24.9.09
Duda Existencial
1.9.09
Grandes Enseñanzas del Verano
EL VERANO SE ACABA.
Pues eso, señores, que se acabó lo que se daba. Es decir, que lo de dedicarse a nada en particular ya se acabó. Ésa es la primera de las "Grandes Enseñanzas del Verano" (o G.E.V.), o sea, que se acaba. El muy jodido se acaba. No es para quejarse, ha sido el verano con más días de vacaciones de toda mi vida, pero lo cierto es que se acaba, algo que ya debían saber ustedes, supongo, pero que yo he descubierto este verano. ¿Que qué es eso de descubrirlo ahora, con la de años que ya van acumulándose sobre mis hombros? Pues precisamente porque éste ha sido el primero de mis veranos como adulto con vacaciones reales; he disfrutado, salido, viajado, descansado, perreado, tomado el sol... En mis últimos años acostumbraba a buscar trabajos durante el verano, yo creo que en parte porque me aburría un huevo y en parte para no darle demasiadas vueltas al coco, que es esa zona del cuerpo que se vuelve loca cuando no tiene nada en qué ocuparse.
El caso es que este año sí. He disfrutado de mi tiempo de descanso, y mucho. Y cuando uno echa la vista hacia atrás y se da cuenta de que todo eso se ha acabado por ahora, pues miren, que un desastre. El verano se acaba. Mierda.
LA FRUTA NO ES UN ELEMENTO DECORATIVO.
Mi segunda y tercera G.E.V. al tiempo.
Tantos años sobre este mundo y, miren ustedes por dónde, uno se da cuenta hoy día de que la fruta no es un mero elemento decorativo a disfrutar en cuencos de aluminio o, ya puestos en plan natural, dando color a los árboles de los que surge.
Pues no señores, que la fruta se come. En serio. Esa fue una gran enseñanza de este verano, o más bien, un gran descubrimiento. Uno se arma de cuchillo y paciencia y la pela (una ciencia en sí misma, que no es lo mismo pelar un melón que un kiwi, ojo) y debajo de todos esos colores chillones que la naturaleza inventó para ellas hay como una carne jugosa que se come. De verdad, señores y damas, les aseguro que no estoy de coña: la fruta se come.
Y la tercera G.E.V. es que no sólo se come, sino que además está buena. En según qué casos, hasta muy buena. Es fresca, alivia, llena sin embozar y tiene un punto dulce que a mí me satisface y vale, sobre todo teniendo en cuenta que a mí el dulce no es algo que me prive.
Increíble, oigan, pero cierto. La fruta no es un elemento decorativo...
NO HAY VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE.
Espero, vaya.
Acepto que no es un G.E.V. estrictamente hablando, sino más bien una conclusión, una evidencia, una necesidad. No hay vida después de la muerte, más que nada porque de haberla vamos dados. Jodidos, ya me entienden. ¿Que por qué digo lo de jodidos, si eso de la vida después de la muerte es el gran deseo universal, el gran nirvana de toda religión que se precie de serlo, aquello que hace que existan y que el hombre se viera obligado a inventarlas, por todo eso del miedo a lo desconocido, la incomprensión ante la desconexión de la consciencia, la desaparición del Yo, y tal y tal y tal? Pues no hay vida después de la muerte porque de haberla no cabríamos en ese lugar donde todos quieren ir a parar.
Miren ustedes, eso de que después de esta vida iríamos en franca alegría a una vida mejor allí donde cada quién desee no cuela. A un lugar donde todo cristo estaría de puta madre viviendo (o trascendiendo) en paraísos maravillosos, dicen. Pues no, oigan. Que yo he visto con mis propios ojos ese lugar a donde todo cristo quiere ir. La playa. Sé que es donde todo cristo decidiría pasar su eternidad porque en cuanto tienen dos semanas libres en este valle de lágrimas hacia allá que van, a la playa.
Y la playa está petada.
Todas.
Muy petadas.
