19.5.06
Mis Planos Paralelos
Anteayer por la mañana.
Estaba yo vagabundeando por la red, que es de las pocas cosas que me alegran la vida últimamente. En la tele ponían un capítulo de alguna serie yanqui en AXN, y la casa estaba en absoluta paz, con la niña en el cole y la señora trabajando en Madrid. Mi estómago se quejaba, pidiendo la tapita de queso y jamón con una copita de fino con la que me regalo a media mañana cuando estoy solo en casa.
Entonces sonó el teléfono. En la pantalla de la terminal inalámbrica que utilizamos no aparecía el número, sino una sola palabra: "Privado". La que siempre vemos cuando la llamada es de los pesados de citibank, o de los igualmente pesados de Jazztel o Iberdrola. Estos señores tienen un concepto de lo que significa la privacidad de las personas muy extraño: privada su llamada, aunque no la solicitemos; privada su identidad, que te dan un nombre pero te suena a simple extremidad de una enorme mente colmena; todo privado, menos nuestra vida y nuestros datos.
En fin, que cojo el aparato dispuesto a mandar al garete con muy mala educación a quien sea que me ha llamado, como acostumbro a hacer. Recuerdo que en una ocasión, hace meses, me dieron un toque unos de una empresa energética, no recuerdo si Gas Natural o Endesa o Iberdrola, que tanto da; después de soltarme esa parrafada que se aprenden de memoria durante la cuál no te dejan intervenir le dije a La Voz Al Otro Lado que nones, que no me interesaba lo que fuera que me ofrecía porque estaba contento con los servicios de mi compañía del momento. Y La Voz Al Otro Lado me suelta "pero oiga, ¿le gusta a usted gastar más dinero del necesario...?". Venga. Atentemos a la moral, a la conciencia del usuario, a su vergüenza. Como si fueran ellos la madre de uno, vaya. La respuesta hizo reír a mi suegra, que andaba aquel día por allí: "Pues sí, mire usted. Me encanta gastar dinero. Es lo que más me gusta del mundo: derrocharlo en grandes cantidades en lo que me viene en gana".
El caso es que anteayer por la mañana, cuando descolgué el teléfono, saltó de inmediato La Voz Al Otro Lado, femenina esta vez.
–Hola, muy buenos días. Le llamamos de Telefónica.
–Ah. Pues muy bien. Buenos días.
–¿Es usted el titular de la línea?
–Pues sí señora.
–Encantada de conocerle. Le llamábamos para informarle de nuestras ofertas en "Trío", un servicio que integra telefonía, nuestra televisión Imagenio y banda ancha de internet en ADSL. ¿Utiliza usted conexión a internet?
–Eh... pues sí señora.
–¿Conoce usted la tecnología ADSL?
–Pues sí señora –dije mirando de reojo mi portátil–. De hecho, estaba usándola ahora mismo antes de su llamada. Pero...
–Estupendo. Pues nuestra oferta "Trío" integra el servicio de banda ancha con dos megas, telefonía y la televisión Imagenio. ¿Conoce usted Imagenio?
–Señora, estoy viendo ahora mismo un programa de Imagenio. Es lo que trataba de decirle, que no sólo conozco lo de su oferta "Trío", sino que la tengo contratada desde hace tiempo.
–NO.
¿Cómo que no? Aquella respuesta seca, contundente, convencida, me dejó algo descolocado.
–Sí señora, si lo sabré yo.
–NO. Usted no tiene contratado nuestro servicio Trío.
–Oiga, créame: estoy viendo Imagenio ahora mismo. Se ve muy bien, vaya. Estamos hablando por teléfono y tengo el ordenador encendido con...
–NO señor. Se confunde usted. Me temo que no tiene contratado nuestro servicio Trío. Está usted equivocado. No tiene contrato con nosotros de ninguna clase.
Es lo que tiene de bueno la vida, oigan ustedes, que a la que te descuidas te sorprende. Durante años he utilizado el ADSL y la telefonía de telefónica, tampoco puedo decir que de forma enteramente satisfactoria. Y la televisión Imagenio desde principios de año. Pero de algún modo, entre el viaje al colegio para llevar a Aitana y la tumbada en el sillón inmediatamente posterior, debía haberme trasladado junto a mi casa entera a un plano alternativo en el que mi contrato con telefónica había desaparecido sin dejar rastro.
Seguramente, la televisión se apagaría en pocos segundos.
A lo mejor, hasta desaparecía junto al ordenador.
–Mire usted, señora. Me está asustando, porque ya no sé si creerla a usted o a mí mismo y lo que ven mis ojos. Le juro que estoy viendo Imagenio. Mire, ahora cambio de canal y todo. Y estamos hablando por teléfono, ¿no cree?
–Oiga, señor, si quiere le llamo en otro momento.
–No quiero que me llame en otro momento. Lo que quiero es que no me llamen para ofrecerme algo que ya tengo contratado, si es que es posible que...
–No. Usted no tiene ningún tipo de contrato con nosotros.
Pues nada. Debe haber un portal interdimensional en Valdemoro. Tanta rotonda repleta de figuras extrañas no pueden traer nada bueno (mujeres de acero oxidado oliéndose el sobaco, puertas gigantescas que semejan los monolitos de 2001, taburetes gigantescos negros... un astronauta chutando un penalti...); tanto parque con lagos artificiales y tanta academia de guardia civiles... Si ya lo dicen mis amigos: este pueblo es rarito rarito. Primordiales, seres informes debían aguardar ocultos, muertos pero no muertos, dentro de la figura del astronauta y bajo las aguas de los lagos. O algo.
–Señora, ¿a qué coño de número ha llamado usted?
–Al XXXXXXvXX.
–Gracias a dios. –Suspiro de alivio–. Joder, que se ha equivocado, oiga usted.
–¿Cómo dice?
–Que ése no es mi número. Casi acierta, vaya, pero no lo es; que tengo Imagenio, y telefonía, y el ADSL contratado con ustedes. Y que del mal cuerpo que me ha puesto usted, me estoy pensando si buscar otra compañía, la verdad. ¿Cómo había dicho que se llamaba...?
–Uy. Perdone.
Y colgó.