24.9.09

Duda Existencial

¿Por qué algunas personas se empeñan en no aceptar que dos más dos son cuatro, lo mires por donde lo mires?

-A dos manzanitas les añades otras dos manzanitas. ¿Cuántas manzanitas tenemos?
-Tres.
-Comencemos de nuevo. Imagina una manzanita sobre una mesa. ¿La tienes?
-Sí.
-Añádele otra manzanita. ¿Cuántas manzanitas tenemos?
-D0s.
-Muuuuyyyyy bien. Ahora tenemos otra manzanita en otra mesa distinta y a esta manzanita le añadimos una manzanita más. ¿Cuántas tenemos en esta otra mesa?
-Dos.
-Perfecto. Pues ahora coge las dos manzanitas de la primera mesa y añádeles las otras dos manzanitas de la segunda mesa. ¿Cuántas tenemos en total?
-Tres.
-Dios...
-Y a mí no me líes.

Lo dicho. ¿Por qué?
De veras, me gustaría saberlo.

1.9.09

Grandes Enseñanzas del Verano

EL VERANO SE ACABA.


Pues eso, señores, que se acabó lo que se daba. Es decir, que lo de dedicarse a nada en particular ya se acabó. Ésa es la primera de las "Grandes Enseñanzas del Verano" (o G.E.V.), o sea, que se acaba. El muy jodido se acaba. No es para quejarse, ha sido el verano con más días de vacaciones de toda mi vida, pero lo cierto es que se acaba, algo que ya debían saber ustedes, supongo, pero que yo he descubierto este verano. ¿Que qué es eso de descubrirlo ahora, con la de años que ya van acumulándose sobre mis hombros? Pues precisamente porque éste ha sido el primero de mis veranos como adulto con vacaciones reales; he disfrutado, salido, viajado, descansado, perreado, tomado el sol... En mis últimos años acostumbraba a buscar trabajos durante el verano, yo creo que en parte porque me aburría un huevo y en parte para no darle demasiadas vueltas al coco, que es esa zona del cuerpo que se vuelve loca cuando no tiene nada en qué ocuparse.

El caso es que este año sí. He disfrutado de mi tiempo de descanso, y mucho. Y cuando uno echa la vista hacia atrás y se da cuenta de que todo eso se ha acabado por ahora, pues miren, que un desastre. El verano se acaba. Mierda.



LA FRUTA NO ES UN ELEMENTO DECORATIVO.


Mi segunda y tercera G.E.V. al tiempo.

Tantos años sobre este mundo y, miren ustedes por dónde, uno se da cuenta hoy día de que la fruta no es un mero elemento decorativo a disfrutar en cuencos de aluminio o, ya puestos en plan natural, dando color a los árboles de los que surge.

Pues no señores, que la fruta se come. En serio. Esa fue una gran enseñanza de este verano, o más bien, un gran descubrimiento. Uno se arma de cuchillo y paciencia y la pela (una ciencia en sí misma, que no es lo mismo pelar un melón que un kiwi, ojo) y debajo de todos esos colores chillones que la naturaleza inventó para ellas hay como una carne jugosa que se come. De verdad, señores y damas, les aseguro que no estoy de coña: la fruta se come.


Y la tercera G.E.V. es que no sólo se come, sino que además está buena. En según qué casos, hasta muy buena. Es fresca, alivia, llena sin embozar y tiene un punto dulce que a mí me satisface y vale, sobre todo teniendo en cuenta que a mí el dulce no es algo que me prive.


Increíble, oigan, pero cierto. La fruta no es un elemento decorativo...



NO HAY VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE.


Espero, vaya.

Acepto que no es un G.E.V. estrictamente hablando, sino más bien una conclusión, una evidencia, una necesidad. No hay vida después de la muerte, más que nada porque de haberla vamos dados. Jodidos, ya me entienden. ¿Que por qué digo lo de jodidos, si eso de la vida después de la muerte es el gran deseo universal, el gran nirvana de toda religión que se precie de serlo, aquello que hace que existan y que el hombre se viera obligado a inventarlas, por todo eso del miedo a lo desconocido, la incomprensión ante la desconexión de la consciencia, la desaparición del Yo, y tal y tal y tal? Pues no hay vida después de la muerte porque de haberla no cabríamos en ese lugar donde todos quieren ir a parar.

Miren ustedes, eso de que después de esta vida iríamos en franca alegría a una vida mejor allí donde cada quién desee no cuela. A un lugar donde todo cristo estaría de puta madre viviendo (o trascendiendo) en paraísos maravillosos, dicen. Pues no, oigan. Que yo he visto con mis propios ojos ese lugar a donde todo cristo quiere ir. La playa. Sé que es donde todo cristo decidiría pasar su eternidad porque en cuanto tienen dos semanas libres en este valle de lágrimas hacia allá que van, a la playa.


