21.12.06

¡Que lo he ganado!

Reproduzco el acta publicada anteayer:

"Acta del jurado del Premio de relato fantástico Domingo Santos 2006, El jurado, constituido por D. Carlos Quintana Francia, D. José Carlos Canalda, D. Angel Carralero, D. Juan Miguel Aguilera y actuando como secretario sin voto D. Alfonso Merelo, ha decido conceder el premio Domingo Santos 2006 a la obra titulada:

"Pasión gitana por sangre española", presentada bajo el seudónimo de Séneca.

Una vez comprobada la identidad del autor, este ha resultado ser D. Víctor Manuel Ánchel Estebas.

En Huelva a 19 de diciembre de 2006
Doy fe
Alfonso Merelo Solá"


Pues eso, que lo he ganado. Una gran sorpresa y el mejor regalo de Navidad que se me ocurre recibir en un momento de inactividad creativa manifiesta. Que sirva para que aprenda la lección y recupere el ánimo.

Por cierto, si conocen ustedes algún editor con huecos en sus antologías o revistas o lo que sea, recuérdenle que el relato ganador del "Domingo Santos 2006" aún es soltero y sin compromiso.

Mil gracias por las felicitaciones recibidas,

V.

12.12.06

El Pulso

En la última novela traducida al castellano de Stephen King, "CELL", una electrónica que se propaga por los auriculares de los teléfonos móviles y a la cual denominan "El Pulso" trastorna irremediablemente a un enorme porcentaje de seres humanos condenando a la humanidad a la autodestrucción cuando los afectados, convertidos en animales desprovistos de todo lo que nos mantiene a este lado de la barrera de la civilización y con los instintos que nos identifican como humanos sublimados (crueldad y capacidad de destrucción sobre todo), se transforman en turba sin inteligencia ni identidad individual atacando a la gente que no ha cambiado y dividiendo el mundo en dos.

Esta mañana veía mi mujer imágenes en los noticieros madrugadores del velatorio del General Pinochet, fallecido tras la larga agonía a la que nos ha sometido a todos, en las que una turba de seguidores deshumanizados y sin identidad individual, convertidos en un enjambre pero aún dotados de inteligencia, atacaban a periodistas extranjeros y gritaban proclamas loando al fallecido. Un fallecido que sumió al país en una época de oscurantismo, que se aprovechó de ello para enriquecerse terriblemente a costa de los chilenos, que envió a la tortura y a la muerte a unos desdichados cuya única culpa era pensar diferente, o siquiera eso. Un asesino con las manos limpias.

Lo que nos perturba en el libro de King no son las escenas escabrosas, no la sangre ni las muertes; es ver, comprender que toda esa ira está dentro de nosotros y que "El Pulso" tan sólo ha roto las cadenas que la sujetaban. Nos perturba, además, porque en el libro Ellos son muchos más que Nosotros.

Lo que a mí más me perturba de esta realidad nuestra es que todas esas personas que lloran la muerte del tirano no ya añorando un régimen dictatorial represor y asesino sino exudando ira y atacando a quienes piensan diferente, a quienes parecen pensar diferente, o sencillamente a quienes no son como Ellos, no han recibido el envite disparador de ningún "Pulso". Y es que, como bien dice Stephen King, el hombre es bondad, inteligencia, identidad individual, el Partenón y Miguel Ángel... pero también maldad inmotivada, crueldad contra el que es diferente, turba, Auschwitz y Pinochet.

Stephen King es un excelente narrador, no cabe duda. Pero asusta comprender que no ha inventado nada y que para escribir sus novelas de terror sólo necesita abrir dos ventanas: la de su habitación para contemplar el cruel mundo exterior, y la de su alma, para asomarse con prudencia al voraz palpitar de nuestra esencia asesina.

24.10.06

Periodismo. ¿Periodismo?

Atención a la noticia. Sean pacientes, y léanla:

"El checo Tomas Berdych derrotó a Rafael Nadal (6-3 y 7-6 (6)) y dejó el torneo Madrid Masters Series sin su último campeón que cayó frente al undécimo jugador del mundo, que parece tener tomada la medida al balear. El checo, luego, no supo ganar y mandó callar al público tras conseguir su clasificación para semifinales.

Nadal dispuso de un punto de set para enderezar el encuentro y apuntarse el segundo set. Pero no la aprovechó. El manacorí fue víctima del empuje de un rival que parece que le tiene tomada la medida. Dejó todos sus argumentos sobre la cancha a pesar de la derrota, cuyo destino pudo alterar si hubiera aprovechado el punto de set del que dispuso en el desempate de la segunda manga. No lo hizo y el epílogo de su paso por la edición de 2006 empezó a estar escrita.

Nadal fue víctima del empuje de un rival que parece que le tiene tomada la medida.

El tenista checo tiene tomada la medida a Nadal. Con la de Madrid son tres las ocasiones en las que ha batido al español. La tercera en un Master Series y la tercera consecutiva (Cincinnatti y Canadá). Sólo el australiano Lleyton Hewitt atesoraba esta circunstancia."



He leído pocas noticias en mi vida tan mal redactadas. Aparece casi íntegra, con la excepción de un párrafo final en el que nadie tomaba la medida a nadie, y otro que era una copia corto-pegada de más del anterior (salvo el pasaje de tomar la medida, que no es idéntico. Quizá recochineo). No puedo explicarme cómo pudo colgarse en la página web del periódico más vendido de este país (iba a decir del periódico deportivo más vendido de este país, pero tal precisión es innecesaria).

Que tengan ustedes un buen día. Y sepan, por si no lo han deducido ya, que el tenista checo Tomas Berdych parece tener tomada la medida al manacorí Rafael Nadal.

2.10.06

In Memoriam

Pues verán ustedes, pretendía yo escribir una reflexión acerca de lo podrido que me parece todo lo que rodea a los grandes medios, lo asqueroso del modo de hacer política de hoy día y de lo mucho que me avergüenzo de la derecha y de la izquierda patria en el triste asunto de los atentados de Madrid. El caso es que a mitad de reflexión me ha dado un acceso de rabia y lo he borrado todo, a tomar por culo, y he decidido colgar aquí un relatillo que escribí hace ya cuatro años largos, el diecisiete de enero del 2002, tras enterarme de la muerte del protagonista del mismo. Por aquel entonces admiraba yo al personaje; hoy día sigo admirando su producción profesional.
Escribía fatal, aunque sólo hayan pasado cuatro años, y soy consciente de ello. Pero el pobre relato dormía el sueño de los justos y creo que es hora de que salga a pasear.
Que lo disfruten.


"IN MEMORIAM

Aglaredhel puso un poco más de comino en la caldereta; no le gustaba que el gusto de la carne invadiese en exceso el guiso.

Era él un elfo un tanto diferente: amaba la comida de los humanos, en especial la carne estofada, dormía tanto como ellos e, incluso, de tanto en tanto se regalaba una siesta, a su particular entender la más grande aportación de los hombres a la creación. Sus congéneres acostumbraban a mirarlo ceñudos a causa de esos poco habituales modos de comportamiento aunque, pese a todo, o quizá por todo ello, fuese bastante famoso; sería por su excentricidad más que por sus amplios conocimientos, poco significativos pese a varios milenios de entretenida existencia. O tal vez por la facilidad que tenía en lo que a romper arcos se refiere, destrozando incluso alguno manufacturado en Rivendel y entre cuyas propiedades se contaba la de ser irrompible.

No era una buena época para pasear solo por el norte de Gondor; demasiado frío, muchas bandas de ladrones orcos y animales de rapiña famélicos. A menudo se levantaba atenazado por el frío preguntándose qué balrogs se le habrían perdido a él tan lejos de casa, y si la visita que pretendía hacer a un amigo –y que era en definitiva lo que le había llevado hasta allí– no podría posponerse hasta el verano. En fin, después de tres meses de viaje en soledad, aquella noche estaba siendo particularmente extraña: sin sonidos, más fría de lo habitual, carnívora. Algo macizo y pesado ocultaba el brillo de la luna, y Cururur –su actual y desdichado arco– descansaba muy cerca del guiso, atento y a la espera de cualquier contratiempo.
Un escandaloso crujido llegó desde unos matorrales situados a unos treinta metros a su espalda. Crujido, acompañado después de un brillo antinatural, boreal, y un súbito golpe de viento que casi apaga la discreta hoguera encendida con sumo cuidado por Aglaredhel. Cururur y una flecha habían sido tomados con tal rapidez que un quejido surgió del arco. Ante aquel gemido del arma el elfo gris hizo algo tan desacostumbrado como todo lo demás en él: sudó. Que Melkor se me lleve, pensó, otro arco roto y seré el hazmerreír de toda la Tierra Media. Tras el matorral, una oscura voz.

–¿Qué cojones pasa aquí? ¿Ya me he muerto? Coño, pues estamos buenos.
–¿Quién está ahí? –gritó Aglaredhel. A su voz, un humano enorme, alto, gordo, medio calvo y terriblemente feo se alzó tras los matorrales. Vestía una curiosa túnica blanca, demasiado liviana en aquel frío, atada sorpresivamente a la espalda, y no parecía armado. El feo anciano miró con curiosidad al elfo.
–Vaya, menudo paraíso celestial de pacotilla –murmuró para sí–. Porque espero que puestos a tener vida después de la muerte, quién lo iba a decir, no me haya tocado en suerte el infierno. Y viene a recibirme un querubín rubiales, el primo de Cupido, lo menos, y con pinta de querer convertirme en pincho moruno con esa mierda de arco –concluyó saludando con la mano a Aglaredhel–. Buenas noche, señor don loquesea. O señorita, vamos; o lo que tenga usted a bien ser, que entre que no veo nada claro sin las gafas, esas melenas suyas que se gasta usted y la voz aflautada del gritito de antes. –Observó durante unos segundos al elfo–. Verá, joven, sin mariconadas, ojo, pero ¿podría usted ayudarme a que me llegase al fuego? Que tengo un frío de tres pares de cojones, oiga. Y aparte de una vez ese arco de colorines, copón, que no soy un jabalí.
Aglaredhel volvió a repasar con la mirada al extraño hombretón. Aquella inesperada aparición, aquel aspecto, con la túnica blanca, y la profundidad de su voz y lo poblado de las cejas le recordaban mucho al bueno de Olórin. Después de todo, bien podría ser un mago.
–¿Sois un Istarí, señor? ¿Amigo de Mithrandir, quizá? –preguntó esperanzado.
–Con perdón de usted, ¿la madre de quién?
–Que si sois mago, buen señor...
–Vaya, y ahora me sale con lo de la parla arcaizante. Pues no, joven, no soy mago –miró a su alrededor–. O no lo era, vamos, porque después del viajecito éste ya no sé ni lo que sé. Que ya es no saber. En todo caso, lo que sí soy es un viejo gordo entiesado por el frío. Y como veo que lo de acompañarme no ha acabado de captarlo usted, que vaya ángeles maleducados que se gastan en este cielo, me acompañaré yo solito al fuego, si no le importa –dicho lo cual abandonó resuelto los matorrales en dirección a la hoguera. Aglaredhel bajó el arco; era evidente que el individuo era tan feo como inofensivo. Además de que a aquellas alturas resultaba evidente que no le asustaba demasiado ser apuntado por el arco de un Sindar. Curioso individuo.
–¿Hacia dónde os dirigís, buen señor?
–Pues mire que no lo sé. –Desde el fuego, el hombre observó al elfo–. Digo yo que debo de haberme muerto, lo cual tampoco me sorprendería mucho, que andaba bien cascado; que no es que me guste, vaya. Pero como en el asunto de morirse no hay mayor solución, y aquí no parece que vaya a aparecer ni san Pedro, ni santa Rita, ni ningún otro comité de bienvenida, pues... ¿Por dónde queda la capital del sitio éste?
–Hacia el sur, a unas 100 leguas.
–Joder. Leguas dice. Entonces debemos andar por las Castillas. Pues sí que hace frío, sí, yo que pensaba que había ido a aterrizar en los pirineos oscenses.
–¿Cómo decís, mi señor?
–Nada, joven, jovencita... lo que sea. Preguntaba que cómo se llama usted.
–Aglaredhel Hiladil, de los Puertos Grises.
–Pues le acompaño en el sentimiento, oiga.
–¿Cómo?
–Que muy eufónico el nombrecito. ¿Fue hijo no deseado, verdad?
–¿Cómo?
–Que nada, hombre. Mis felicitaciones a su padre, que mucha imaginación, o mucha mala leche, debió tener el hombre.
–¿Y vos? –preguntó Aglaredhel confundido por completo por la extraña verborrea del visitante.
–Camilo José Cela. De Padrón, para servirle a usted y a su santa madre. Pero puede llamarme Don Camilo, que es como acostumbran los cercanos.
El elfo dejó la flecha en su aljaba, destensando la cuerda del arco para evitar accidentes.
–Curioso nombre el vuestro, hasta para un Istarí. Si no sois Mago, ¿qué sois?
–Vaya con el florido lenguaje del indefinido éste. Pues verá usted, me dedico a inventar historias; aunque hay quien dice que lo que hago es pagar a quien las inventa, que me parece una memez, dicho sea de paso. Anda que no hay cosas que decir.
–Vaya –Aglaredhel sonrió–, también yo soy bardo. Qué casualidad.
Don Camilo observó largamente al elfo. Después meneó la cabeza, incrédulo
–Pues mire usted qué bien. Qué alegría me da. Y por cierto, ahora que estamos entre colegas –Don Camilo desvió la mirada hacia la cazuela–, además de frío acabo de percibir que también tengo algo de hambre. Y no acostumbro, ¿sabe usted? –Señaló el guiso– ¿Qué es eso?
Aglaredhel aceptó lo incomprensible de la situación. Al fin de cuentas adoraba a los humanos, y aquél era uno de los más raros con que jamás se había topado. Dejó arco y aljaba junto a su manto de dormir y se acercó al guiso.

