24.4.06

Mientras No Escribo

Supongo que alguno de ustedes, si es que después de tanto tiempo de inactividad queda alguien por ahí, estará preguntándose por dónde ando, por qué es lo que estoy haciendo y, sobre todo, para qué narices abre uno una bitácora si luego no la alimenta y la utiliza de uvas a peras una vez al mes y espaciando cada vez más las apariciones.
La respuesta para las tres preguntas es idéntica y sencilla: nada. No estoy haciendo nada, desde el punto de vista de la creación literaria; ando en la nada más terrible, que es la de la cruel rutina del día a día en el trabajo; y, claro, teniendo en cuenta lo poco que me gusta pontificar creo que es de sabios admitir que abrí la bitácora para nada.

El caso es que, pensando en ello, no he logrado dar con una excusa válida que justifique mi actual estado de esterilidad creativa. No tengo días libres, de acuerdo, porque mi trabajo va de lunes a domingo y vuelta a comenzar; pero tampoco lo tenía hace un año y lograba levantarme a las cinco y media de la mañana para poder escribir todos los días. Y me gustaba, además. Tampoco tengo las acostumbradas semanas libres de otros años, una situación en la que vivía feliz y que me permitía reconvertir esfuerzos y regresar al teclado aun cuando no tuviera ganas, y esta escasez absoluta de tiempo libre, en un Maestro en el Reverso Tenebroso de la Ociosidad como soy yo, me debilita y me estresa por igual; pero he vivido periodos similares de trabajo constante y he seguido escribiendo, hasta llevando el ordenador al trabajo si era necesario.
Luego está la simple ausencia de ganas; la literatura es como el sexo, que uno tiene más ganas de practicarla cuanto más la practica. La inapetencia, como ocurre con el sexo, llega al contrario de como acostumbra a venir con el resto de las actividades: llega con el abandono, en lugar de con la saturación; pero hasta la peor de las inapetencias sexuales acaban, por fortuna, con una o dos sesiones de salvaje lubricidad.
Estos factores unidos me conducen irremediablemente al DVD, a ver una televisión que nunca me ha gustado y a jugar con unos videojuegos que tenía olvidados. No son la respuesta a mi pregunta (no he dejado de escribir para ver televisión), sino la consecuencia. Y además de no escribir, en periodos como éste tampoco leo. Es decir, abro libros, los paseo, leo sus páginas... pero no consigo sumergirme en ninguno de ellos; no los acabo, alterno la lectura de seis al tiempo, en lugar de los dos habituales, los abandono en cualquier lugar de la casa. Los olvido.

Es la segunda vez en mi vida que me ocurre algo así; la primera, allá por el año 96, llegó justo cuando acabé un libro de seis relatos que, además, era lo primero que escribía en serio. Lo redacté en tres meses, a una velocidad increíble si tenemos en cuenta que jamás hasta ese entonces había tenido ordenador. Tres meses para ciento cincuenta mil palabras; hoy me parece una locura.
Pues bien, cuando acabé aquel libro dejé de escribir con tanta dedicación como la empleada durante esos tres orgiásticos meses. La pausa, recordará alguno de ustedes, duró cinco años.

Recordándolo me he puesto a pensar en todo lo que me preguntaba durante aquel largo periodo de Nada en el que caí en el 96. Siempre he querido saber qué es lo que hacía un escritor para escribir, cómo, sobre sus rituales, sobre sus costumbres... marujeo literario, si así lo quieren; ni mejor ni peor que el marujeo del corazón o el de quien compra todos los días el Marca para ver si el delantero del Albacete se recupera de la uña rota diez días atrás. Hoy día apenas me preocupo por ello; tal vez porque tengo mis propias costumbres y rituales que sé que funcionan y que me descubrieron, tiempo ha, que esto de escribir tiene muy poco de esotérico y oscurantista y mucho de trabajo y disciplina pura y dura. Pero también me preguntaba por otra cosa más rebuscada, más íntima y jodida: ¿qué hacen los escritores cuando no escriben?

Corregir no vale. No. Es trampa. Cuando uno corrige un texto antiguo está trabajando; está escribiendo. Tomar notas para nuevos relatos o novelas tampoco, porque suelen ser el detonante que te obligan a escribir. Yo soy muy de apuntar ideas, y cuando No escribo no tomo ni una. La documentación podría justificar los periodos breves habituales entre texto y texto, pero eso no es No escribir; es tomar unas vacaciones entre temporada y temporada de trabajo. No, no sirve.
Así pues, ¿qué hace un escritor cuando No escribe?

Mi respuesta es a lo mejor un tanto descorazonadora, aunque la estarán esperando ustedes desde que comencé este texto: nada.
Nada de nada. A mí me parece triste, ¿a ustedes no?