Y la playa está petada.


Todas.


Muy petadas.


Ahora hagan un esfuerzo matemático y sumen a la cantidad de peña que va a la playa en verano porque puede permitírselo una cantidad semejante de semejantes que, pobres, no van a la playa no por falta de ganas sino porque no pueden, que la crisis está muy mal y muy jodido el tema. Y a esa cantidad de personal súmenle el triple o el cuádruple de seres hundidos en la más absoluta de las miserias, allá, en el tercer mundo, o ahogados por religiones criminales, o asediados por las guerras. También quieren ir a la playa, que yo he visto este verano en persona a representantes privilegiados de todas esas ubicaciones jodidas y, miren ustedes, estaban todos en la playa.

La cantidad resultante ya es una salvajada, pero aún estamos lejos del punto al que yo quiero llegar. Porque, amigos, si las playas están atacadas a diario por una marabunta humana enloquecida por coger color, este seguro servidor suyo el primero, imagínenlas con todo el personal terráqueo sobre las arenas abrasadoras. Coño, que del peso algunas zonas costeras acabarían hundiéndose en las aguas para siempre. Pues vale, multipliquemos ahora en enloquecedor afán por esclarecer nuestro futuro en el más allá por, no sé, varios miles o millones o miles de millones de unidades con el fin de descubrir cuánta peña ha muerto desde que el hombre es sapiens y no, pongamos, erectus. Una jartá. Y todos a la playa. Menudo panorama. Salvaje agujero íbamos a hacer todos en el cielo, miren ustedes, apelotonados en las costas del paraíso. Y sin chiringuitos, no porque estén prohibidos, que a ver quién prohibe algo en el paraíso, sino porque no creo que a nadie le dé por trabajar en la otra vida, que puestos a trascender uno no trasciende para seguir trabajando, digo yo.


Pues eso, que o hay una línea de playa en el paraíso del tamaño de la vía láctea, o no hay vida después de la muerte. Confirmado.



UNA CLASE MEDIA QUE SE EXTINGUE.


Desoladora G.E.V ésta. Constato que una gran clase media humana se extingue sin remedio: la de aquellos que tienen (tenemos) un cuerpo normal.

Que uno va a la playa y sólo ve tíos culturistas y tías buenas con tetas operadas o, ay, excesivamente orondos y flácidos cuerpos con futuros problemas de salud. Extremos, el del culto a la parte exterior del cuerpo y su apariencia y el del culto al interior del cuerpo y sus estómagos. El Ying y el Yang, o como se diga. Lo Blanco y lo Negro.

Pero de cuerpos normales, con su punto de celulitis, su culo un poco grande de más, o caído de más, o pequeño de más, o los torsos masculinos con su pelo y sus tetas sin desarrollar, o los brazos tubulares de toda la vida, a lo Cezanne, sin biceps ni triceps ni leches, o esas tetas que la naturaleza dio a cada mujer repartiendo centímetros cúbicos sin mucho criterio y ninguna ecuanimidad... nada. De todo eso, nada. O casi nada. ¿Dónde ha ido a parar esa clase media? Porque a la playa no. Y todo el mundo quiere ir a la playa, habíamos quedado.


Soy un espécimen en vías de extinción. Mi culo escaso y yo, digo.



LA TELEVISIÓN ES UNA PUTA MIERDA.


Esto es algo que barruntaba, entiéndase. El día a día de septiembre a Junio me lo había hecho imaginar. Pero uno llega a su particular epifanía catódica (o plasmática en mi caso), su G.E.V., el apartar para siempre toda duda, cuando comienza Julio y los canales deciden volver a programar todo lo que han ido cocinando durante el año, seguidito y en macedonia, por si alguien se había perdido algo. Y miren ustedes, contemplar toda la basura de un año concentrada en apenas dos meses aclara la vista que no vean. Es como sintetizar, como una selectividad televisiva que se salda con un suspenso tremebundo. La televisión es una puta mierda inmensa y hedionda.

Menos mal que algunas cadenas prefieren evitar este salvaje e inhumano ejercicio y, a cambio, programan pelis del oeste. Aunque esta es ya otra G.E.V:



HAY UN HUEVO DE PELÍCULAS DEL OESTE.


Y ésta, señores y señoras, pese a que es una G.E.V. como una catedral gótica, también es otra historia que a lo mejor me da por contar otro día. O no.