–Caldereta de Fornost, Don Camilo. ¿Gustáis?
Don Camilo sonrió –Venga."

12.9.06

Mami

Será cierto que los niños tienen un don natural para la poesía, o que en su inocencia tan poco inocente ven las cosas del color que realmente tienen, y no del que nosotros queremos ver.
Si ustedes tienen niños, o sobrinos, o hermanos muy pequeños, seguro que los han visto asomándose al lado trasero de la tele para ver de dónde salen los dibujos, o hablando en ese lenguaje tan suyo, preternatural como el de cualquier primigenio, al auricular del teléfono a sabiendas de que el trasto de tanto en tanto dice cosas cuando le hablas. Subiendo al asiento delantero del coche para conducir meneando el volante (y si sus padres son del género impaciente, o viven en Madrid, dándole al claxon tras cada vuelta de la rueda de dirección); leyendo libros sin saber leer, a menudo del revés, o cogiendo las máquinas de afeitar del padre para pasarla por la cara. No comprenden el mecanismo de todas esas cosas, pero ven y aprenden cómo funcionan; como cuando introducen un bocadillo en la portezuela del vídeo, como hace papa, o como cuando meten al gato en la lavadora porque está sucio.

Pero la magia, lo que un día te golpea la cara y te deja sin habla, viene con las preguntas, con sus "¿por qué?" inocentes tan poco inocentes; no voy a alargarme mucho, porque no tengo tanto que decir: mi niña sólo tiene tres años. Pero tengo que recordar antes lo que contó una vez el amigo Rafael Marín acerca de su hijo Daniel. Dice Rafa que cuando el niño era muy pequeño, en una plazuela le preguntó "Papá, ¿Qué hay detrás del cristal del cielo?". La pregunta, maravillosa, me hizo sonreír cuando la leí en su blogg; qué cosas, me dije, tienen algunos niños.

¿Algunos?

Hace unos días, en uno de los muchos viajes veraniegos en coche a los que tan aficionados somos, mi niña miraba absorta el cielo, con la boca medio abierta. Yo daba un vistazo hacia atrás de tanto en tanto por el retrovisor, y Ana, mi mujer, se dio al fin la vuelta sonriendo y le preguntó "Aitana, ¿qué miras?". Y la respuesta fue una pregunta.

"Mami, ¿qué comen las nubes?"

Qué sé yo, pensé, lo que comerán las nubes en la mente de un niño. "¿Qué comen, hija?".

"Agua. Viento y Sol".

Ñam, ñam, ñam.
Sin comentarios.

10.9.06

Adiós, Soria. Adiós.

Una mala noticia con la que me desperté ayer: el excelente blogg de opinión del periodista Julián Díez, "Soria de las palabras" cierra por causas que se explican allí mismo (el link, a la derecha).
Durante casi un año ha sido un lugar de encuentro para amigos y enemigos, aficionados a la literatura de género fantástico, frikis, sabios, voyeurs, escritores y lectores de todo tinte. Hemos vivido polémicas fandomitas, momentos tranquilos, leído curiosidades acerca de deportes imposibles, discutido de política y de lo que no es política. Ahora, se acabó.
Adiós, Julián. Te echaremos de menos.

Una noticia desastrosa, como decía arriba.

8.9.06

Mercedacos

Como regreso al cole voy a contarles una historia verídica de este verano. Podría comenzar con alguna otra cosa, pero no puedo evitarlo: tengo que compartir esto con ustedes, por si aún no han oído hablar de ello, y no se me ocurre un mejor lugar que éste para colgar el asunto. No soy yo quien juzgará a los protagonistas; participo en ella como mero cronista, como simple narrador que toma prestado lo narrado por la persona que asistió al hecho, así que agradecería que nadie me critique por defender o atacar a ninguno de los actores.

Al ajo.

Resulta que el observador, la persona que asistió a todo lo sucedido llegó al lugar de autos junto a su mujer en un Audi6; el escenario era una terraza típica, supongo que veraniega, de un bar de su pueblo, Griñón. Aparcó el hombre justo enfrente de las mesas y sillas, junto a un Mercedes 600 SEL V12 del año 92 (deducida la añada por el voyeur a partir de la matrícula del carro en cuestión). Se sienta el hombre con su mujer enfrente de los dos coches, junto a una mesa en la que había un cincuentón y su parienta tomando algo.

Aparece ahora el otro actor de la impagable escena: atronando por las calles con sus ventanillas bajadas y la música a todo volumen, imagino que con un chumbachumba al uso amplificado por un par de subwoofers de a duro, llega un Peugeot 206 tuneado hasta en las cejas, de color imposible, todo reluciente y dando acelerones para que se escucharan bien sus megatubarros desde casa de la novia. El conductor aparca en doble fila detrás del mercedacos y el coche del narrador. Se bajan del mismo dos mascachapas con los pelos despeinados hacia arriba y engominados hasta en el carnet de identidad; lanzan un par de miradas, supongo que despectivas, hacia el Mercedes y el Audi y se sientan en una mesa ocupada ya por otros tres chandaleros que estaban en la terraza esperando.

Cuando el dueño del mercedacos, el cincuentón de antes, se da cuenta de que los chicos se sentaban en la mesa para tomar algo, le dice educadamente al chico que le quite antes el coche, que va a salir. El Neng le dice que sí, que vale, que bueno, que ahora mismo, y, en un aparte, cuando el cincuentón se introduce ya en el coche, entre risas comenta a sus coleguis por lo bajini que una mierda lo va a quitar; que mucho coche, mucho coche, pero que le va a tocar esperar un ratito.
Mientras el joven se lo pasa pipa con los otros chandaleros, partiéndose todos el ojete a costa del cincuentón con la camaradería habitual en estos especímenes que tan bien conocemos todos, el hombre del mercedacos, quien ya tenía el coche encendido desde hacía un rato, toca el claxon y pide de nuevo al chico que haga el favor de quitárselo.

Y entonces se desencadena el drama.

El chandalero mascachapas megatuning niñato le espeta al cincuentón, en palabras textuales "que te esperes hombreeee, tanta prisa y tanta polla". Acto seguido, nuevo trago a la cañita con los otros alineados a su lado rompiéndose de risa.
Como toda respuesta, el del mercedacos mete marcha atrás y acelera a tope con los más de 400 CV que tiene la criatura, embistiendo al 206 con toda la fuerza en uno de los laterales y empotrándole la puerta del copiloto hacia dentro alrededor de medio metro.
Evidentemente, todo el personal de la terraza se quedó de piedra. Con la notable excepción del mascachapas del 206, claro, que se quedó más bien blanco para luego ponerse verde y morado sin solución de continuidad. Los chandaleros se avalanzan hacia el coche, y tanto el narrador como un conjunto de personas que allí había se levantaron para contenerlos. El del 206 empieza a gritar al cincuentón los "estás loco" y demás, y...

...y entonces baja el cincuentón, con toda su tranquilidad mientras su mujer ni se mueve del asiento de pasajeros. Y mira el golpe. Y le dice al chaval que, vaya, que creía que ya le había quitado el coche de delante. Y le dice también que no lo había visto.
Y luego se alza de hombros y le suelta al pipiolo la frase más grande que jamás he escuchado desde que vi "El Crack" del Garci:

"–Mira, hijo, para ser chulo en esta vida hay que tener cojones y dinero. Y ahora saca los papeles que hacemos el parte, y no te preocupes que la culpa la he tenido yo. Pero tu coche se va a quedar un mesecito en el taller. Un poco más de lo que tú me has hecho esperar a mí".

Dice el narrador que varios de los allí presentes comenzaron a aplaudir. El mascachapas no supo cómo reaccionar tras aquella enseñanza de la vida que el cincuentón le había regalado junto al destrozo absoluto de uno de los costados de su coche.
Como punto final, y por si alguno de ustedes sufre, el mercedacos apenas se abolló.

Aparte de unos rasguños insignificantes manchados de una pintura de color imposible.

18.7.06

Las Bicicletas son para el Verano

Eso dicen. Y los Blogs para el invierno.
Un saludo a todos los ocasionales lectores, y nos leemos de nuevo, si ustedes lo quieren, en Septiembre.

7.7.06

A la Ministra de Educacion

Estimada Ministra de Educación.

El motivo de la presente no es quejarme, ojo, como acostumbrará todo Cristo a hacer con usted desde que le ha dado por lo de ser Ministra. Bastante tiene usted con ello, creo yo, y uno es respetuoso por naturaleza. No quiero meterme con su sistema educativo; qué sabré yo de lo que es bueno o malo, acertado o desacertado, competente o incompetente en cuando a educación de niños se refiere. A fin de cuentas estudié en tiempos de la EGB, cuando empezabas con cuatro añitos tus dos de parbulitos y la acababas con catorce, y luego un BUP de tres años y un COU y una Selectividad que luego no servía y luego otra vez sí y luego la llamaron reválida y luego otra vez Selectividad. Un lío. Y eso sin entrar en que mi carrera de música era antes de ocho años con el instrumento, más los varios anteriores sin él, y uno podía acabarla con menos de veinte tacos si se aplicaba y tal, estudiando por las mañanas en el Instituto y por las tardes en el Conservatorio, a treinta kilómetros de casa, o en el Conservatorio por las mañanas y en el Instituto en horario nocturno, como este seguro servidor de usted que todavía llegaba a tiempo por la noche al ensayo de la banda de música a las diez y media de la noche de los martes y viernes. Ahora son quince años, creo, porque las Ministras anteriores a su señora de usted decidieron que había que alargar la cosa porque a ver qué era eso de que acabaran una carrera con veinte años; claro que para solucionarlo lo que pensaron es en que la empezaras con siete u ocho, que digo yo que es algo pronto como para tener algo claro, y el futuro aún menos, si resulta que el personal que se mete a Derecho no sabe hasta tercero de carrera si la cosa le va o no le va. No, yo de sistemas educacionales no entiendo un pimiento; aunque sólo tengo treinta y dos años, me perdí por el camino hará lo menos dos reformas educativas.

