24.4.07

Costo del Güeno

Inenarrable.

Los Mossos localizaron en el barrio de Sant Roc de Badalona a un vendedor de drogas quien, vecino del instituto de secundaria de la zona (Eugeni d'Ors), había decidido el hombre publicitar su producto repartiendo octavillas en toda una demostración de espíritu innovador y atinado conocimiento y dominio del marketing. El autor de la octavilla, y vendedor del producto a la sazón, no tuvo reparos en incluir su nombre para que todo el mundo, policía incluida, pudiera encontrarlo sin problemas; aunque en la imagen han borrado el nombre, supongo que la propia policía con el fin de proteger la intimidad del camello, el susodicho se llama Marcos. Como más vale una imagen que mil palabras, sobre todo si la imagen contiene unas cuantas palabras como las que siguen, pues aquí les adjunto copia de la octavilla. El texto lo reproduzco abajo, por si ustedes no pueden leerlo bien o por si no se lo acaban de creer:




"Costo del gueno
Vendo costo de guena calidas
ha chabale rollao y no venir
lo menore.
Esperar al lao de la bentana
de detras mi casa y en lo banco
de asentarse.
no llamar la atension o no
su vendo na.
podei silvar o llamarme y
sargo po la bentana /me llamo ------
vale 20 uros una barrita
ta bien."

Y al lado de mapa, prodigio de buen hacer topográfico, Marcos remata la faena señalando el lugar donde se alza el centro educacional poniendo: "tituto"

Pues eso, lo que yo decía. Inenarrable.

23.4.07

El valor de una vida y una muerte

Liviu Librescu nació en Rumanía durante el año 1931. Era un niño inteligente, muy despierto y curioso ante la rapidez de los cambios que se sucedían a su alrededor, en su bella Bucaresti natal que en aquel entonces parecía destinada a competir en hermosura y dinamismo con las otras dos bellas Europeas: Praga y París. Allí creció como todos los niños, creyéndose inmortal, sin pensar que la vida tenía un final preparado a la vuelta de cualquier esquina. Todopoderoso en su mente de niño, debió asistir sin ver a la salida militar de los Nazis hacia todas las direcciones, al apoyo del gobierno Rumano al Tercer Reich y al inicio de la guerra. Pero para cuando él y aquellos que sobrevivieron en su familia fueron obligados a alojarse en el guetto judío de Ploiesti debió despertar al mundo de la forma más cruel.
Aún era un niño en edad, pero en cinco años envejeció cincuenta.

Después de sobrevivir al confinamiento y a la crueldad de quienes años atrás eran sus vecinos, la familia de Liviu siguió viviendo en su país asistiendo atónita al surgimiento de un nuevo totalitarismo, el comunista, ante el que se revelaron como no puede ser de otro modo en quien ha sido maltratado por un totalitarismo anterior. Liviu se convirtió en un sedicioso, se negó a jurar lealtad al nuevo régimen encarnado en un partido y vio cómo su brillante futuro como ingeniero aeronáutico se iba al garete. Antes de que su misma vida acabara del mismo modo que su carrera, y con la ayuda del entonces primer ministro Menajem Beguin, Liviu Librescu se trasladó junto a su mujer en 1977 al único lugar donde no podría nadie infravalorar su importancia como profesional en base a su religión judía: Israel.
De allí hasta su cita con el destino las cosas comenzaron a salir bien; sus estudios e investigaciones alcanzaron reconocimiento mundial en su especialidad mientras sus hijos crecían en apariencia a salvo de ese mundo feroz donde se había criado él. Llegó a ser profesor de dos universidades israelíes, descubriendo una nueva vocación desconocida, la docencia, y comenzando a lanzar con ello trocitos de pan a la paloma de la muerte. En 1984, aprovechando una excedencia, se trasladó a los EEUU, tierra de oportunidades, dicen, y decidió quedarse allí para siempre, consiguiendo trabajo como profesor en la facultad de ingeniería y mecánica de la Politécnica de Virginia.

