Agua. Viento y Sol".

Ñam, ñam, ñam.
Sin comentarios.

10.9.06

Adiós, Soria. Adiós.

Una mala noticia con la que me desperté ayer: el excelente blogg de opinión del periodista Julián Díez, "Soria de las palabras" cierra por causas que se explican allí mismo (el link, a la derecha).
Durante casi un año ha sido un lugar de encuentro para amigos y enemigos, aficionados a la literatura de género fantástico, frikis, sabios, voyeurs, escritores y lectores de todo tinte. Hemos vivido polémicas fandomitas, momentos tranquilos, leído curiosidades acerca de deportes imposibles, discutido de política y de lo que no es política. Ahora, se acabó.
Adiós, Julián. Te echaremos de menos.

Una noticia desastrosa, como decía arriba.

8.9.06

Mercedacos

Como regreso al cole voy a contarles una historia verídica de este verano. Podría comenzar con alguna otra cosa, pero no puedo evitarlo: tengo que compartir esto con ustedes, por si aún no han oído hablar de ello, y no se me ocurre un mejor lugar que éste para colgar el asunto. No soy yo quien juzgará a los protagonistas; participo en ella como mero cronista, como simple narrador que toma prestado lo narrado por la persona que asistió al hecho, así que agradecería que nadie me critique por defender o atacar a ninguno de los actores.

Al ajo.

Resulta que el observador, la persona que asistió a todo lo sucedido llegó al lugar de autos junto a su mujer en un Audi6; el escenario era una terraza típica, supongo que veraniega, de un bar de su pueblo, Griñón. Aparcó el hombre justo enfrente de las mesas y sillas, junto a un Mercedes 600 SEL V12 del año 92 (deducida la añada por el voyeur a partir de la matrícula del carro en cuestión). Se sienta el hombre con su mujer enfrente de los dos coches, junto a una mesa en la que había un cincuentón y su parienta tomando algo.

Aparece ahora el otro actor de la impagable escena: atronando por las calles con sus ventanillas bajadas y la música a todo volumen, imagino que con un chumbachumba al uso amplificado por un par de subwoofers de a duro, llega un Peugeot 206 tuneado hasta en las cejas, de color imposible, todo reluciente y dando acelerones para que se escucharan bien sus megatubarros desde casa de la novia. El conductor aparca en doble fila detrás del mercedacos y el coche del narrador. Se bajan del mismo dos mascachapas con los pelos despeinados hacia arriba y engominados hasta en el carnet de identidad; lanzan un par de miradas, supongo que despectivas, hacia el Mercedes y el Audi y se sientan en una mesa ocupada ya por otros tres chandaleros que estaban en la terraza esperando.

Cuando el dueño del mercedacos, el cincuentón de antes, se da cuenta de que los chicos se sentaban en la mesa para tomar algo, le dice educadamente al chico que le quite antes el coche, que va a salir. El Neng le dice que sí, que vale, que bueno, que ahora mismo, y, en un aparte, cuando el cincuentón se introduce ya en el coche, entre risas comenta a sus coleguis por lo bajini que una mierda lo va a quitar; que mucho coche, mucho coche, pero que le va a tocar esperar un ratito.
Mientras el joven se lo pasa pipa con los otros chandaleros, partiéndose todos el ojete a costa del cincuentón con la camaradería habitual en estos especímenes que tan bien conocemos todos, el hombre del mercedacos, quien ya tenía el coche encendido desde hacía un rato, toca el claxon y pide de nuevo al chico que haga el favor de quitárselo.

Y entonces se desencadena el drama.

El chandalero mascachapas megatuning niñato le espeta al cincuentón, en palabras textuales "que te esperes hombreeee, tanta prisa y tanta polla". Acto seguido, nuevo trago a la cañita con los otros alineados a su lado rompiéndose de risa.
Como toda respuesta, el del mercedacos mete marcha atrás y acelera a tope con los más de 400 CV que tiene la criatura, embistiendo al 206 con toda la fuerza en uno de los laterales y empotrándole la puerta del copiloto hacia dentro alrededor de medio metro.
Evidentemente, todo el personal de la terraza se quedó de piedra. Con la notable excepción del mascachapas del 206, claro, que se quedó más bien blanco para luego ponerse verde y morado sin solución de continuidad. Los chandaleros se avalanzan hacia el coche, y tanto el narrador como un conjunto de personas que allí había se levantaron para contenerlos. El del 206 empieza a gritar al cincuentón los "estás loco" y demás, y...

...y entonces baja el cincuentón, con toda su tranquilidad mientras su mujer ni se mueve del asiento de pasajeros. Y mira el golpe. Y le dice al chaval que, vaya, que creía que ya le había quitado el coche de delante. Y le dice también que no lo había visto.
Y luego se alza de hombros y le suelta al pipiolo la frase más grande que jamás he escuchado desde que vi "El Crack" del Garci:

"–Mira, hijo, para ser chulo en esta vida hay que tener cojones y dinero. Y ahora saca los papeles que hacemos el parte, y no te preocupes que la culpa la he tenido yo. Pero tu coche se va a quedar un mesecito en el taller. Un poco más de lo que tú me has hecho esperar a mí".

Dice el narrador que varios de los allí presentes comenzaron a aplaudir. El mascachapas no supo cómo reaccionar tras aquella enseñanza de la vida que el cincuentón le había regalado junto al destrozo absoluto de uno de los costados de su coche.
Como punto final, y por si alguno de ustedes sufre, el mercedacos apenas se abolló.

Aparte de unos rasguños insignificantes manchados de una pintura de color imposible.