Tampoco está en mi voluntad darle consejos de estilo, ni opiniones acerca de lo bien o mal que se viste usted. Que no, que para mí felicidad y alegría, oiga, y que si quiere encocarse un modelito de la Ágata Ruiz cada día, pues allá usted. Aunque he de reconocer que se la ve sobria; despeinada pero sobria. Ya sé que hay una viva y franca competencia (no sé si leal o desleal) entre las señoras Ministras por lo de los trapitos, encabezada la pugna por ese duelo en la cumbre, esa final mundialista entre la Vicepresi y la Ministra de Cultura, de la que ya hablaré otro día. Digo otro día porque cuando pienso que es nuestra Ministra de Cultura, que cuando hay entregas de Goyas u homenajes varios a modistos o estrenos de musicales en la Gran Vía acude rauda y veloz a la búsqueda de la foto pero que jamás desde que fuera nombrada, dos años atrás, se le ha ocurrido pasarse a vernos tocar en el Auditorio Nacional ni una sola vez… pues que se me enciende la sangre y me encabrono, y ya sé que no es plan. Me encabrono porque donde yo toco es en la Orquesta Nacional, vaya. La de España. O sea, la de ella. Si no la de su país, que ya sabemos que hoy día somos una nación pero no indisoluble y esas cosas, y que lo de ser español o llevar el titulillo de nacional delante no se lleva, al menos sí es la costeada con dinero público y gestionada por su Ministerio. Que si es por el nombre, que nos lo cambien, oiga, que a nosotros casi que nos da igual. O sea, la orquesta estandarte del Ministerio de Cultura resulta que jamás en dos años y pico ha recibido la visita de su Ministra, ni para saludar, “oigan, que soy la nueva Ministra”, aunque será porque sabe que la conocemos bien de las fotos en las que gusta salir habitualmente cuando se apunta a los saraos que... ah, ¿que ya lo he dicho? Pues eso, que aunque hagamos tres conciertos semanales (tres. Si será por oportunidades) debe ser que la agenda ministerial es imposiblequenoveasoyesbonita. Y aunque ya tenemos fotógrafo en el Auditorio, pues mire usted, que ahora ya no queremos que venga, hala.

A lo que iba, que empiezo a divagar y me pierdo.

Que en realidad yo no pretendo criticarla ni aconsejarla en nada. Qué va. Ole sus ovarios con lo de ser Ministra. Sí señora.
Si yo le escribía en realidad para contarle que me voy a hacer bandolero.

Que sí.

De los de escopeta y manta y boina pues no, que no se llevan ya. Lo mío debería ser algo más modernizado, de hoy día, más a lo globalizado de ahora. O eso, o ladrón de coches de lujo, que también se lleva. No me pondré con lo de estafador bancario porque uno es muy de letras, o con lo de entrar en el Banco España con la interné, que uno perdió demasiado tiempo en su vida con lo de ser músico y ya se me ha pasado el arroz y justito me veo para controlar mal que bien el procesador de textos. No, yo creo que tendré que ponerme con algo de la rama violenta de la profesión; salteador de autopistas, que es como lo de los caminos pero en rápido y actual. De gasolineras también, que ya que me roban todos los días que estoy obligado a repostar pues seguro que puedo ponerme a lo Robin Hood con ellos sin sentirme mal; o de los que entran en casas ajenas por la noche y se comen el pastel de queso con galletas de la nevera y se llevan el panorámico, aunque la cosa está muy mal, que ya lo sé, y hoy día quien más quien menos se guarda una del calibre nueve milímetros parabelum bajo la almohada para un qué sé yo que yo qué sé. Pero bueno, yo de niño hice Judo, ojo, y seguro que de algo me serviría.
También podría vender artículos robados, que es menos arriesgado, ¿sabe? O falsos, tipo top-manta pero a lo bestia.

Cualquier cosa, que no tengo preferencias, con tal de que lo que sea que haga en lo del bandolerismo me permita abandonar el trabajo legal y limpio que practicamos tanto yo como mi santa esposa y entrar de lleno en la economía sumergida a la que tanta afición tienen algunos en este país de picaresca. Algo que me permita dejar de tener que pagar una pasta horrible a Hacienda, que vale que seremos todos pero alguno que otro más que los demás. A lo mejor hasta consigo así que me salga la declaración a devolver, aun cuando al final del ejercicio haya ingresado mucho más dinero (del oscurito que no conste, digo).

¿Que por qué lo de bandolero? Pues oiga, en franqueza, porque yo también quiero el BMW Serie 3 nuevecito que se gasta alguno de los papis que llevan a sus criaturas al colegio de mi hija, y con los trabajos limpios y honestos y legales no hay manera; que uno consigue ahorrar como puede cuatro duros a lo largo del año para luego tener que darlos todos a Hacienda en dos plazos, uno en Junio y otro en Septiembre, que si no no le llega y de vacaciones una mierda.
Yo quiero dinerito en negro, oiga usted. Como ellos, que uno los ve aparecer por el cole con sus BMWs y sus Mercedes, y sus bolsos ellas de DK NewYork o de Carolina Herrera y se siente como si le hubieran tomado el pelo descomunalmente, con nocturnidad y alevosía y todo lo más malo que se le ocurra a usted.

Porque ellos, los ricos, tienen a sus hijos en los coles y a la mía la han rechazado.

Como a una apestada.
Como si la pobre hubiera hecho algo malo.

Verá usted, resulta que mi hija ha acabado la escuela infantil (la guardería de toda la vida) hasta tres años y le tocaba ya comenzar la educación infantil, ya sabe, la de a partir de tres añitos. El colegio era concertado hasta ahora, y hemos estado pagando con dificultad los costes mensuales para que pudiera estar en él desde las ocho y media de la mañana hasta las cinco de la tarde. Una salvajada de tiempo lejos de mi hija, me dirá; y sí, tiene usted razón, pero es que sus padres son dos honestos trabajadores y nuestras respectivas orquestas no se gastan de eso que se llama ahora Horario de Conciliación Familiar Europeo, así que uno sale a las seis y media de la tarde de trabajar. Aunque peor es lo de mi señora, que la pobre tiene que venir volando para recoger a nuestra niña cuando sale de su trabajo a las dos de la tarde, sin comer y rezando por que El Atasco que es Madrid –desde que al Gallardón le dio por reconstruir el grupo de Pirámides de Gizeh donde quedaba la M-30– no esté especialmente jodido, o que los trenes vayan bien y fluidos; algo raro cuando van hacia el sur, que es donde vivimos nosotros porque en Madrid centro la cosa está pero que muy mal y aunque tengamos dos trabajos limpios y honestos no nos llega para una casa en la capital.
El caso es que ahora tenemos que matricularla en el colegio público, y lo intentamos en el que ha estado educándola hasta ahora (que pasa a ser público hasta el bachiller), porque parece lógico que fuera allí donde siguiera estudiando. Si ya tiene hasta sus amiguitos, con lo que le costó hacerlos. Sobre todo porque tiene algunos problemas de adaptación a las nuevas situaciones, que sus profesoras están tratando de resolver durante todo el año.

Pues no. De lógico, nada.

O sea, los del BMW sí, pero mi niña no. ¿Y sabe usted por qué? Pues porque no tenemos casi puntos por culpa de nuestras respectivas declaraciones de la Renta. Que deben pensar ustedes que somos lo bastante ricos como para poder elegir y llevar a nuestros hijos a colegios privados, digo yo, pero no piensan que ni ricos, ni colegios privados; más que nada porque apenas llegamos a fin de mes y, oiga usted, porque en Valdemoro habrá muchas rotondas, pero colegios privados sólo uno y religioso. Y eso sí que no.

Así que discriminan ustedes a mi hija, que la pobre no tiene ninguna culpa de tener dos padres trabajadores que declaran todo lo que ganan, aunque ganen bastante menos que el del BMW que debe ingresar una pasta, en negro, eso sí, que si no no admitirían a sus hijos, ni tampoco tiene culpa de que sus padres supuestamente ricos no puedan mudarse a un lugar lujoso donde por comparación se conviertan en pobres a ojos de Hacienda y así puedan escoger. Aunque a lo peor en la Moraleja también los de los Ferrari ingresan en negro, que vaya usted a saber.

Se ha quedado mi niña fuera de su colegio. Si consigue plaza en otro, seguro que es el más lejano de mi hogar y uno que no tendrá ni comedor; un desastre cuando tu familia más cercana vive en Valencia a trescientos cincuenta kilómetros y no pueden quedarse con la niña o recogerla en caso de necesidad. Eso sí, cuando se aficione al nuevo cole, ya mayor, y tenga que empezar la primaria o la secundaria, pues seguro que ya se las arreglan ustedes para enviarla a otro colegio distinto; no sea que haga nuevas amistades y trabe lazos emocionales, oigan, a tan tierna edad. Mejor discriminarla de nuevo y jorobarla viva. Y miedo me da leer que el año pasado hubo trescientos niños en Valdemoro que no tuvieron plaza. Miedo. Que no lo digo yo, oiga usted, lo dice su concejala municipal socialista en el pueblo, una mujer ceniza y agorera como ella sola. Porque como me la manden a Pinto, o a Seseña, o a quién sabe dónde, tendré que dejarme de lo del bandolerismo e ir planeando algo a gran escala, porque en esta nueva situación los profesores particulares cobran más que los fontaneros de toda la vida o los antenistas de la Sexta del hoy día. Algo más gordo que lo de asaltar autopistas, vaya.
Algo serio.

Así que, ¿querría usted invertir en una cartera de sellos variados que he comprado a muy buen precio...?

24.6.06

Una Perla de Horror

Hará cosa de dos meses discutía yo con un buen amigo mío, muy aficionado al cine de terror y mucho menos a las novelas que lo alimentan o lo han alimentado en su mayor parte. Decía mi amigo que una novela no posee la inmediatez o la capacidad de causar un choque a su objetivo, el lector, quien, para empeorar la cosa, no sólo puede encender la luz de toda la casa mientras lee (de hecho, necesita alguna luz para poder leer) apartando gran parte de los fantasmas que se nos aparecen en la sala oscura del cine, sino que hasta puede cerrar el libro si la cosa se pone fea. Porque en el cine uno no puede escapar, ya saben ustedes; sobre todo si, como es habitual, se acude al pase en manada para poder apoyar tu inseguridad en los colegas de al ladito (lo cual, a mi juicio, no deja de ser una trampa tan rastrera como lo de encender las luces).

La capacidad de asustar mediante el recurso de un golpe violento acompañado de una fuerte sacudida de timbales o metal chirriando la posee en exclusiva la gran pantalla. Algo menos la televisión, por grande que sea el aparato, donde uno también puede encender las luces y hasta acompañarse de un bocadillo en el que centrar la atención para no tener que ver a ese maldito niño de piel blanquecina que parece brillar y sonríe con una boca repleta de hermosos dientes afilados que no parecen necesitar ningún tipo de ortodoncia, y quien flota al otro lado de la ventana de su amiguito pidiéndole que le deje entrar, por favor, que el Amo así lo quiere.
En tiempos, ese recurso al susto inmisericorde fue un don que explotaba la radio, y hay quien piensa (el maestro King, sin ir más lejos. Y no vamos a ir muy lejos del maestro King en este modesto artículo) que la radio por sus características puede llegar más lejos que el cine a la hora de crear no sólo susto, sino genuino terror: la radio deja demasiado a la imaginación del oyente. Y, como suele decirse, en la imaginación a los monstruos no se les ve nunca la cremallera. Pero el susto, el miedo inmediato, pertenece a la vida real y a la gran pantalla; tuve que estar de acuerdo con mi amigo.

Decía también que el terror más incontrolado, el que te hace temblar y apretar con los dedos los apoyadores de tu butaca o el brazo inocente de tu novia sin darte ni cuenta, nunca alcanza el mismo nivel de intensidad en un libro que en una sala oscura ante una pantalla de veinte metros de diagonal con los altavoces del multicanal ajustados a un volumen excesivo. Usaba el mismo flotador de antes: la ausencia de luz y la falsa soledad que la oscuridad del cine genera. Yo discrepaba y discrepo en este punto; la luz encendida de una lámpara para leer cercana a ti crea mil y una sombras extrañas, una penumbra de cosas que se mueven en los horizontes desenfocados de tus ojos que puede llegar a ser más acojonante que la oscuridad de un cine. Además de otra cosa: uno siempre lee en verdadera soledad, y por más que alargues la mano no hay un apoyador a mano ni un brazo de novia a tu lado; verdadera soledad o soledad acompañado de uno mismo, que es peor. Los miedos, el alcance de la imaginación (que en el lector impenitente es mucho), las experiencias vitales… todos ellos dentro de la cabeza empeñados en imbricarse para jorobarte y obligarte a cerrar el puto libro hasta mañana, que ya es tarde y hay que trabajar. Y a dormir pronto, aunque con la luz encendida.
Pero me consta que ni pude ni puedo convencerlo, porque es de los que leyó Drácula sin muchas expectativas, o esperando encontrarse dentro a Christopher Lee, y acabó cerrándolo en cuanto el Conde aparece por Londres. Empate técnico, ¿vale? Lo concedo a regañadientes, que conste.