El lunes 16 de abril del año 2007 era un día especial para Liviu Librescu: en su primer país de adopción, Israel, se celebraba el "Día del Holocausto", conmemoración de un tiempo terrible que no debe ser olvidado y homenaje a quienes murieron en los campos y guettos de concentración así como a quienes lograron sobrevivir en los tiempos oscuros de la Europa Nazi. Como superviviente del guetto de Ploiesti, Liviu acudió a su trabajo inundado de amargura: uno no puede sentirse orgulloso de haber vivido cuando sólo un golpe de suerte te separa de quienes murieron torturados. En clase atendía a sus explicaciones un grupo de hijos con contrato temporal –que es lo que son los alumnos cuando eres profesor de vocación–, cuando un grupo de detonaciones secas, no demasiado fuertes, como petardos de niño, precedieron a un coro de gritos y terror. Los pasillos de la facultad se inundaron de jóvenes ensangrentados que huían de un Rambo de pacotilla nacido en Corea del Sur con la cabeza repleta de cuervos, pájaros negros y carroñeros, y los bolsillos ahítos de munición del 9 milímetros para su pistola automática Glock –austríaca de fabricación, como Hitler– y del calibre .22 para una semiautomática de origen patrio. El joven Cho Seung-Hui, con apenas 23 años (otro día hablaremos del número 23), con ese nombre de dos apellidos separados por un guión que suele acompañar según los apologistas de la conspiración a todo asesino en masa que se precie, andaba sudoroso y gritando enloquecido por los pasillos de clase en clase disparando indiscriminadamente con sus armas dotadas de cargadores de gran capacidad –prohibidos por Clinton, recuperados por Bush–; los otros jóvenes, los que huían hacia el interior y las alturas del edificio contra toda lógica que dictaría que esa carrera contra la muerte debería dirigirse hacia el exterior, transportaban un aterrador mensaje: haceos los muertos, saltad por las ventanas que no tengan rejas, porque alguien ha encadenado las puertas de salida y la facultad se ha convertido en un atolladero.

Liviu Librescu era un superviviente. Su experiencia en un guetto judío acosado por los nazis rumanos había sido toda una escuela de la vida, donde la diferencia entre continuar en pie o acabar en un horno radica a menudo en la rapidez con que tomas una decisión. En la clase, la confusión y los lloros se habían adueñado de aquel grupo de jóvenes que habían tenido la gran suerte de nacer en un primer mundo ajeno a la guerra; sus alumnos, sus hijos temporales, estaban a punto de morir.
Y tomó una decisión.
Liderando al grupo, hizo que los más fuertes desencajaran las ventanas de sus guías mientras el resto acercaba varias mesas para facilitar la huida. Se situó frente a la salida mientras los chicos escapaban, y cuando el eco de los pasos del asesino llegó hasta él a través de la madera de contrachapado y el cartón, Liviu empujó con todo el peso de su cuerpo y se apoyó contra la salida impidiendo que el joven Cho Seung-Hui accediera a la sala. Todos sus alumnos huyeron; sufrieron cortes, torceduras, magulladuras, pero huyeron. Mientras lo hacían, escucharon varias detonaciones fuertes y otras más débiles, como bolsas de chucherías cuando las haces explotar, tan ridículas como cargadas de muerte. Para cuando Cho Seung-Hui logró atravesar la puerta a través de la cuál había disparado contra lo que fuera que cerraba su paso, empujando con fuerza el cuerpo muerto y ensangrentado de Liviu Librescu, nadie con vida quedaba allí dentro.

La clase de Liviu Librescu sobrevivió, al contrario de lo que sucedió en otras varias del mismo piso. 32 personas murieron antes de que la que sumaba 33 decidiera vaciar su cráneo con un proyectil del 9 milímetros parabelum. El país de las oportunidades, de las muchas oportunidades que tiene cualquier hombre libre para adquirir sin demasiados problemas desde revólveres del .44 hasta subfusiles y rifles de asalto, había perdido en el Día del Holocausto a un héroe y a un villano.

Librescu fue enterrado en el cementerio de Raanana, en Israel, donde vivía uno de sus hijos, acompañado de su mujer Marlena con quien llevaba casado 42 años. Las palabras de Marlena cuando el cuerpo de su marido llegó al aeropuerto fueron terribles: "Él era muy humano". Puta humanidad, debió pensar Liviu Librescu en sus últimos segundos con vida. Puta humanidad.



Liviu Librescu salvó a sus alumnos de una muerte a la que siempre había podido esquivar. Pero esto es la vida real, ya saben, donde los héroes son los primeros en morir, nuestra aterradora vida real tan injusta como sólo puede ser la vida y tan irónica como su hermana la muerte, una vida que imparte lecciones tan lapidarias como la de Liviu, aquel que había sobrevivido a un Holocausto para morir asesinado por un gilipollas.