Ahora hagan un esfuerzo matemático y sumen a la cantidad de peña que va a la playa en verano porque puede permitírselo una cantidad semejante de semejantes que, pobres, no van a la playa no por falta de ganas sino porque no pueden, que la crisis está muy mal y muy jodido el tema. Y a esa cantidad de personal súmenle el triple o el cuádruple de seres hundidos en la más absoluta de las miserias, allá, en el tercer mundo, o ahogados por religiones criminales, o asediados por las guerras. También quieren ir a la playa, que yo he visto este verano en persona a representantes privilegiados de todas esas ubicaciones jodidas y, miren ustedes, estaban todos en la playa.
La cantidad resultante ya es una salvajada, pero aún estamos lejos del punto al que yo quiero llegar. Porque, amigos, si las playas están atacadas a diario por una marabunta humana enloquecida por coger color, este seguro servidor suyo el primero, imagínenlas con todo el personal terráqueo sobre las arenas abrasadoras. Coño, que del peso algunas zonas costeras acabarían hundiéndose en las aguas para siempre. Pues vale, multipliquemos ahora en enloquecedor afán por esclarecer nuestro futuro en el más allá por, no sé, varios miles o millones o miles de millones de unidades con el fin de descubrir cuánta peña ha muerto desde que el hombre es sapiens y no, pongamos, erectus. Una jartá. Y todos a la playa. Menudo panorama. Salvaje agujero íbamos a hacer todos en el cielo, miren ustedes, apelotonados en las costas del paraíso. Y sin chiringuitos, no porque estén prohibidos, que a ver quién prohibe algo en el paraíso, sino porque no creo que a nadie le dé por trabajar en la otra vida, que puestos a trascender uno no trasciende para seguir trabajando, digo yo.
Pues eso, que o hay una línea de playa en el paraíso del tamaño de la vía láctea, o no hay vida después de la muerte. Confirmado.
UNA CLASE MEDIA QUE SE EXTINGUE.
Desoladora G.E.V ésta. Constato que una gran clase media humana se extingue sin remedio: la de aquellos que tienen (tenemos) un cuerpo normal.
Que uno va a la playa y sólo ve tíos culturistas y tías buenas con tetas operadas o, ay, excesivamente orondos y flácidos cuerpos con futuros problemas de salud. Extremos, el del culto a la parte exterior del cuerpo y su apariencia y el del culto al interior del cuerpo y sus estómagos. El Ying y el Yang, o como se diga. Lo Blanco y lo Negro.
Pero de cuerpos normales, con su punto de celulitis, su culo un poco grande de más, o caído de más, o pequeño de más, o los torsos masculinos con su pelo y sus tetas sin desarrollar, o los brazos tubulares de toda la vida, a lo Cezanne, sin biceps ni triceps ni leches, o esas tetas que la naturaleza dio a cada mujer repartiendo centímetros cúbicos sin mucho criterio y ninguna ecuanimidad... nada. De todo eso, nada. O casi nada. ¿Dónde ha ido a parar esa clase media? Porque a la playa no. Y todo el mundo quiere ir a la playa, habíamos quedado.
Soy un espécimen en vías de extinción. Mi culo escaso y yo, digo.
LA TELEVISIÓN ES UNA PUTA MIERDA.
Esto es algo que barruntaba, entiéndase. El día a día de septiembre a Junio me lo había hecho imaginar. Pero uno llega a su particular epifanía catódica (o plasmática en mi caso), su G.E.V., el apartar para siempre toda duda, cuando comienza Julio y los canales deciden volver a programar todo lo que han ido cocinando durante el año, seguidito y en macedonia, por si alguien se había perdido algo. Y miren ustedes, contemplar toda la basura de un año concentrada en apenas dos meses aclara la vista que no vean. Es como sintetizar, como una selectividad televisiva que se salda con un suspenso tremebundo. La televisión es una puta mierda inmensa y hedionda.
Menos mal que algunas cadenas prefieren evitar este salvaje e inhumano ejercicio y, a cambio, programan pelis del oeste. Aunque esta es ya otra G.E.V:
HAY UN HUEVO DE PELÍCULAS DEL OESTE.