El problema de verdad comenzó cuando comenzamos a discutir acerca del Horror. No terror, no escalofrío, o rechazo ante una situación que sobrepasa la repugnancia. Horror. Del güeni-güeni, como dicen en Cádiz, del que nos asalta cuando asistimos a una escena que nos sorprende no tanto por lo que muestra sino por lo que implica. Como sucede siempre en algún momento intermedio de los mejores cuentos del mentado Stephen King, o de cualquiera de los grandes cuentos de horror de todos los tiempos. O en los finales en suspense de los cómics de terror que uno leía en la infancia y en los que se muestra la mano del Ser que nunca ha acabado de aparecer a punto de tomar el brazo del protagonista y sabes bien que es imposible que el Ser esté allí y puedes imaginar lo que va a ocurrir (¿dónde está el interruptor? ¡Quiero encender la luz!).
Mi amigo aseguraba que es imposible producir genuino horror sin llenar dos páginas de novela. Que funciona, pero que necesitas cuatro minutos al menos para llegar a la sensación y que, por esa demora excesiva, la dosis de adrenalina es menor que cuando el director de “Saw” te arrea la primera bofetada. Ah, pero aquí me pilló preparado. Yo no sólo creo que puede producirse horror con un mínimo párrafo compuesto por unas pocas palabras, sino que lo sé. Lo sé perfectamente.

Y lo sé porque lo he sufrido.

Treinta palabras, mucho menos de lo que cuesta contar un chiste mediano.

Así que, y para evitar los condicionamientos que puede producir el tono de voz del que suscribe cuando se pone serio y amenazador (y cuando digo condicionamientos no pretendo insinuar que fuera con ello a aterrar en mayor medida a mi amigo, sino todo lo contrario), para que la experiencia fuera genuina, quedé en enviarle el párrafo en un email. Una perla de horror de regalo, sencilla, nada elaborada, tan rápida en sus efectos como una de las pastillas placebo de House o la mejor secuencia de la peor (en el buen sentido) película de David Cronenberg; sin presentación de personajes, sin desarrollo de la escena, sin efectos especiales. Sólo usted, las treinta palabras… y su pérfida y malintencionada imaginación. ¿Las quieren? ¿Quieren esas pocas palabras?
Temo decepcionarlos, pues estarán esperando que sus corazones vuelquen y no creo que suceda tal cosa; porque entonces jugaba con el escepticismo de mi amigo y podía aprovecharme de ello, y porque en mi propia experiencia fui un lector sorprendido por completo, a quien el párrafo inesperado produjo un escalofrío que me sacudió de arriba abajo. Pero ustedes están esperándolo y no voy a cogerlos por sorpresa. Aun así, ¿nos arriesgamos? ¿Quieren leer la perla de horror?


Imagina que bajas por una escalera a toda velocidad apoyando y deslizando la mano por un largo pasamanos de aluminio que de repente se convierte en una navaja de afeitar.


¡Brrrr...!
¡Su padre, como dijo mi amigo!
Este párrafo lleva acompañándome desde hace mucho tiempo, aunque sólo he recordado su fuente hace tres días. En Marzo de 2001 compré un libro en inglés durante un viaje a los EEUU; fue un viaje muy largo, y me quedé sin libros pronto, así que me arriesgué con uno que imaginaba sencillo para mi bajo nivel en el idioma y lo compré en una librería de Washington. El libro se titulaba “Danse Macabre”, escrito por el maestro Stephen King, y me sorprendió porque me preciaba de haber leído toda su producción en España y aquel libro no lo conocía en absoluto. Me equivoqué (por no leer la contraportada) y resultó que el libro, escrito en 1981, era un largo ensayo acerca de la literatura de horror, el cine y los cómics, en los últimos treinta años (hasta el año de escritura, claro está). Leí con dificultad, parrafos sueltos sin enterarme mucho de lo que me estaba encontrando, y me topé de improviso con el párrafo del que les hablo. El libro lo perdí en el mismo viaje, aunque no le di importancia porque no estaba sacando nada de él… excepto la perla. Perdí la concha, pero la perla no me ha abandonado.

Hace tres días encontré un libro de la editorial Valdemar, recién editado, llamado “Danza Macabra”. Lo estoy devorando (y hay más perlas. Ahora sé que no es una concha, es un cofre del tesoro), y lo recomiendo encarecidamente por su profundidad analítica, por lo concienzudo del trabajo de King y por su gran dominio de la estructura y manejo magistral del lector.
Aunque aún no he encontrado mi párrafo lo aguardo con expectación.

Y con las luces encendidas.

19.5.06

Mis Planos Paralelos




Anteayer por la mañana.

Estaba yo vagabundeando por la red, que es de las pocas cosas que me alegran la vida últimamente. En la tele ponían un capítulo de alguna serie yanqui en AXN, y la casa estaba en absoluta paz, con la niña en el cole y la señora trabajando en Madrid. Mi estómago se quejaba, pidiendo la tapita de queso y jamón con una copita de fino con la que me regalo a media mañana cuando estoy solo en casa.

Entonces sonó el teléfono. En la pantalla de la terminal inalámbrica que utilizamos no aparecía el número, sino una sola palabra: "Privado". La que siempre vemos cuando la llamada es de los pesados de citibank, o de los igualmente pesados de Jazztel o Iberdrola. Estos señores tienen un concepto de lo que significa la privacidad de las personas muy extraño: privada su llamada, aunque no la solicitemos; privada su identidad, que te dan un nombre pero te suena a simple extremidad de una enorme mente colmena; todo privado, menos nuestra vida y nuestros datos.

En fin, que cojo el aparato dispuesto a mandar al garete con muy mala educación a quien sea que me ha llamado, como acostumbro a hacer. Recuerdo que en una ocasión, hace meses, me dieron un toque unos de una empresa energética, no recuerdo si Gas Natural o Endesa o Iberdrola, que tanto da; después de soltarme esa parrafada que se aprenden de memoria durante la cuál no te dejan intervenir le dije a La Voz Al Otro Lado que nones, que no me interesaba lo que fuera que me ofrecía porque estaba contento con los servicios de mi compañía del momento. Y La Voz Al Otro Lado me suelta "pero oiga, ¿le gusta a usted gastar más dinero del necesario...?". Venga. Atentemos a la moral, a la conciencia del usuario, a su vergüenza. Como si fueran ellos la madre de uno, vaya. La respuesta hizo reír a mi suegra, que andaba aquel día por allí: "Pues sí, mire usted. Me encanta gastar dinero. Es lo que más me gusta del mundo: derrocharlo en grandes cantidades en lo que me viene en gana".

El caso es que anteayer por la mañana, cuando descolgué el teléfono, saltó de inmediato La Voz Al Otro Lado, femenina esta vez.
–Hola, muy buenos días. Le llamamos de Telefónica.
–Ah. Pues muy bien. Buenos días.
–¿Es usted el titular de la línea?
–Pues sí señora.
–Encantada de conocerle. Le llamábamos para informarle de nuestras ofertas en "Trío", un servicio que integra telefonía, nuestra televisión Imagenio y banda ancha de internet en ADSL. ¿Utiliza usted conexión a internet?
–Eh... pues sí señora.
–¿Conoce usted la tecnología ADSL?
–Pues sí señora –dije mirando de reojo mi portátil–. De hecho, estaba usándola ahora mismo antes de su llamada. Pero...
–Estupendo. Pues nuestra oferta "Trío" integra el servicio de banda ancha con dos megas, telefonía y la televisión Imagenio. ¿Conoce usted Imagenio?
–Señora, estoy viendo ahora mismo un programa de Imagenio. Es lo que trataba de decirle, que no sólo conozco lo de su oferta "Trío", sino que la tengo contratada desde hace tiempo.
–NO.

¿Cómo que no? Aquella respuesta seca, contundente, convencida, me dejó algo descolocado.

–Sí señora, si lo sabré yo.
–NO. Usted no tiene contratado nuestro servicio Trío.
–Oiga, créame: estoy viendo Imagenio ahora mismo. Se ve muy bien, vaya. Estamos hablando por teléfono y tengo el ordenador encendido con...
–NO señor. Se confunde usted. Me temo que no tiene contratado nuestro servicio Trío. Está usted equivocado. No tiene contrato con nosotros de ninguna clase.

Es lo que tiene de bueno la vida, oigan ustedes, que a la que te descuidas te sorprende. Durante años he utilizado el ADSL y la telefonía de telefónica, tampoco puedo decir que de forma enteramente satisfactoria. Y la televisión Imagenio desde principios de año. Pero de algún modo, entre el viaje al colegio para llevar a Aitana y la tumbada en el sillón inmediatamente posterior, debía haberme trasladado junto a mi casa entera a un plano alternativo en el que mi contrato con telefónica había desaparecido sin dejar rastro.
Seguramente, la televisión se apagaría en pocos segundos.
A lo mejor, hasta desaparecía junto al ordenador.

–Mire usted, señora. Me está asustando, porque ya no sé si creerla a usted o a mí mismo y lo que ven mis ojos. Le juro que estoy viendo Imagenio. Mire, ahora cambio de canal y todo. Y estamos hablando por teléfono, ¿no cree?
–Oiga, señor, si quiere le llamo en otro momento.
–No quiero que me llame en otro momento. Lo que quiero es que no me llamen para ofrecerme algo que ya tengo contratado, si es que es posible que...
–No. Usted no tiene ningún tipo de contrato con nosotros.

Pues nada. Debe haber un portal interdimensional en Valdemoro. Tanta rotonda repleta de figuras extrañas no pueden traer nada bueno (mujeres de acero oxidado oliéndose el sobaco, puertas gigantescas que semejan los monolitos de 2001, taburetes gigantescos negros... un astronauta chutando un penalti...); tanto parque con lagos artificiales y tanta academia de guardia civiles... Si ya lo dicen mis amigos: este pueblo es rarito rarito. Primordiales, seres informes debían aguardar ocultos, muertos pero no muertos, dentro de la figura del astronauta y bajo las aguas de los lagos. O algo.

–Señora, ¿a qué coño de número ha llamado usted?
–Al XXXXXXvXX.
–Gracias a dios. –Suspiro de alivio–. Joder, que se ha equivocado, oiga usted.
–¿Cómo dice?
–Que ése no es mi número. Casi acierta, vaya, pero no lo es; que tengo Imagenio, y telefonía, y el ADSL contratado con ustedes. Y que del mal cuerpo que me ha puesto usted, me estoy pensando si buscar otra compañía, la verdad. ¿Cómo había dicho que se llamaba...?
–Uy. Perdone.

Y colgó.

13.5.06

Die Götterdämmerung




Hace algo más de una semana, zapeando aburrido en mi sillón, me topé con un programa llamado "Hogan Knows Best". Lo emitía la MTV, y es una suerte de reality centrado en la familia y la vida del famoso luchador de wrestling Hulk Hogan.
Muchos de ustedes conocerán el nombre de oídas, y alguno lo recordará por sus apariciones estelares en episodios contados de "El Equipo A", o en alguna serie émula del Texas Ranger más famoso del universo, o por su afortunada intervención en "Rocky III", donde se interpretaba a sí mismo (aunque con un nombre diferente) en un combate benéfico entre él y el campeón Balboa. Es, en definitiva, el tipo de la foto: el luchador de wrestling más famoso de todos los tiempos.