18.4.07

Letraherido

No me gustan los "memes". Para aclararnos todos, son esos pequeños retos o encuestas que lanza el personal por la red con muy diferentes motivos, que van desde el conseguir direcciones de correo para futuros spam (los "memes" empezaron por correo) hasta el placer onanista de algunos y algunas. En ocasiones tienen su gracia, entiéndanme, sobre todo para alimentar un tanto a la cara voyeur que como bestias todos tenemos clavada bien dentro. Los leo a veces, y hasta sigo la cadena de respuestas cuando el "meme" en cuestión me resulta simpático. Pero, supongo que por mi timidez habitual, o a lo peor por aburrimiento, aunque los realice mentalmente me resisto a participar por aquello de no enseñar al mundo nada mío que no pueda verse en la cara "A", o sea, a simple vista, desde la capa de epidermis hacia fuera; además, según qué "meme" viene cargado por el diablo, no sé si me explico.
Será casualidad, pero hasta hoy el único otro "meme" en el que he participado activamente también surgió (o al menos es donde lo descubrí), en el blogg de Juanma Santiago. Aquel me pareció un ejercicio de autocontemplación interesante, y como alguna de mis respuestas me sorprendió pues di el ejercicio introspectivo como bueno. Éste, en cambio, aunque en su enunciado sea inocente como pocos, me ha descubierto algo que sospechaba pero que no había "visto" hasta que me he dado de bruces con la realidad, en forma de dieciséis libros agolpaditos todos encima de la mesa de café que usamos para casi todo menos para lo que fue pensada. El "meme" (aquí la fuente original) dice tal que esto:

"Es fácil: copiar el párrafo segundo de la página 139 del libro que estés leyendo en ese momento. Se presupone, pues, que te gusta leer y que tienes tiempo para ello."


Y claro, uno no está preparado para cosas así. Leer me gusta, y tiempo no es que tenga demasiado; pero al leer el "meme" me pregunté, ¿qué libro estoy leyendo en este momento? Se me ocurrieron, a bote pronto, unas diez respuestas. Cuando la pelota volvió a botar, ya eran unos veinte, así que dejé los botes a un lado y me replanteé la pregunta: "¿qué libro o libros estoy leyendo "activamente"? Porque muchos son los que tengo empezados y abandonados por aquello de que no han logrado atraparme, y otros cuantos los que sí lo consiguieron y aguardan su momento a que otros, aún más interesantes, les dejen hueco. Pero como siempre estoy leyendo algo, al menos podría seleccionar aquellos que en apariencia vaya a devorar hasta el final a corto plazo, ¿no?
Pues bien, la respuesta es dieciséis. Dieciséis libros a medio leer que tengo al alcance allá por donde paseo la vista, sobre los escalones que llevan al piso superior, en la mesita de noche y sobre la cómoda de la habitación, en los dos baños de arriba, sobre los altavoces traseros de la buhardilla (los delanteros están coronados por una pronunciada pendiente que los mantiene a salvo de libros), agolpados en la capa exterior de las diferentes librerías, en las mesitas de la salida de la casa, dentro de las dos o tres mochilas que turno a diario para ir a trabajar, en los bolsillos de atrás de los asientos delanteros del coche, dentro de la taquilla del Auditorio Nacional... Y los estoy leyendo todos. Los dieciséis.
Que me gusta leer es algo que ya sabía. Que lo hago de forma un tanto obsesiva, pues también; no me quejo, oigan: es un buen vicio. Tirando a carillo, pero bueno. Pero que soy un letraherido, uno de esos cuyas heridas no sanan nunca y que necesitan cada día más letras hasta para calmar la mala leche, pues miren, eso es algo que no sabía. No es sólo que me guste leer, es que me duele no hacerlo, cagontó, es que cuando no leo parezco una lámpara sin bombilla, que está ahí pero no sirve para nada más que para adornar; no rindo, no trabajo a gusto, no soy capaz de escribir, no soy un buen compañero en casa para mi mujer, ni un padre divertido para mi hija. No estoy enfermo: estoy herido.