Y ésta, señores y señoras, pese a que es una G.E.V. como una catedral gótica, también es otra historia que a lo mejor me da por contar otro día. O no.
10.8.09
Un día raro
Decía un largo día de viaje, y también decía un día raro. Y ambas cosas, oigan. Largo porque comenzó en algún momento entre las cinco y las seis de la mañana, que es cuando desperté al arribar a puerto el enorme barco en el que viajaba. Sucede que tras varios días con sus noches moviéndote a velocidad constante dentro de un monstruo gigantesco tu cuerpo se acostumbra tanto al movimiento como al murmullo de sus máquinas y del rozamiento del agua sobre su casco. En una semana de crucero sólo el último día atracó el barco mientras el personal estaba todavía en la cama, y ese detenerse, esa quietud, el fin del rozamiento, la calma de los motores, me devolvió a la consciencia de golpe, como si me hubieran abofeteado los carrillos, dejándome dentro una intranquilidad muy curiosa si tenemos en cuenta que ese nuevo desasosiego nacía de la tranquilidad y la inmovilidad. Luego, cuando pasas días dentro de un barco, parece que el mundo quieto se mueve. Pero eso es otra historia que no sé si contaré otro día.
El caso es que llegamos al puerto de Venecia en barco, claro está, a primera hora de la mañana. Lo siguiente fueron dos autobuses hasta el aeropuerto Marco Polo, un avión hasta Madrid, metro hasta Nuevos Ministerios, tren de cercanías hasta Valdemoro y autobús urbano hasta mi casa. En esta Odisea de andar por casa reside parte de la rareza de la que hablaba algún párrafo por ahí arriba, que uno despierta en barco para tomar dos autobuses, un avión, un metro, un tren y otro autobús, transitando en un puñado de horas sobre casi todos los medios de transporte posibles y a través de mar, tierra (¡ruedas y raíles!) y aire.
Pero lo más raro, o curioso, o jodido, o como quieran ustedes llamarlo, es que después del barco, los autobuses, el avión, metro y tren, llegue uno a la estación de RENFE Cercanías en Valdemoro, su Itaca del día, agotado el cuerpo y angostado el ánimo horas y horas tras el desayuno, pensando que la espera en el aeropuerto de Venecia era lo peor que iba a soportar durante el día... y se encuentra con que el autobús de línea que conecta la estación de tren con mi casa no está allí esperando a los viajeros, como parece lógico. Que como es sábado, pues miren ustedes, hay una afluencia de autobuses menor de la habitual, algo que podría comprender porque a fin de cuentas también hay menos trenes y menos de todo, aunque el sábado sea un día laboral. Lo malo del asunto es que a no sé que mente preclara se le ocurrió sincopar las llegadas de trenes con la presencia de los autobuses en la estación. Y, miren ustedes, sincopar no es lo mismo que sincronizar por más que utilicen idéntico prefijo y pertenezcan ambos verbos a la misma conjugación. No es lo mismo, no. Ni parecido. En realidad, sincopar esa conexión es una auténtica putada.
Tenerte esperando más de media hora bajo aquel sol de media tarde, uno de esos soles de justicia que nunca he sabido distinguir del resto de soles, es otra auténtica putada.
Que el conductor te diga que la cadencia de autobuses en el sábado es de media hora no es una putada en el sentido estricto de la palabra, pero sí una inexactitud tocapelotas, cuando no una mentira con todas sus letras.
Pero que después de un ir y venir en un solo día a sobre casi todo medio de transporte público, taxis o tuk-tuks aparte, de esperas en estaciones marítimas, estaciones de autobuses interurbanos, aeropuertos, estaciones de metro y de cercanías, siendo sábado en todas ellas, que sea el autobús interurbano de tu pueblo el que te acabe desquiciando por culpa de la tremenda descortesía del señor o señora a quien se deba el detalle de organizar los horarios del servicio en cuestión, te deja un regusto raro raro raro en el cuerpo.