Pero alguno de ustedes tendrá mejores recuerdos de Hulk Hogan: si son de mi generación, o de las inmediatamente anteriores y posteriores, es más que posible que fueran aficionados al programa "Pressing Catch" de la recién nacida Tele5 de inicios de los noventa. Junto a "Humor Amarillo", el programa que emitía los combates de pago de la World Wrestling Federation los sábados y domingos por la mañana se convirtió en el estandarte de la cadena privada para los niños y jóvenes que no soportaban a Emilio Aragón ni a las Mamachicho.
Aquellos combates épicos entre superhombres coloreados eran extrañamente divertidos. Aparecía por uno de los extremos del estadio donde se celebraba la fiesta un botarate fondón y bajito con cara de querer comerse el mundo; el tipo se acercaba al ring, subía, se reía y aplaudía al público o todo lo contrario, si su personaje pretendía resultar antipático, e invariablemente comenzaba a dar saltitos de pavor y susto en cuanto se apagaban las luces y comenzaban los sones de la BSO de alguno de los luchadores de verdad. Entonces unos focos alumbraban otra de las esquinas del estadio y, de entre las sombras, salía corriendo "El Último Guerrero", o paseando con regocijo y aires de superioridad Rick "El Cariñoso" Rude, o agitando sus rizados cabellos rubios el prepotente "Mister Perfecto". Estos superhéroes de la vida real subían al cuadrilátero, hacían el baile de introducción de cada cual (desde rasgarse la camiseta, como Hulk Hogan, a dar unas doscientas vueltas al ring, como en el caso del Último Guerrero, pasando por agitar las caderas en un movimiento pretendidamente sexy, caso de "El Cariñoso" Rude), empujaban al árbitro y se merendaban con patatas al alfeñique de turno, casi siempre acabando el combate con el movimiento especial de cada cuál (movimientos que en ocasiones hacían pensar que se había cargado al pobre desgraciado gordito que se había encerrado con él entre las cuatro cuerdas).

Por supuesto, todos los combates estaban perfectamente coreografiados y uno veía, aunque no quería verlo, cómo se daban patadas sobre la tarima del ring mientras se soltaban los impresionantes sopapos al aire (una tarima especialmente elástica, como si pretendieran facilitar con ello los saltitos y piruetas), o cómo apretaban el cuello del contrincante sin apenas rozarlo, o cómo se lanzaban patadas al "bajo vientre" (que es como llaman a cierta salva sea la parte en la lucha libre. O sea, a los huevos) que alzanzaban siempre el muslo. Que debían tenerla del tamaño de Montana, porque aunque no se atinaban nunca los dolores producidos eran más que evidentes. Cómo, en definitiva, en las llaves que teóricamente dejaban KO a uno de los luchadores, el que primero daba con el suelo era el que la ejecutaba.

Un espectáculo, vaya, entre superhéroes de carne y hueso, de dos metros largos y cientos de kilos de peso, viva personificación de los personajes de cómics que incluía los calzoncillos de colores por fuera, los supergrupos, los villanos de postín y hasta los superpoderes sobrenaturales: Jake "the Snake" Roberts llevaba al ring un saco con una enorme serpiente que, pese a no moverse un pimiento, cuando caía sobre el contrincante vencido parecía ocasionarle una tortura insoportable; el Último Guerrero (traducción especialmente desafortunada del original "The Ultimate Warrior"; o sea, el Guerrero Definitivo) sufría lo que el gran comentarista Héctor del Mar llamaba "El Baile de San Vito", unos temblores extraños que lo convertían en invulnerable mientras se paseaba por el ring agitando los brazos ignorando los golpes de su enemigo; el "Enterrador" es capaz de lanzar rayos o de hacer brotar humo infernal de cualquier parte, y "Modelitos Martel" llevaba consigo una super-arma consistente en un pulverizador repleto de su perfume personal, diríase que ácido molecular por los aspavientos que daba su desafortunada víctima cuando le lanzaba el líquido del interior a los ojos.

Había en todo aquello hasta sus arcos argumentales periódicos, el conflicto entre dos de los superhéroes por algún malentendido, o la lucha eterna entre el bueno y su némesis, quien maquinaba a escondidas (con una cámara delante, claro está) la forma de causar dolor al héroe de turno: desde atacar a su novia (caso de Randy "Macho Man" Savage, quien tenía una pareja que debió ser la mujer de los años ochenta más atacada de todo norteamérica) a acusar de cualquier tontería al tipo bueno haciéndole perder el cariño de la muchedumbre que, siempre siempre, como turba que es, se creía los infundios sin dudarlo.
Sí, todo esto lo leíamos en los cómics de la Marvel o D.C.; pero en el Pressing Catch sucedía ante nuestros ojos: supergrupos enfrentados durante años, combates épicos entre dos de los tipos buenos que duraban más de una hora (durante la cuál acostumbraban a destruir los aledaños del ring), amigos del alma que se tornaban enemigos irreconciliables hasta que volvían a recuperar la amistad tras derrotar al supervillano común... Joder, que hasta sagas familiares tenían y todo.

Nos gustaban "El Último Guerrero", Jake "The Snake" Roberts, Randy "Macho Man" Savage (a quien los profanos recordarán por interpretar al enorme luchador del inicio de "Spiderman"), Hulk Hogan, The Texas Tornado (un tipo que se parecía tanto al Último Guerrero que durante mucho tiempo estuve seguro de que era el mismo tipo pero sin maquillar) o "El Poli Loco" (traducción curiosa del original "The Big Boss Man"), y odiábamos al "Modelitos Martel", a Rick "El Cariñoso" Rude, al enorme "Hércules" (siempre acompañado de su cadena de eslabones como puños que parecía no pesar nada), a Mister Perfecto (visto durante el combate de wrestling al que asiste Christopher Lambert al inicio de Los Inmortales) o al pantagruélico Andrea "El Gigante", a quien recordamos amable y bondadoso gracias a su aparición en "La Princesa Prometida". Adorábamos a los supergrupos de héroes como "Los Roqueros" o la "Fundación del Corazón", y nos repugnaban las malas artes de villanos como "The Legion of Doom" o los "Demolition". Como siempre ocurre, al final del cuento nos acababa cayendo mejor el malo por más que durante el combate animáramos al héroe.

De todo esto pretendía hablar cuando lo recordé de golpe al ver en aquel programa al bueno de Hulk Hogan. Una alegría extraña, infantil, me asaltó cuando Hulk Hogan se preparaba acompañado de su familia para entrar en el Salón de la Fama de la World Wrestling Entertainment, tras ser presentado por Silvester Stallone. Allí apareció algún otro de sus compañeros de fatigas, también para recibir los honores, como un envejecido "Sargento Gorila", o un desmejorado "Modelitos Martel": habían pasado más de diez años desde que yo los viera pelear, es un decir, en el cuadrilátero. Y resultó evidente que el tiempo corrió rápido y cruel para todos ellos. Tras la publicidad el programa mostró el día después de la celebración, cuando durante la celebración de la "Wrestlemania XXI" (gran fiesta de pago de la lucha libre; en España nos quedamos por la VI o la VII) el bueno de Hogan apareció entre los colores amarillo y rojo y los sones de su BSO "Real American" compuesto por Rick Derringer para aplicar un severo correctivo (como diría Héctor del Mar) a un tipo disfrazado de fundamentalista árabe que había atacado a un émulo de Randy Savage llamado Eugene.
Sí, es un espectáculo politizado y de derechas, qué le vamos a hacer.

Pero el caso es que la visión de aquellos envejecidos compañeros de Hogan, junto a las declaraciones del protagonista cuando se quejaba de lo difícil que resultaba regresar al ring cuando tienes una cadera y las dos rodillas de plástico, me hicieron pensar. Pensar en que aquellos dos, el Sargento Gorila y Modelitos Martel, tampoco eran dos superestrellas de los noventa, en que parecía extraño que no pasaran por allí los otros muchos, tanto más famosos, en la fiesta grande del más grande de todos. ¿Dónde estaba el Último Guerrero? ¿Y Mister Perfecto, o Rick "Cariñoso" Rude, o Jack "The Snake" Roberts? Andrea el Gigante había muerto, de estaba seguro; en un accidente de coche, según creía recordar. Pero ¿qué había sido de los otros?

Imaginen un mundo donde Spiderman recorriese los tejados de Manhattan tirando de tela de araña, o Superman surcase los cielos de Metropolis dejando su estela roja y los Cuatro Fantásticos se pasaran los días dándose leches con el pérfido Viktor Doom. Llega la fiesta de homenaje a un anciano y alopécico Batman, y por su fiesta aparece el anciano Joker, quien le da un abracito cariñoso ("me encantaría tener un nuevo combate contigo", dice Batman), y el ciego y artrítico Daredevil junto a un casi inválido Castigador. Pero de Superman, ni rastro. Ni los X-Men, ni Spidey, ni el Capitán América... por allí no pasa ninguno de los grandes.

Y uno se pone a investigar y descubre que Jake "The Snake" Roberts se retiró a causa de sus terribles depresiones y problemas con las drogas, o que el "Texas Tornado" (Kerry Von Erich) que tanto se parecía al Último Guerrero se suicidó en Febrero de 1993 de un tiro en la cabeza tras ser condenado a cárcel por posesión de cocaína (lo arrestaron durante una inspección de rutina en un aeropuerto con una maleta en la que no llevaba precisamente calzoncillos de colores).
Que hubo un gran escándalo por acusaciones de abuso de esteroides en los años 90, a raíz del cual se retiraron temporalmente (o desaparecieron del mapa) gran parte de los luchadores famosos de aquel entonces, incluyendo al propio Hulk Hogan o el Último Guerrero. Que a causa de extraños infartos de corazón murieron superhombres como "Hércules" (el de la cadena, de nombre real Ray Fernández y muerto en 2004 con cincuenta y tres años), o el "Poli Loco", de un ataque masivo de corazón a sus 42 años, o uno de los miembros de la "Legion of Doom", el llamado Hawk quien, tras años de lucha con las drogas y el alcohol y admitir que había ingerido esteroides, murió de otro ataque al corazón con 46 años. Que el más famoso de los British Bulldog, conocido como "Davey Boy", murió en 2002 con 39 años de otro ataque al corazón (causado en gran parte, según la autopsia, por el uso y abuso de anabolizantes y esteroides durante su carrera de luchador) mientras que su compañero de equipo, "Dinamita Kid", se retiró en 1993 tras sufrir la amputación de una pierna a causa de las muchas lesiones y la degeneración por el acuso de esteroides.

Y la lista se amplía con cada nuevo paso dado: resulta increíble descubrir que el hombre de los ricitos de oro, Mister Perfecto, murió en febrero de 2003 tras una intoxicación por cocaína con 44 años; o que Rick Rude "El Cariñoso", ya nunca bambolearía sus caderas tras morir con sólo 41 años de un ataque al corazón, atribuido al abuso de esteroides producido a lo largo de su carrera. Que uno de los "Roqueros", Marty Jannetty, dejó inválido a un contrincante tras realizar incorrectamente el movimiento final de su supergrupo (el golpe llamado "Rocker Dropper"), y que tras denunciar a la WWF por forzarlo a combatir haciendo todas aquellas acrobacias con tan sólo seis meses de entrenamiento fue apartado de toda vida pública durante años. Es curioso que al otro de los miembros del supergrupo, Shwan Michaels, quien no secundó a su compañero en las acusaciones contra la WWF, un brillante futuro de superestrella del wrestling le aguardara a la vuelta de la esquina. Shwan Michaels bien podría ser "El Comediante" de toda esta historia.
O que el bueno del Último Guerrero, tras abandonar la WWF a causa de una turbia discusión por dinero, vagabundeó por otras federaciones de lucha libre hasta que dejó el negocio y se cambió legalmente su nombre real (hasta entonces Brian James Hellwig) por el de Warrior, en un movimiento que me recuerda tanto a los problemas de identidad de "Tarzán" Weissmuller o "Drácula" Lugosi que me da tanta pena como miedo.




Tampoco Andrea el Gigante murió en un accidente de coche, como uno creía, sino tras sufrir un ataque al corazón con 47 años cuando dormía en un hotel de París el día anterior al funeral que había de celebrarse por su padre recién fallecido.