Como dieciséis libros son muchos, y uno demasiado pocos, pues emulando al bueno de Juanma Santiago me he permitido una interpretación libre del "meme" y he seleccionado los cinco mejor armados, los que me apuntan con la pistola cargada a la cabeza a diario diciéndome "HOY, YO" y los que, en definitiva, voy a acabar más pronto. Además, puesto a llevar el reto más lejos y hacérselo más divertido a ustedes, no voy a decir a qué libros corresponden los siguientes párrafos extractados: si localiza o identifica alguno de ellos, pase por el libro de visitas y deje una nota. Dentro de una semana levantaré el telón. ¿Listos? Pues venga.

1: "Pasó una hora desde que dejara Ditchley Park. Sumido en mis pensamientos y preocupaciones, no había prestado mucha atención a la carretera. Aparte del nombre en código –"Campo Z"–, que había sido mecanografiado en mi nueva tarjeta de identidad válida para las próximas treinta y seis horas, no tenía la menor idea del sitio adonde me llevaban. Mirando la posición del Sol, estimé que viajábamos hacia el sur, en dirección a Londres."

2: (El segundo párrafo es sólo una frase, de modo que incluyo también el tercero) "Él pone cara de extrañeza. Por qué.
No son para los muertos, que son para mi padre. ¿Entiendes? El hambre de mi padre no es el de las ánimas. Es el hambre de un huido hambriento. ¿Entiendes o no?"

3: (Idem que en el caso anterior) "Y, por supuesto, conducía a gran velocidad.
La tercera vez que la llevó a casa, uno de los gastados neumáticos delanteros reventó cuando iba a cien kilómetros por hora. El coche dio un chirriante resbalón, y ella gritó, súbitamente segura de que iba a morir. Una imagen cruzó por su mente: su cuerpo quebrado y cubierto de sangre que había sido lanzado contra la base de un poste de teléfonos, la fotografía en un periódico mostraba sus restos y parecían un montón de trapos. Billy soltó una palabrota y llevó rápidamente el volante hacia uno y otro lado."

4: (Idem que en 2 y 3) "Monoceros: unicornio.
Volví a leer el anónimo que había encontrado en el buzón:
Atrocissimum est Monoceros."

5: "Segunda Parte"
(vale, como párrafo es una puta mierda, pero es todo lo que hay en la página; así que escribo a continuación el primero de la siguiente página, que es la 141)
"Supongo que tendría que ir incluyendo cabeceras a medida que voy contando la historia, ya sabéis, poner la fecha y empezar con "Querido diario, hoy...". Al parecer en la actualidad se ha puesto de moda escribir un diario, sobre todo en América. Lo llaman Blogging. Puedes apuntar lo que llevaste al baile de fin de curso, lo que fulanito dijo en la hamburguesería, etcétera. Todas esas tonterías las leerás en el futuro y te harán recordar los viejos tiempos con una estúpida sonrisa nostálgica en la cara y preguntarte entre débiles suspiros adónde fueron a parar aquellos maravillosos años."

Y eso es todo, amigos. Pasen, lean y jueguen. Y si se animan con él, adelante, letraheridos, escriban sus propios párrafos dos de la página 139; en sus bloggs, si los tienen, o aquí mismo, si les parece.

9.4.07

Este año ha tocado Cádiz.





Este año ha tocado Cádiz.

Dicen que el ser humano es un animal de costumbres. Aparte de coincidir en lo de que somos animales, de bellota en muchos casos, reconozco que este seguro servidor de ustedes es de los de costumbres. Y como Ana, mi respectiva, también lo es, pues hemos convertido en costumbre lo de salir unos días en Semana Santa, coche mediante, de ruta de Paradores Nacionales donde nos lleve el viento para conocer lugares y, sobre todo, sabores nuevos. Que seremos animales de bellota, quizá, y de costumbres, seguro; pero, sobre todo, lo que sí somos los dos es animales de buen comer. Así que el viento nos lleva cada año a un punto cardinal distinto, lejano siempre, donde nos perdemos paseando mientras dejamos atrás el cansancio de la vida real y el peso de sus obligaciones, andurreando por la historia del lugar y empapándonos de sus culturas, artísticas y gastronómicas por igual.

