21.1.06

Cruel, muy cruel

El hombre entra en el vagón. Tendrá algo más de cincuenta años, aunque se conserva bien: aún delgado, de buena planta, esas orejas ya sobredimensionadas que nos regalan los años cubiertas parcialmente por el pelo grisáceo que aún crece en toda la cabeza. Viste bien, aunque el traje azul marino debe acompañarle desde la mocedad; pero bajo la americana lleva un polo granate juvenil. Los zapatos son oscuros, Timberland, unos de esos deportivos elegantes que gustan calzar los pijos. Se cree aún atractivo. Se sabe atractivo.
Al fondo, junto a la puerta ya inutilizada del viejo vagón de la línea 1 del metro de Madrid, lo que parece una joven ojea una revista de moda que le cubre el rostro. El hombre la mira, curioso, hasta que la chica baja la revista un instante para pasar la página. No sólo es joven: es guapa, muy guapa, y enormemente atractiva. El hombre siente ese viejo palpitar bajo las costillas, el cosquilleo en las yemas. Sonríe hacia la joven.
Y ella le devuelve la sonrisa, baja los enormes ojos oscuros y los devuelve después hacia los castaños del hombre. El cazador que hay en él despierta, le sacude el rostro, le obliga a avanzar, disculpe, perdone, con permiso. Llega hasta el fondo del vagón, frente a la chica preciosa que le ha visto moverse a duras penas atravesando el muro de viajeros. Alza el brazo derecho, donde exhibe el juvenil reloj de colorines, y sujeta con la mano la barra de aluminio del techo, haciendo fuerza para tratar de hacer asomar unos músculos que desaparecieron tiempo atrás.
Entonces, sucede. Ella se levanta. Joder, que se ha levantado. Y no es atractiva, no: está buenísima.
La chica, embutida en lo que parece un mono negro ajustadísimo, introduce la revista en un bolso repleto de siluetas de ositos. Sonríe desde su boca de mentiras (lo que hace el colágeno, señor), da dos pasos hacia el hombre, quien ya sólo tiene ojos para aquello que promete el generoso escote con cremallera de la segunda piel de la muchacha. La tiene frente a él. Piensa, piensa, piensa...

Pero ella se adelanta (¡¡SÍÍÍÍÍÍÍ...!!). Avanza el brazo izquierdo, tomándole del codo con cuidado mientras señala la silla ahora vacía con la derecha:
–¿Quiere sentarse, señor?

V.