Muertes y más muertes tempranas; accidentes como el de Owen Hart (de la famosa saga de los Hart, cuyo más famoso representante fue el gran Bret "The Hitman" Hart), quien se mató tras romperse el arnés con el que iba a descolgarse sobre el ring en el espectáculo circense en que se ha convertido la lucha libre de los últimos años. Hombres jóvenes desnucados, acusaciones por posesión de droga, cuerpos inmortales llevados a la autodestrucción en el afán de semejar imposibles personajes de cómic.

Y aunque los más afortunados han logrado engordar y envejecer sin demasiados retales, la mayor parte de los Dioses del Pressing Catch ha tiempo que llegaron a su ocaso. Terrible e ingrato, como sería el de los superhéroes si alguien más que Alan Moore se atreviera a contarlo.


24.4.06

Mientras No Escribo

Supongo que alguno de ustedes, si es que después de tanto tiempo de inactividad queda alguien por ahí, estará preguntándose por dónde ando, por qué es lo que estoy haciendo y, sobre todo, para qué narices abre uno una bitácora si luego no la alimenta y la utiliza de uvas a peras una vez al mes y espaciando cada vez más las apariciones.
La respuesta para las tres preguntas es idéntica y sencilla: nada. No estoy haciendo nada, desde el punto de vista de la creación literaria; ando en la nada más terrible, que es la de la cruel rutina del día a día en el trabajo; y, claro, teniendo en cuenta lo poco que me gusta pontificar creo que es de sabios admitir que abrí la bitácora para nada.

El caso es que, pensando en ello, no he logrado dar con una excusa válida que justifique mi actual estado de esterilidad creativa. No tengo días libres, de acuerdo, porque mi trabajo va de lunes a domingo y vuelta a comenzar; pero tampoco lo tenía hace un año y lograba levantarme a las cinco y media de la mañana para poder escribir todos los días. Y me gustaba, además. Tampoco tengo las acostumbradas semanas libres de otros años, una situación en la que vivía feliz y que me permitía reconvertir esfuerzos y regresar al teclado aun cuando no tuviera ganas, y esta escasez absoluta de tiempo libre, en un Maestro en el Reverso Tenebroso de la Ociosidad como soy yo, me debilita y me estresa por igual; pero he vivido periodos similares de trabajo constante y he seguido escribiendo, hasta llevando el ordenador al trabajo si era necesario.
Luego está la simple ausencia de ganas; la literatura es como el sexo, que uno tiene más ganas de practicarla cuanto más la practica. La inapetencia, como ocurre con el sexo, llega al contrario de como acostumbra a venir con el resto de las actividades: llega con el abandono, en lugar de con la saturación; pero hasta la peor de las inapetencias sexuales acaban, por fortuna, con una o dos sesiones de salvaje lubricidad.
Estos factores unidos me conducen irremediablemente al DVD, a ver una televisión que nunca me ha gustado y a jugar con unos videojuegos que tenía olvidados. No son la respuesta a mi pregunta (no he dejado de escribir para ver televisión), sino la consecuencia. Y además de no escribir, en periodos como éste tampoco leo. Es decir, abro libros, los paseo, leo sus páginas... pero no consigo sumergirme en ninguno de ellos; no los acabo, alterno la lectura de seis al tiempo, en lugar de los dos habituales, los abandono en cualquier lugar de la casa. Los olvido.

Es la segunda vez en mi vida que me ocurre algo así; la primera, allá por el año 96, llegó justo cuando acabé un libro de seis relatos que, además, era lo primero que escribía en serio. Lo redacté en tres meses, a una velocidad increíble si tenemos en cuenta que jamás hasta ese entonces había tenido ordenador. Tres meses para ciento cincuenta mil palabras; hoy me parece una locura.
Pues bien, cuando acabé aquel libro dejé de escribir con tanta dedicación como la empleada durante esos tres orgiásticos meses. La pausa, recordará alguno de ustedes, duró cinco años.

Recordándolo me he puesto a pensar en todo lo que me preguntaba durante aquel largo periodo de Nada en el que caí en el 96. Siempre he querido saber qué es lo que hacía un escritor para escribir, cómo, sobre sus rituales, sobre sus costumbres... marujeo literario, si así lo quieren; ni mejor ni peor que el marujeo del corazón o el de quien compra todos los días el Marca para ver si el delantero del Albacete se recupera de la uña rota diez días atrás. Hoy día apenas me preocupo por ello; tal vez porque tengo mis propias costumbres y rituales que sé que funcionan y que me descubrieron, tiempo ha, que esto de escribir tiene muy poco de esotérico y oscurantista y mucho de trabajo y disciplina pura y dura. Pero también me preguntaba por otra cosa más rebuscada, más íntima y jodida: ¿qué hacen los escritores cuando no escriben?

Corregir no vale. No. Es trampa. Cuando uno corrige un texto antiguo está trabajando; está escribiendo. Tomar notas para nuevos relatos o novelas tampoco, porque suelen ser el detonante que te obligan a escribir. Yo soy muy de apuntar ideas, y cuando No escribo no tomo ni una. La documentación podría justificar los periodos breves habituales entre texto y texto, pero eso no es No escribir; es tomar unas vacaciones entre temporada y temporada de trabajo. No, no sirve.
Así pues, ¿qué hace un escritor cuando No escribe?

Mi respuesta es a lo mejor un tanto descorazonadora, aunque la estarán esperando ustedes desde que comencé este texto: nada.
Nada de nada. A mí me parece triste, ¿a ustedes no?

29.3.06

Pecados

Desde hace unos meses participo en unos conciertos de carácter didáctico que se celebran todos los martes, cuyo objetivo es el tratar de acercar a los jóvenes la música clásica y los diferentes instrumentos que componen la orquesta sinfónica. En mi caso particular, me ocupo de tocar fragmentos de piezas musicales compuestas desde tiempos del barroco hasta finales del siglo XX para el oboe, mi instrumento; una compañera me acompaña al piano, y un señor, presentador de radio, se ocupa de ofrecer una mirada a cada uno de los fragmentos, así como de contar ciertas particularidades del oboe que, la verdad, no interesan un pimiento a los pobres críos que van al concierto con la firme determinación de perder una hora de clase sentados en un sillón cómodo y viendo a un tipo soplar como un descosido para hacer sonar algo de música aburrida.
Son tantos los conciertos previstos para el ciclo (en los que se repite siempre el mismo programa), que uno ya hace tiempo que se permite no mirar a la partitura y pasear la vista por entre el público, para descubrir las reacciones de un personal tan hostil en el inicio como sincero en sus respuestas posteriores. Descubro, para empezar, que el programa está muy bien compensado; si hoy pudiera variarlo no creo que cambiase ni una de las obras: todas gustan. Aunque es una alegría constatar que Mozart engancha aun cuando ellos no sepan que es Mozart, o que les sorprende y les divierte el caos ordenado del barroco francés de Marin Marais. Pero las explicaciones les aburren mortalmente; toda la atención que conseguimos la pianista y yo al tocar se pierde al instante en que el presentador se lanza a tratar de convencerlos de que aquello (y usted, el crío de la tercera fila, haga el favor de callarse) es música con mayúsculas, y no las mierdas que están habituados a oír en casa. Dice, no sin razón, que es un error creer que la música popular de hoy día (y con asco disimulado murmura "el pop y el rock y el punchinpunchin") es la evolución directa de la mal llamada "música clásica"; dice que existió una música popular contemporánea a los Mozart y Beethoven y Schumann, así como una música "seria" contemporánea a las músicas de hoy día que los pobres chavales acostumbran a escuchar. Y no dice, aunque lo piense y sí lo deje traslucir, que una música es "buena" y la otra "mala".
Comenzando por asumir que los niños son niños pero no son tontos, lo que está claro es que jamás debes tratar de imponer un criterio con discursos bordes y demagógicos. Sobre todo cuando nadie está de acuerdo. Sin ir más lejos, el tipo vestido de negro con camisa repleta de letras japonesas que toca el oboe en el concierto. O sea, éste seguro servidor de ustedes. Así pues, debo ser un pecador. Que sí: me encanta la música popular, en especial la inglesa.
Dejemos claro que lo de "fan irredento" de Frank Sinatra y Michael Buble no es el disfraz de tipo guay con el que disimulo mis gustos; esos tipos son buenísimos. Pero voy a ser sincero y voy a desnudar mi alma: mi pecado es, en concreto, una debilidad confesa por el pop inglés. También me gusta el rock de los Rolling Stones y Queen, o el pop-rock de U2; joder, que hasta me gusta el heavy de Deep Purple y, sobre todo, Iron Maiden (una nota simpática para acólitos de los Maiden: viví durante dos años en el 22 del Paseo de las Acacias). Pero lo mío, para escarnio eterno y disfrute de mis amigos de Valencia, es el pop inglés de bandas: lo que yo llamo "Herederos de los Beatles". Está claro que reducir a los Beatles a simple banda de música pop (o rock, o pop-rock) es tanto como decir que Leonardo da Vinci dibujaba bien; pero lo bien cierto es que son dos de sus obras maestras (los álbumes "Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band" y "Magical Mistery Tour") las que marcan una forma de hacer música que tantos grupos posteriores han copiado, unos cuantos desarrollado y muy poquitos evolucionado. Tengo discos y discos de pop inglés de los 80 y los 90; The Police (algo punks en apariencia, aunque lo que hacían era mucho más de pop que de pop-rock o de punk-rock), The Verve, The Communards, Genesis y, sobre todo, REM. También me gustan los solistas como Phil Collins, Elton John o ese chico nuevo, James Blunt, que ha hecho un disco de referencia (aunque el personal haya acabado hasta los huevos del segundo tema del álbum, el "You're Beautiful" con el que nos saturan en forma de politonos desde las navidades). Antes de caer en la desgracia y sufrir los pitorreos eternos de esos amigos valencianos que mencionaba antes, debo puntualizar (que los veo venir) que ni me gustan los Take That ni las Spice Girls. Ojito.
Ése es mi pecado. Soy un profesional, sí, un intérprete de oboe de la mal llamada "Música Clásica"; pero según quién, debo ser uno de esos Cardenales victorianos de bestseller que, en la intimidad, lee y estudia libros de física y cree en la evolución de las especies.

Y a lo mejor les cuento mañana acerca de mi debilidad por los libros de Harry Potter. Aunque esa sea otra historia y tenga un final feliz.