Este año ha tocado Cádiz, sí, donde tenemos unos pocos pero buenos amigos, de esos recientes que adquieren solera de la buena a las primeras de cambio, de los que da tanto gusto ver porque los ves muy de tanto en tanto, aunque siempre con la sensación de que la última vez fue ayer.
Los amigos en Cádiz –Rafa, Isabel, y sus herederos Daniel y Laura–, ejercieron de cicerones casi a jornada completa, los pobres, enlazando visita tras visita mientras esquivábamos, ay, las procesiones de Ku-Kux-Klanes que se multiplicaban en el casco viejo por las tardes. Cicerones de una ciudad a la que aman con orgullo sin disimular, una ciudad que llevan clavada bien dentro, y que si está llenita de colores y formas coloniales no lo está menos de sabores del cagarse. Y qué sabores... Desde la barra del Faro, donde probamos la sorprendente tortilla de camarones, una suerte de témpura de gambas diminutas tan exótica como exquisita –el día en que los gaditanos decidan exportarlas al Japón se forran–, hasta el almacén de la calle Veedor, con unos pinchos de tortilla de impresión y un jamón con muchas jotas que te clavaba en el suelo; pasando por El Dorado del Puerto Real, claro, donde nos sacudieron con un cazón en adobo de tantos kilates como los dos platos de chocos que nos arreamos entre pecho y espalda ya entrada la noche. Pescados frescos allá donde nos llevaron, un gran jamón y cerveza, mucha cervecita helada para el que suscribe y vinos variados para la parienta, que engañaba así al régimen esquivando las rubias frescas mal que le pesara. Aunque no todo fuera comida, oigan, que también nos dimos nuestros paseos por la ciudad vieja, un Santo Domingo en limpio y sin racimos dispersos de cables telefónicos de acera a acera, y descubriéramos lugares mágicos, como siempre ocurre en vacaciones, como lo hermoso por anacrónico de algunas de las calles, o las vistas impresionantes desde la Torre Tavira, con esa Bella Escondida mostrándose sólo a los pájaros, o lo blanco de la catedral por dentro y por fuera (¿cuatro euros la visita? Fenicios...) y el mar eterno que rodea a una ciudad que es una isla.

Pero para lugar mágico, el de la foto.

Juaki también es de Cádiz, aunque su parienta Susana sea de Jerez de la Frontera y vivan y trabajen allí, junto a sus hijos Daniel y Alejandra. Algunas obligaciones médicas nos llevaron a vernos a medio camino, a comer los once juntos en un restaurante de carnes junto al mar, donde se habló de libros y cine, de la vida y los trabajos y del oficio de escribir, que aunque no es profesión para nosotros sí es oficio, y serio. Y quedamos para dos días después en el chalecito junto a los acantilados que los Revuelta tienen en Conil, a una media hora de distancia de Cádiz que se quedó en cincuenta minutos por aquello del perderse y dar la vuelta.
Y, señores, Conil sí vale perderse, y hasta una guerra o dos si me apuran. Un paraíso junto al mar bravo desde el que se ve el Trafalgar donde se murió España pegándose cañonazos contra el Almirante Nelson. Lugar de acantilados naturales aún moderadamente urbanizado donde choca ver un hotel nuevecito casi a línea de playa, o que la casa del concejal de urbanismo sea un palacete como el que tiene montado el Ozimandias en las nieves; o quizá una cosa explique la otra, como de costumbre, y lo que choque de verdad es que en Conil gobiernen los Verdes (verdes como los billetes, como decía Rafa). Pero, en el fondo, el lugar es magia pura aún casi libre del turisteo que todo lo mata. Acantilados sobre un mar limpio y claro, y una arena sin colillas ni jeringillas que abraza una ciudad chiquita y blanca repleta de alemanes jubilados más listos que el hambre.
La playa de los acantilados es, además, una copia natural de la del planeta de los simios. Sorprende descubrir que en el remoto futuro, cuando el calentamiento global se cargue el planeta y las aguas se merienden Manhattan, la señora de la antorcha viajará medio mundo hasta instalarse en Conil, provincia de Cadi-Cadi, para pasar allí sus últimos días rodeada de monos con mala leche para poder saludar al Charlton Heston y lanzarle un guiño. Lista como los alemanes, Miss Liberty. Que, como dice el dicho, los de Cádiz nacen donde les da la gana; y la de la Antorcha, que fue franchute y se mudó a la Gran Manzana por cosas del curro, por aquello de la libertad que personifica, tuvo que nacer en Cádiz. Que ni es mal lugar para nacer, ni mucho menos para morir.

Gracias Rafa, Isabel, Juaki, Susana, Daniel, Laura, Dani y Alejandra. Y hasta la próxima, que será mañana.