Desastre de pueblo a veces, oigan.
6.7.09
Dos meses...
8.6.09
Musa
Vaya por delante que no, que yo nunca he creído en las Musas.
Un amigo mío dice que lo malo de las Musas es que, primero, nunca están ahí cuando uno las necesita y, segundo, que vienen y se van cuando menos las esperas. Mi amigo sí cree en ellas, asegura que en diferentes momentos de su vida han iluminado sus caminos creativos y los han alimentado. Las ha visto, las ha sentido.
Dice que a veces es una persona, casi siempre una mujer, y que otras veces es una obra de otro autor, o una imagen poderosa servida por la naturaleza. Un sonido natural o artificial, un aroma perdido en tus recuerdos que te golpea de repente en el metro. Dice que cuando llega debes dejarte conducir por ella, sin resistirte, y que lo que surge es hermoso aun cuando desde el punto de vista creativo no tenga gran valor.
Yo siempre he pensado que hay personas que cargan de energía tu vida, y que esa energía es la que te hace sentir un impulso a todos los niveles. Para la creación, para la experimentación o, si no sientes esas necesidades, al menos para levantarte cada día como si te hubieran inyectado un par de litros de ginseng en vena. Esa energía no es inspiración: es sólo energía. De repente pasas de la apatía a la necesidad de hacer, pintar, escribir, componer... lo que sea. Necesitas hacer, es como mantener una olla a presión y no darle escape. Pero eso no es inspirar una creación, sino alimentar la necesidad de emprenderla.
Pero quizá semejante descreimiento viene causado por mis circunstancias. Desde que tengo recuerdos he tenido que fabricarme un espacio para poder escribir, un espacio artificial creado contra los elementos que, ya saben, son la vida diaria, la cotidianeidad, la monotonía y las personas que dependen de ti y a quienes debes toda tu atención. No he sentido tampoco las energías de las que hablaba antes, no han cargado mis pilas nunca, ni siquiera mi hija, que lo llena todo, me ha empujado al teclado. Y si no he sentido ese punch de vatios, ¿cómo creer en algo tan elevado y superior como la inspiración?
No sé si era Dalí quien decía que intentaba que la inspiración le pillara trabajando, y yo creo que lo quieras o no es siempre así. Quien se ve alentado por un espíritu creativo nunca deja de trabajar; constantemente estás escribiendo en tu cabeza, aun cuando hayan pasado meses (o años, como es mi caso) en que no realizas el acto físico de poner en negro sobre blanco lo que pasa por tu cabeza. O pintando, imaginando secuencias, viñetas, o estructuras compositivas musicales o de cualquier otro tipo. La inspiración te hace sonreír, es esa idea increíble a la que necesitas dar vida, pero en el fondo es algo que buscas a un nivel subconsciente. No viene de fuera, nadie te la da y nadie te la quita.
Hace cerca de dos años que no escribo. Pensado en ello sí, imaginando historias desde luego, pero nada de golpear teclas. Lo he intentado, he reemprendido varios proyectos abandonados tiempo atrás empezando por corregir, o documentándome de nuevo, o ampliando capítulos. Pero eso no era escribir. De repente, ahora, tanto tiempo después, siento la necesidad y la urgencia de hacerlo. Las baterías estaban cargadas tiempo atrás, me sentía lleno de energía y sin embargo no escribía.
Y ahora no puedo parar.
Decía antes que yo no creía en las Musas.
Pero haberlas, Hailas.
22.5.09
Benedetti
7.5.09
Toma ya
Tampoco está en mi ánimo el confundir al personal: no hay registro escrito de esa manifestación de independencia, ni constancia de que la creación de la República de Jumilla, o el Cantón Jumillano, existiera de verdad o si no fue en realidad nada más que producto de la propaganda antirepublicana del momento. En cualquier caso, si es cosa de la oposición monárquica como si la proclamación de independencia de la nación jumillana es real, no me queda sino decir que, señores, con dos cojones.
14.1.09
Mundo de Dioses