19.3.06

Dos libros

Aunque un título más adecuado para lo que siento sería algo como "Dos Libros que he Leído Últimamente y que me han Roto Todos los Esquemas", o, con menos pelos en la lengua, "Dos Libros que me han Jodido pero Bien".
Los libros en cuestión son la antología de cuentos de Ted Chiang "La Historia de Tu Vida" (Ed. Bibliópolis) y el último trabajo de Milan Kundera publicado en castellano "El Telón" (Ed. Tusquets, colección "Esenciales"), un ensayo en siete partes sobre el arte de la novela.
Poco tienen que ver el uno con el otro, tanto en el continente como en el contenido, en intenciones o hasta en el lector potencial para el que han sido escritos. El primero es una excelente antología compuesta por los ocho primeros relatos del señor Chiang que se viste con traje de ciencia ficción y fantasía para sacudir al lector con soluciones o nuevos enigmas dentro de las grandes preguntas de siempre. Todos los relatos son pequeñas piezas de relojería Suiza en cuanto a construcción, desarrollo de la trama, cuidado en la presentación de los planteamientos y, sobre todo, el modo en que se nos muestra el tema de cada uno de ellos, oculto siembre bajo ese traje cienciaficcionero del que les hablaba, y cómo el autor se preocupa por contarnos mucho más de lo que parece acerca de lo que a él le preocupa. Y sin resultar pesado, arcano, o pretencioso. Por ejemplo, en el relato que da título a la antología, se nos muestra el modo en que el contacto con una inteligencia extraterrestre podría llegar a afectar a la percepción humana de las cosas; desde el punto de vista de una lingüista que trata de establecer contacto con los extraños visitantes, de comprender un idioma incomprensible e inhumano, asistimos a un proceso de cambio profundo en la psique humana y comprendemos que un contacto tal conduciría al caos más profundo, entendiendo el "caos" no como algo maligno o terrible, sino como un alteración absoluta de lo que entendemos como natural. Pero más allá del argumento del relato, el autor nos muestra una pregunta típica de cuento cienciaficcionero, además de su respuesta, curiosamente opuesta a la que casi todos nosotros imaginaríamos: ¿qué ocurriría si, de algún modo (que no pienso desvelar aquí), pudiéramos conocer el futuro? El futuro más íntimo, más cercano, un futuro que va a ser tan descarnado como acostumbra, que nos va a traer el momento más amargo y duro de nuestra existencia: la muerte en la juventud de nuestra hija. ¿Qué ocurriría si, conociéndolo, nos pudiéramos evitar ese dolor? Chiang nos dice que el futuro no puede ser cambiado (no en el escenario construido para el relato); pero nos muestra que, además, no lo cambiaríamos en todo caso: nos presenta flashes de la vida de la protagonista con su hija; no gratos precisamente, sino naturales, repletos de asperezas y cotidianeidad. Nos lleva de la mano hasta el momento de conclusión, despertando opiniones contradictorias y obligándonos a ponernos en el lugar de la lingüista para, cuando ella decide continuar adelante con esa vida que la va a golpear de un modo tan terrible, lograr que el lector asienta y comprenda.
Kundera hace un ensayo acerca de la novela como arte, como género artístico independiente de otras formas de literatura; hace un recorrido en planeador por la historia de la novela, y nos habla también de la cultura universal, de cómo varía la percepción de los valores del arte dependiendo del país desde el que se observa y critica una determinada obra. De la hipocresía de las sociedades en el tratamiento de la cultura y el arte. Parece un ensayo escrito en un solo trazo, opiniones maduradas durante años de observación y meditación, pero vertidas en el libro sin mucho orden. Lo más interesante de todo, a mi juicio, es la idea de Kundera acerca de la naturaleza de la Novela, los porqués de su independencia de los otros géneros líterarios y de su necesidad como vehículo de contemplación y valoración de los valores humanos. Kundera nos dice que una novela es novela en tanto complete, o comprometa, la información de que disponemos sobre el ser humano, sus objetivos, sus necesidades, sus limitaciones y virtudes y defectos.
El libro de Kundera, leído en verano del año pasado por primera vez, me hizo cuestionarme como escritor. Nunca antes me había observado a mí mismo desde tanta distancia, y el veredicto no fue demasiado favorable: ¿qué he hecho, o pretendido hacer, con mi literatura? Entretener, por supuesto. Pero ¿es algo que no hayan hecho otros antes, andando el mismo sendero que transito yo, y mucho mejor que un servidor? ¿Pueden, finalmente, utilizarse géneros como la CiFi o la Fantasía para completar ese enorme e incomprensible mapa de la esencia del ser humano? Sí, es evidente que sí, porque nos lo han demostrado en demasiadas ocasiones grandes autores de género.
El señor Chiang, sin ir más lejos.
Teoría y práctica en dos libros. Lo que debe hacerse, y cómo puede hacerse. Cómo se ha hecho ya, en definitiva. Qué rabia. Qué envidia.
El libro de Ted Chiang no es perfecto; desde un punto de vista literario, el autor abusa de los adverbios (en especial de los acabados en -mente), su lenguaje no es demasiado elaborado y resulta áspero en muchas ocasiones. Puede escribirse mejor, sin duda; pero no puede "hacerse" mejor: antes de leer el libro de Chiang, escribí un relato en el que el protagonista conocía el futuro. Los resultados de mi relato, leído ahora con la suficiente perspectiva, contrastándolo con el de Chiang, lograron lo mismo que el texto de Kundera: me cuestioné a mí mismo como autor.
Y, por segunda vez en muy poco tiempo, el veredicto no fue demasiado favorable.

1.3.06

Que me lo han robado

Cosa más rara, oigan.
En mi lugar de trabajo habitual, donde la música, se producen robos desde que el edificio se fundara allá por los lejanos ochenta. De tanto en tanto le desaparece a un músico un frac de las cajas de viaje, o un vestido pijo y caro de alguna músico (que ya me dirán ustedes por qué no llamarlas músicas, cuando se convertirían así en la viva representación de lo que hacen). Una cartera de las taquillas, donde en teoría sólo pueden entrar miembros de la orquesta, un par de teléfonos móviles que son sustraídos en la cafetería...
La cafetería en cuestión atrae tanto a los cacos como la "Espe" a los problemas. No sólo los móviles que vuelan para siempre haciendo honor a su nombre -siempre los más nuevos y caros, que una cosa es que un tipo sea un ladrón, digo yo, y otra que tenga mal gusto-, sino también otros objetos cada cuál más bizarro: un paraguas con Mickey, periódicos deportivos (es el robo más habitual. Entiendo que el leuro que valen es mucho gastar para tanta porquería impresa), un bocadillo de atún, tomate y anchoas (verídico). El otro día, un tenor de un coro Checo le robó la chaqueta a un colega mío: el tipo salía del auditorio con ella bajo el brazo, como quien no quiere la cosa. Lo paran en la puerta, mi colega le requisa la chaqueta, "esta chaqueta es mía, figura", y el checo, haciéndose el sueco, "que qué chaqueta. Que la debió coger por error de la cafetería. Que misa no habla con tusa castellano". En fin.
Pero lo de ayer no tiene nombre. Que me lo han robado.
Acostumbro a leer en la cafetería. Soy el rarito de los libros, para que ustedes me entiendan. Y acostumbro a leer tochos de todo tinte, como ya he dicho por aquí en alguna ocasión: que tanto me da "Guerra y Paz" que las de G. R. R. Martin, que perlas como "Jonathan Strange y el señor Norrell" (excelente libro del que hablaré otro día y que devoré en la mentada cafetería). Libros de género negro, de costumbrismo patrio, hasta de cocina... Un menú rico y variado, como es de esperar. Últimamente venía repasando un libro de ensayos y críticas de CiFi llamado "Jabberwock", por culpa del libro incalificable (de bueno que es) del señor Ted Chiang a quien pienso odiar eternamente. El caso es que en el librito, una especie de anuario con lo mejor editado a lo largo del año en cuanto a críticas serias, se analiza entre otras muchas cosas la obra de Chiang; un libro de críticas y ensayos, repito. Una cosa más bien sesuda y fea de aspecto, con contenidos demasiado especializados y nada atrayentes para quien esté acostumbrado a leerse los clones del "Código" o los premios Planeta.
Me levanté del sillón para pedir un cortado descafeinado, dejando el Jabberwock sobre la mesita acristalada. Bromeé un poco con el camarero a costa del Madrid (hoy día da gusto ser del Valencia en Madrid), y cuando regresé el libro no estaba.
Un libro de ensayos. De críticas. Lamento repetirme, oigan, pero es que me han robado un librito de ensayos y críticas. De CiFi, además.
El mundo debe estar más loco de lo que yo pensaba, porque empiezo a pensar que todas mis esperanzas acerca de un futuro mejor descansan sobre los hombros de los cacos del Auditorio Nacional.

21.2.06

Tres años

Tal día como hoy, hace ya tres años, nació sin avisar mi hija Aitana. Nació sietemesina, cuando no la esperábamos, liviana y diminuta pero guerrera y con muchas ganas de darnos penas y alegrías en el futuro. Tendría muchas cosas que decir acerca de lo mucho vivido con ella; podría contar los momentos difíciles que pasamos las semanas precedentes a su inesperado nacimiento, o lo duro que fue para nosotros volver a casa, días después de la cesárea, dejándonos a nuestra niñita en el nido del hospital. No contarlo sin más, que acabo de hacerlo, sino tratar de expresar algo difícilmente comprensible si uno no es padre. Por mucho que suene a estereotipo.
Pero no voy a hacerlo. Sólo quiero significar aquí, en este pequeño cuartito que abro a la red, lo mucho que su llegada me ha cambiado. No diría que para mejor, que espero que sí; ni que haya contribuido a amargar mi carácter, que también puede ser. No, lo cierto es que lo que ha hecho es completarme. No podría expresarlo de otro modo.
Feliz cumpleaños, hija.

16.2.06

Donde Vaquerizo

Ayer noche, lo sabrán ustedes, se falló el Premio Minotauro de Fantasía y Ciencia Ficción, o viceversa; o sólo Fantasía, si así lo quieren, porque hasta el momento la Ciencia Ficción (y vamos por la tercera edición) brilla, entre los ganadores, por su ausencia. El Premio le ha sido concedido a Javier Negrete, excelente escritor madrileño, por su obra "Señores del Olimpo", presentada con el falso título de "Dinastía Celeste" y el seudónimo "Profesor Challenger". Hasta aquí no cuento nada que no sepan, creo, o que no puedan averiguar con facilidad en cualquier web de noticias fandomitas o hasta en el "Qué Leer" de Marzo, que éste es un premio ya importante por haber cobrado cierta trascendencia incluso dentro del extraño mundo de la literatura generalista. Para que nos entendamos, y entre nosotros, éste es El Premio.
Pero hoy he venido a hablar de esas pequeñas cosas que suceden antes, durante y después del fallo de un premio literario de postín; esas cosas que no nos cuentan las crónicas más frías, las que escriben los que llevan al pecho ese poderoso blasón llamado "pase de prensa", o las que no nos cuentan otros tantos compañeros que suelen centrarse en el fallo en sí, en los cotilleos acerca de las obras finalistas presentados bajo seudónimo, y que acaban con una mirada a la historia del premio, a la del autor ganador, y un vistazo (casi siempre equivocado) de lo que promete ser la obra vencedora. La mía es la crónica de un friki, de un espontáneo con los ojos muy abiertos que fue a sufrir y a divertirse, con lo difícil que es eso, a conocer a quienes admira desde la distancia y a volver a encontrase con amigos a los que apenas ve.
Empezaré por el final; pero no para ir hacia atrás, como dicen los del programa de Garci que van las películas de Christopher Nolan, sino porque el último momento de risa del día llegó al final del todo, al entrar en casa a eso de la una de la mañana con varias bolsas en las manos, unas repletas de cafés en cualquier variedad posible, y las otras con picos y minipicos traídos de Cádiz. Como tres kilos de picos, oigan. Y mi mujer que me mira, recién secuestrada del sueño, y me dice entre legañas "¿y eso qué es?". "Picos y minipicos. Y cafés, te, descafeinado instantáneo... y creo que alguna otra cosilla", respondo asomándome a la enorme bolsa roja con el logo de Marcilla estampado al frente que nos regalaron al salir de la discoteca. "¿Cafés y picos de pan...?", me pregunta extrañada. Y se cumple, uno de esos milagros, la predicción lanzada por Rafa Marín unas horas antes, mientras cenábamos en un Vips de Alcalá: "¿Pero tú vienes del premio Minotauro, o del supermercado?".

Pues a lo mejor, ambas cosas. La velada comenzó a las siete, en el hotel donde pernoctarían los finalistas, algunos, y varios miembros del jurado. Que no diré el nombre del hotel porque el señor Rubalcaba andaba por allí, no sea que me cierren el blog por desvelar algún retorcido secreto de estado. Allí estaba Rafa y su mujer, Isa, y poco después apareció Ángel Torres que venía de dar un paseo por aquello de bajar la temperatura. Porque, y espero no ser indiscreto con esto (que yo creo que no), Ángel Torres era otro de los finalistas, autor de un space opera desenfadado que aún no he podido leer y del que hablaba con la íntima satisfacción que utiliza un padre para hablar de su hijo recién licenciado. (Por cierto, Ángel, mucha suerte con la novela).
El caso es que me aguardaban con la mentada tonelada de picos y minipicos, a sabiendas del vicio que tengo por ellos, y con caras menos relajadas de lo habitual y miradas furtivas hacia todo el que cruzaba por delante de la mesita de café en la que nos sentamos. Luego supe que Rafa, en plan detective (le encanta serlo), había concluido que los otros finalistas anónimos debían andar por allí, ya que tanto él como Ángel (que iba de tapado) compartían alojamiento. Allí todo el mundo tenía cara de escritor, lo juro. Hasta Rubalcaba.
Isa me confirmó lo que yo ya sospechaba: que había más nervios alrededor de aquella mesa que entre la tripulación del Titanic media hora después de estamparse contra el cubito de hielo. Una cosa es aparentar normalidad y otra muy distinta ser inhumano, ya me entienden, y ni Rafa ni Ángel estaban demasiado concentrados en la conversación, aunque ésta era jugosa: que si el uno le decía al otro que a ver si se compartía el premio entre los cinco, que si el otro le decía al uno que nanai, y que, de no estar en el hotel, los otros finalistas debían ser de Madrid. O del otro lado del charco. Que si (estupenda broma, Ángel) yo me quedo hasta el domingo, porque los de la editorial me lo han pedido y... ¿ah, tú no?
Poco después apareció Rodolfo Martínez, ganador del premio en su segunda edición y miembro del jurado en la presente. "¿Qué tal van mis sobornos...?", "Bien, bien. Si cuando entres en la habitación hueles a jamón de bellota, tú no te asustes". "Suerte para todos", dice Rodolfo ante la puerta del ascensor. "Suerte para ti", dice Rafa, "que me he traído el puño americano y como no gane mevíacagáentusmuelas".

De allí nos fuimos todos hasta el lugar del evento, una discoteca llamada "Alegoría" y sita en la calle del Cid. Que parecía una señal, ya puestos, porque la novela de Rafa habla del de Vivar, aunque no trate de él. Yo salí algo antes, escopetado, con las bolsas de picos en las manos para poder meterlas en el maletero del coche y no ir haciendo el tonto toda la noche.
Ya frente a la puerta de "Alegoría" nos encontramos con Alfonso Merelo (llegado con adelanto en el AVE. Sí que corre el trasto, vaya) y con Juan Carlos Campo, amigo magistrado y gadita de Rafa e Isa. "¿Dónde están las entradas?", le pregunto a Fonzo. "Ah, no sé. Dentro, supongo". "Pues muy bien, macho. ¿Y ahora cómo entramos?".
Pues con dos cojones y mucha cara. Alfonso le dice al segurata que es del servicio de prensa de la AEFCFyT (que es verdad), y que la entrada la tienen dentro. El segurata, que le ve cara de serio, le deja pasar sin mucho trámite. Yo, aprovechando el rebufo, me cuelo detrás con un "vengo con él. Con el de la barba". Que menos mal que había dejado los minipicos ye-yé en el coche e iba yo inmaculado con mi atuendo a lo Gary Cooper en Solo Ante el Peligro. Rafa, que se había dejado las entradas a saber dónde, se sonríe y, empujando a los de delante por si los seguratas se arrepentían, comienza a decir con mucha flema: "Que nosotros somos los candidatos". Y todos dentro.
La discoteca "Alegoría" pretende ser muchas cosas. Alegóricas, se entiende. Pero se queda en pub grande a lo gótico, con luces melifluas de colorines psicotrópicos que apenas alejan la oscuridad imperante y con un par de notas haciendo una espantosa performance con la música ambiente. Como quince o veinte aparatos aparcados sobre una mesa enorme, y sólo para emitir ruido (ruido. Ruido. Como el de la tele cuando se pone a nevar dentro). Y cuando no era ruido, la musiquilla ambiente, de disco de relajación de los sesenta, estaba a tal volumen que lo de la conversación natural se ponía muy difícil. Todo ello rodeado por trastos evocadores que a mí hasta me pusieron nervioso: sillones de madera de los coros de las iglesias, un enorme barco dieciochesco colgado del techo, un órgano de capilla (donde estaba el vestidor, creo) y cuadros de lo más raro. De uno de ellos salía en relieve una cabeza y un par de manos; cómo no sería la iluminación y el ruido de la performance, que en una de aquellas Isa dijo "pues yo creo que el bicho ése está cada vez más fuera del cuadro. Antes lo he mirado y estaba más dentro". Lo peor de todo es que tenía razón. A estas horas, lo-que-sea-que-salió-del-cuadro debe andar por la Cibeles.

La figurilla del Minotauro, por cierto, estaba a dos pasos de donde logramos apalancarnos nosotros. Iluminada cenitalmente con luces rosas, verdes y amarillas, daba la sensación de pesar lo suyo (como luego confirmó el ganador): Y es bonita, oigan. Muy bonita. Entre lo del peso evidente y los cuernos, uno ya barruntaba si usarla de arma contra la-cosa-del-cuadro, por si un aquel, ya saben, cuando en aquel momento empezaron a llegar los canapés.
Si el vino blanco era flojito, no vean los canapés. De horror. Los que no quemaban, estaban fríos. Los que no empalagaban, se atascaban en la garganta. Salvo las empanadillas, porque creo que estaban buenas y porque al quemarme las papilas gustativas me facilitaron el trabajo de la noche, que no era otro que el de ingerir todo lo que se pasara por delante, como un enloquecido, como si el mundo se acabara, como si no hubiera comido en tres meses. No sé qué tienen esas bandejas de canapés (sospecho que hay cierta relación con el vertiginoso escote de las camareras), pero a uno le rompen las certezas de la vida y lo metamorfosean en energúmeno. Dicen que había sushi, pero no lo vi. Casi mejor.
El que apenas comió nada en toda la velada fue Rafa Marín. Ángel, relajado en cuanto pisó la discoteca, buscó a viejos amigos (que es lo que todo el mundo hace allí, según parece) y se puso a tragar, como todos. Pero Rafa no. Que si se le quitaba el hambre luego. Que si no era plan de beber y luego recoger el premio medio borracho; o no recogerlo, caso de perder, y empezar a farfullar el "mevíacagáentusmuelas" que se convirtió en una de las coñas de la noche. Él no lo reconocía, pero estaba nervioso, como no puede ser de otro modo. Y algo más en cuanto lo llamaron a posar a la entrada, ante uno de esos paneles con publicidad que vemos en la tele, junto al resto de candidatos: Ángel Torres, Rafa Marín, Alberto de la Rocha y, sí, Javier Negrete. Un gran rival para cualquiera. El peor de todos, posiblemente.
A partir de ese momento, para mi sorpresa, Rafa se relajó y volvió a ser Rafa. Aproveché para dar una vuelta, por aquello de ver si me topaba con alguno de los famosos que andaban por allí (si es que somos todos iguales, qué le vamos a hacer). Dicen que Espido Freire y Javier Marías, entre otros, pero yo no los vi. Sí que vi al de la barba de chivo del "Tomate", bebiendo una copa mientras esperaba a que apareciera alguien, supongo, de los que tienen todas esas cosas tan interesantes que decir, tanto que abarrotan las parrillas televisivas día a día. Pero en una de aquellas me topé con Julián Díez, a quien había saludado ya al entrar, que hablaba con un individuo enorme, pero enorme de verdad, con perilla y cara de buena gente y a quien acabé por reconocer: era Eduardo Vaquerizo, otro estupendo escritor a quien la casa, Minotauro, acababa de editar una novela. Un señor a quien yo hacía más bien bajito a tenor de las fotos que había podido ver por la web, pero que no se acababa nunca. Dos metros de Vaquerizo. Que cuando vuelvo junto a los Marín y le digo a Rafa "oye, pero qué enorme que es Vaquerizo, joer", me suelta "sí. Es que Eduardo es todo un referente dentro del mundo de la ciencia ficción". Y me lo dice con esos brillitos suyos en los ojos. Porque de entre toda la discoteca de oscuridad y ruidos, atestada de gente, sobresalía con suficiencia el corpachón de Vaquerizo.
Cuando se nos había olvidado qué era lo que hacíamos allí (y sólo queríamos unirnos a las luces melifluas, sólo eso, unirnos a ellas, sólo unirnos y flotar, sólo unirnos y...) atronó la megafonía y se nos avisó de que el gran momento había llegado al fin. Una fila enorme de jurados se adelantó y subió a una tarima (faltaba el señor Savater, quien hubo de marchar con anticipación), todos serios como si los fuéramos a fusilar a lo bruto, con piedras. O con canapés. Francisco García Lorenzana leyó el acta del fallo del premio en calidad de secretario del Jurado, y dijo al fin que la ganadora, por cuatro votos a tres, había sido la novela "Dinastía Celeste", escrita por el "Profesor Challenger"; a la sazón, Javier Negrete, como supimos, aunque ya lo sabíamos, tras abrirse y leerse la plica.
El hombre subió junto a los jurados, tomó la escultura, la dejó de inmediato, de tanto pesaba, y agradeció el premio en un discurso pronunciado con tantos nervios que comenzó blanco y acabó sonrosado. Un buen discurso, emocionado y sincero. Luego se lo llevaron a una rueda de prensa y ya no lo volvimos a ver.

Lo que sigue es menos interesante, supongo. Tanto Ángel como Rafa se lo tomaron con filosofía y naturalidad. Es lo que tienen los premios, que puedes ganarlos o perderlos. Y todos sabemos que Javier Negrete es un escritor como la copa de un pino, así que el escozor lógico que tiene que darte tener la meta tan cerca y que te pase uno por la derecha en el último momento pues seguro que escocía menos. Comenzaron entonces los cánticos gaditas: "Somos de Cadi y hemos venido a emborracharnos... y el resulta-do-nos-dai-guaaaaaaal", o el "CadiCadi, oé", que soltaban con una fugacidad asombrosa, todos serios, como si con ellos no fuera la cosa. Luego, los últimos coletazos, decidimos irnos a cenar algo antes de que cerrara todo Madrid (aunque eso no pasa nunca). Julián Díez se apuntó, ya que ve poco a los amigos gaditanos y siempre apetece aprovechar estos momentos, que para eso son, y poder hablar de lo que a uno le gusta con quienes gustan de lo mismo. Así que el hombre fue a despedirse de algunos amigos para después buscar a Rodolfo, no fuera que el asturiano quisiera aprovechar también para charlar un rato con la expedición sureña.
Pasan los minutos y Julián no aparece. Ángel anda algo agobiado, entre la música espantosa y las luces psicotrópicas, y el resto del personal tiene ganas ya de salir de la alegoría de todo y de nada en la que nos habíamos metido. Pero claro, Julián no aparece.
"Joé, ¿dónde está Julián?", "que se ha ido a buscar a Rudy, y a despedirse de los amigos. Pero que viene, seguro. Que no nos marchemos sin él". "Pos no lo veo". "Pos yo tampoco, joer ya, pero es que cualquiera lo ve con la luz que hay y la cantidad de peña que pulula por aquí, toda de negro". "Pos habrá que buscarlo, ¿no?". "Pos dime cómo lo encontramos...".
Y la respuesta llega sola. Muevo la cabeza, busco apenas entre las sombras y localizo el faro, el referente. Y al ladito está Julián. Donde Vaquerizo.

Lo que resta es sólo una cena algo extraña entre amigos que se ven poco. Extraña por la comanda, que en la cocina debieron flipar más que un fumao en "Alegoría" cuando se encontraron con una hamburguesa, un par de sandwiches, otro par de ensaladas... y dos platos de tortitas con nata, caramelo y fresa. Todo de primero. Café no tomamos porque íbamos todos cargados hasta las cejas de productos Marcilla (y el libro "El Prestigio", de Priest, que la editorial regaló amablemente a todos los presentes) y nos daba palo. Que parecíamos la junta directiva de Marcilla, vaya. Se habló allí de literatura, del género, del fandom, y también de cine y del premio (recordemos que Rodolfo era parte del jurado). Me despedí de los amigos gaditanos con esa amargura disimulada que cada vez me cuesta más disimular, y, tras acercar a Julián Díez a su casa, acabé la noche como les he contado al inicio.

Se echó de menos a Joaquín Revuelta, caído a última hora por un problema que no viene al caso (y que espero ya se haya solucionado), y también a Juanmi Aguilera, gran amigo de Rafa y a quien seguro le dolió más no poder asistir al evento que el esguince que se lo impidió. Sólo añadiré que fue una noche de nervios, amarga aunque repleta de esos momentos simpáticos que luego uno recuerda con una sonrisa en los labios. Como cuando pienso en que, en este mundo tan pequeño que es la literatura de fantasía y ciencia ficción, y viceversa, si uno se pierde siempre puede quedar donde Vaquerizo.
Como dice Rafa, todo un referente.